Inés:
Me dices que solo querías dormir y que una frase de Barthes te ha sacado de la cama, que cogiste un libro de la estantería de tu madre y echaste a caminar para llegar a la ermita de San Tirso. Decíamos en el último podcast que nuestros cuerpos (que querríamos que fueran brisas) iban a estar separados unos días, pero nuestras cabecitas no lo están. Tenemos conectada tu mente y la mía, dice la canción de Cupido (te-recuerdo-que-tenemos-concierto-en-mayo). El sol ha llegado a Madrid y a La Rioja al mismo tiempo y por las mañanas te mando audios emocionada contándote que ya huele a verano. Esta semana no iba a haber carta porque estamos descansando, pero hace unos días apunté en la hoja final de un libro: «Llegó la luz, amiga», pensando en ti y en la carta que me mandaste en diciembre hablando del solsticio de invierno y que se convirtió en Cuando caiga la noche. Esta respuesta la van a leer 1.166 personas, pero es solo para ti.
Aquel 21 de diciembre leí tu carta y me eché a llorar en uno de tantos llantos ese mes. Me decías: «El invierno durará, a partir de hoy, 88 días y 23 horas, terminando el 20 de marzo. […]. Ojalá encuentres tu parte de noche y recuerda siempre que llegará la primavera». Pues bien, la primavera llegó. Con lluvias al principio y ahora con un sol radiante que me ha tenido en la terraza leyendo toda la tarde. He estado sola y acompañada estos días en los que Madrid se ha vaciado de locales y se ha llenado de turistas. He tenido unos días casi perfectos y solo me he cruzado con una procesión, que esquivé enseguida. Por las noches he estado leyendo Nubosidad variable, porque sabía que si no lo hacía pronto me ibas a matar, que me lo regalaste en julio del año pasado cuando nuestra vida era otra, en aquellos días extraños y luminosos de terminar la carrera y ver el futuro abierto en canal como una pregunta incierta. En la dedicatoria del libro escribiste:
Querida Paula,
Pasaba por Moyano y lo he visto. Ponía tu nombre. Recuerda que «de todos los pozos se puede salir cuando se enciende la curiosidad por saber lo que estará pasando fuera mientras uno se hunde».
[…] 6 de julio 2021 (un domingo tormentoso)
Mientras uno se hunde se ven cosas curiosas. Un cielo estrellado, una angustia mortal, a veces, solo a veces, manos que traen luz. Ni los amigos ni los libros nos salvan de la vida, te diría si te tuviera aquí, pero la hacen indudablemente más llevadera. En tu dedicatoria de Nubosidad variable, (un libro de cartas, que sabes que me gusta escribirlas, que afilan mi lenguaje como nada), mencionabas la que le escribió Marx a Engels en abril (!) de 1855 tras la muerte de su hijo y pensando en ella recuerdo: «Algo sensato que hacer juntos en el mundo». Algo sensato, Inés, que hacer juntas en el mundo.
Tengo así un libro para cada momento: para antes de dormir, para el tren, para meter en los bolsillos de las chaquetas que por fin puedo ponerme sin abrigo. Me he comprado un vestido blanco del que todavía no te he mandado foto pero que obtendría seguro tu sello de aprobación estética particular. Con ese vestido podría bautizarme de nuevo en la catedral de Santiago, conducir un cadillac azul en el Los Ángeles de los 60 o casarme en un juzgado de Madrid. Así que camino vestida de angelito con mini falda mientras llevo mis libros por la ciudad, los muevo de sitio en casa, me acompañan a todas partes. Hacía tiempo que no leía así, que no encontraba en los libros el bálsamo al que me han tenido acostumbrada tantos años. Y hacía tiempo que no abría nuevos documentos en el ordenador, que no me sentaba a escribir y garabatear en cuadernos como lo he hecho esta semana. Hacía tiempo que no leía el manuscrito-que-tú-ya-sabes y el otro día lo hice y recordé tus palabras de ánimo y tu emoción y pienso que la amistad, al final, es esto: leerse.
Hoy me dices que una frase de Barthes te ha salvado el día. Yo te digo que hemos trazado planes paralelos sin saberlo, una tarde de lecturas, de accionar mecanismos neuronales ocultos, de mudarse de piel un rato. La frase de Barthes que has leído ha sido: «La mayoría de las veces estoy en la oscuridad misma de mi deseo; no sé lo que quiero, el propio bien me resulta mal; lleno de resonancias, vivo golpe a golpe: estoy en tinieblas». Yo lo leo y tardo en acordarme de lo que te escribí en la hoja final de un libro hace unos días, «llegó la luz, amiga»; un libro que me regalaron por mi cumpleaños en octubre, en la comida que organizaste en la universidad a la que aparecieron por sorpresa nuestros amigos. Tardo en darme cuenta, pero me doy cuenta y voy a por el libro y busco el final y veo mi letra a lápiz:
Llegó la luz, amiga. Gracias por sostenerme en las tinieblas.
Aquí estoy para los futuros golpes.
Te quiero,
Paula