Queridísimas lectoras:
¿Cómo estáis? Teníamos ganas de volver al papel después de dos semanas sonoras. Esperamos que vuestros ritmos vitales hayan podido relajarse y que hayáis podido pasear, leer por placer o hacer planes mágicos como ir a un concierto de Amaia en la playa, que es lo que hicimos nosotras ayer con nuestro productor (Nacho) y nuestra experta en cine (Ángela).
A pesar de que el verano asoma y podemos dedicar más tiempo a lo que nos gusta, estamos muy inquietas por algunas cosas que suceden a nuestro alrededor. Hace meses que sentimos miedo y en estas últimas semanas este miedo se ha intensificado. No vamos a llevar a cabo un intrincado análisis de las derivas políticas mundiales porque eso es algo que está fuera de nuestro alcance y que les dejamos a las politólogas y sociólogas. Suponemos que nuestro miedo tiene que ver con lo que algunos denominan la «derechización» y aunque no sepamos articular bien de dónde viene y por qué surge, sí podemos hablaros de lo que nos hace sentir. Necesitamos decir algo sobre el tema, quedarnos calladitas no es una opción. Además, compartir el miedo siempre ayuda. Un miedo y un dolor que evidentemente no son nuestros, son de todas y están instalados en el corazón (metafórico) de nuestros cuerpos.
La primera vez que quedamos las dos solas en Madrid fue en segundo de carrera y lo hicimos para ir a una concentración frente al Ministerio de Justicia que se convocó a raíz de la sentencia por «el caso de la manada». Aquellos meses acudimos a varias manifestaciones, donde llevamos una pancarta donde se podía leer «Nuestro cuerpo no es vuestro campo de batalla». Esa es sin duda la frase que vertebra la carta de hoy. Cuando empezamos a prepararla ambas pensábamos en ese lema porque sentimos que esta derechización se expresa de muchas maneras, pero muchas veces tiene que ver con la voluntad de controlar los cuerpos de las mujeres.
Estaréis todas enteradas de que el Tribunal Supremo de EEUU revocó hace poco la sentencia Roe v. Wade. El caso que da nombre a la sentencia tuvo lugar en 1973, cuando una mujer solicitó la interrupción del embarazo tras haber sido violada. La ley del estado de Texas no aceptaba la práctica de abortos, por lo que surgió un debate en torno a la constitucionalidad de dicha ley. En este caso, se dictaminó a favor de la libertad de decisión. Aquella sentencia de 1973 y Planned Parenthood v. Casey permitían la realización de abortos. No existe ninguna ley que permita el aborto a nivel federal, sino que es el derecho a la privacidad el que ampara la cuestión de la interrupción voluntaria del embarazo. Así, argumentando que este derecho no está desarrollado explícitamente en la Constitución y que no está arraigado en la historia de Estados Unidos, los jueces han decidido que serán los estados los que regulen libremente el aborto. La realidad, ilustrada por el Guttmacher Institute, especializado en el tema, es que muchos estados (hasta 26) podrían prohibir el aborto en los próximos meses. De hecho, 13 estados, entre los que se encuentran Louisiana o Idaho, ya poseen leyes aprobadas que prohíben el aborto y que entrarán en vigor tras la derogación de Roe v. Wade. Por si queréis leer más sobre estas cuestiones, os dejamos aquí unos enlaces a algunas noticias.
El resultado real de todo esto es que más de 36 millones de mujeres no podrán abortar legalmente. Los estados republicanos podrán prohibir el aborto e incluso perseguir penalmente a las mujeres que intenten abortar. Por el contrario, los territorios gobernados por demócratas pretenden reforzar la legislación y servir como refugio a las mujeres que tengan que trasladarse para interrumpir sus embarazos. Esta situación afectará, como siempre ha sucedido, a colectivos concretos como mujeres pobres, migrantes y racializadas. En los estados más conservadores del sur, más de la mitad de los abortos de 2019 fueron llevados a cabo por mujeres negras o hispanas y casi el 40% tenían menos de 25 años. Así, las mujeres con recursos económicos podrán viajar o desplazarse a otros lugares, pero no será igual de fácil para las demás.
Al final, cuestión de clase. Lo cuenta muy bien Annie Ernaux en su imprescindible novela El acontecimiento, a la que tanto hemos aludido, aunque por otras razones, a lo largo de estos meses. En el libro, Ernaux relata el aborto que realizó en la Francia de los años 60, donde dicha práctica era ilegal. Cuenta, también, cómo la red institucional y médica no solo dejaba las mujeres desamparadas ante la decisión de abortar, si no que intentaba impedirlo por todos los medios. Cuando Ernaux consigue por fin abortar tras acudir a una abortera ilegal que le coloca dos sondas en el útero, cuando ha expulsado el feto en el baño de la residencia de estudiantes donde vivía, cuando, con la ayuda de una compañera corta el cordón umbilical, Ernaux empieza a perder sangre y tienen que llevarla al hospital. Allí, su suerte la decidirá un médico que debe marcar en el informe si el aborto ha sido espontáneo o provocado. Annie Ernaux tuvo «suerte», pero muchas otras mujeres no. Tras la odisea y el maltrato del personal sanitario, se despierta en la camilla y la enfermera le dice: ¿Por qué no nos dijiste que eras estudiante? ¿Por qué no le dijiste al doctor que eras como él? Es decir: ¿Por qué no le dijiste al médico que pertenecías a su clase social, a la clase de personas cultas y con estudios?
«Al irse [la enfermera] hizo una alusión a mi aborto y concluyó con convicción: “¡Así estará mucho más tranquila!”. Son las únicas palabras de consuelo que recibí en el hospital y que debí no tanto a una complicidad entre mujeres como a una aceptación por parte de la “gente humilde” del derecho de “los de arriba” a situarse por encima de las leyes».
Es interesante que, antes de escribir El acontecimiento, Ernaux publica un libro titulado Los armarios vacíos cuando tiene 33 años (10 años después del aborto). En él la protagonista se enfrenta a la necesidad de abortar y, estando en su habitación universitaria a la espera de la expulsión del feto, lleva a cabo una reconstrucción de su vida. Así, traza una estrecha e interesante relación entre su clase social y el aborto clandestino al que se está sometiendo. Este libro (editado en Cabaret Voltaire) es bastante más sórdido que El acontecimiento, escrito años más tarde y mediado por una profunda voluntad de denuncia social. Esta voluntad es muy interesante porque Ernaux considera que, de no haber contado su experiencia, hubiera contribuido a la dominación masculina y al oscurecimiento de la realidad de las mujeres. Dice:
«Me he quitado de encima la única culpabilidad que he sentido en mi vida a propósito de este acontecimiento: el haberlo vivido y no haber hecho nada con él. […] Porque por encima de todas las razones sociales y psicológicas que pueda encontrar a lo que viví, hay una de la cual estoy totalmente segura: esas cosas me ocurrieron para que diera cuenta de ellas. Y quizás el verdadero objetivo de mi vida sea este: que mi cuerpo, mis sensaciones y mis pensamientos se conviertan en escritura, es decir, en algo inteligible y general, y que mi existencia pase a disolverse completamente en la cabeza y en la vida de los otros».
Esta necesidad de reconocimiento con las otras es fundamental. De hecho, en el libro Ernaux cuenta que durante el aborto le ayudó mucho pensar que otras muchas mujeres habían pasado por ello. Además, volvió en distintas ocasiones a narrar este episodio de su vida desde distintos puntos de vista. Francisca Romeral Rosel en su tesis doctoral Escritura y humillación: el itinerario autoficcional de Annie Ernaux considera que el Pasaje Cardinet (lugar en el que le pusieron las sondas) se convierte en una especie de lugar fetiche. Así, dice: «Si cabe comparar la obra de Ernaux con un espacio geográfico, el pasaje Cardinet trazaría en él como un largo pasillo que lo atravesaría de parte a parte, permitiendo la comunicación entre el territorio sur y el territorio norte, entre el submundo y la cúspide».
En todos estos libros de Ernaux es fundamental la cuestión de la clase social y la distinción entre el mundo de los dominados y de los dominantes: entre las mujeres que pueden abortar de manera segura porque tienen dinero y las que tienen que jugarse la vida metiéndose agujas de tejer por la vagina o que directamente se desangran en sus habitaciones. Como decíamos, quien puede permitirse el «lujo» de abortar, podrá hacerlo con impunidad. En EEUU, las amantes y las hijas de los gobernadores republicanos que presumen de ser los primeros en prohibir el aborto en sus estados van a seguir abortando (luego dirán que Dios les perdona y estará todo solucionado).
Por supuesto, no vamos a ponernos a dar argumentos a favor del aborto. A lo largo de los años hemos leído textos que podríamos recomendaros. Argumentaciones desde el punto de vista ontológico, moral, jurídico, de los derechos etc. Por ejemplo: Una defensa del aborto de Jarvis Thomson, La teoría de la virtud y el aborto de Rosalynd Hursthouse, Consideraciones sobre el embrión humano en la revista Bioética & Debat, La moralidad del aborto de Gustavo Ortiz Millán, el Documento sobre la interrupción voluntaria del embarazo del Observatorio de Bioética y derecho de Barcelona, El aborto de Lydia Feito, etc. Normalmente defendemos la humildad como actitud vital y nunca pretendemos sentar cátedra sobre nada. Sin embargo, en este tema tenemos todo bastante claro. Lo que está pasando es una puta mierda, es profundamente injusto y peligroso y no creemos que sentarnos en una mesa a discutir argumentos acerca del estatuto ontológico del feto en las distintas etapas sea lo que hay que hacer. Habíamos dado pasos hacia delante, este debate ya se había tenido y no vamos a replantearnos nuestra opinión porque los señores digan que en la Biblia pone no-sé-qué. La Biblia está genial si os gustan las historias de fantasía y si estáis interesadas en cultura religiosa. Más allá de eso, no puede ni debe dictaminar cómo viven TODAS las personas.
El 5 de abril de 1971 se publicó en la revista francesa Le Nouvel Observateur un texto escrito por Simone de Beauvoir titulado «Un llamamiento de 343 mujeres» que incluía una lista de mujeres francesas que admitían públicamente haber practicado un aborto. Entre ellas estaban Simone de Beauvoir, Marguerite Duras o Agnès Varda. El comienzo del manifiesto era el siguiente:
«En Francia cada año un millón de mujeres aborta en peligrosas condiciones, a causa de la clandestinidad a la cual se ven condenadas. Esta operación, efectuada en medio hospitalario, no presenta mayores riesgos. El destino de estos millones de mujeres es silenciado. En consecuencia yo declaro formar parte de ellas. Declaro haber abortado. De la misma manera que reclamamos el libre acceso a los anticonceptivos, reclamamos también la libertad de abortar».
Podéis leer el manifiesto completo aquí. La respuesta de la revista Charlie Hebdo fue referirse a estas mujeres como «Las 343 zorras», aunque la realidad era que morían 5.000 mujeres al año en Francia debido a la realización de abortos en condiciones terroríficas. Cuatro años más tarde, en 1975, se despenalizaba el aborto en Francia a través de la Ley Veil, impulsada por la ministra Simone Veil.
En el documental de HBO The Janes se cuenta la historia de un grupo de mujeres que ayudaban a otras a abortar en Chicago a finales de los años 60, actuando al margen de la mafia y policía de esta ciudad.
Lo que hacían era anunciarse bajo el seudónimo de «Jane» para que las mujeres que necesitaban practicar un aborto se pusieran en contacto con ellas. Así, luchaban contra las leyes que decidían por las mujeres acerca de lo que podían hacer con sus cuerpos. En este momento no podían usarse anticonceptivos sin estar casada y todas las semanas morían chicas en los hospitales debido a la realización de abortos ilegales. Esta organización facilitó miles de abortos seguros y la mayoría fueron realizados a mujeres muy pobres, muchas de ellas negras. De hecho, pedían a las mujeres que pagaran lo máximo que pudieran porque así se cubrían los gastos de aquellas que no podían pagar nada. Es decir, se intentaba que el acceso fuese para todas, independientemente de sus condiciones económicas.
No sabemos qué hacer, pero sentimos que tenemos que seguir y tomar como ejemplo lo que hicieron las «343 zorras» y The Janes. Tenemos que ayudarnos, sostenernos y proteger nuestros cuerpos juntas frente a las violencias que vienen de fuera. Como decíamos, esto va más allá de los debates acerca de lo que consideramos que es una persona. Esto tiene que ver con la realidad y con que serán unas mujeres determinadas las que morirán. De hecho, esto va más allá del aborto. La semana pasada el vicepresidente de Castilla y León (un puto desgraciado de VOX) relacionó la despoblación con la hipersexualización de la sociedad. Según él, el problema de lo rural viene porque nos dedicamos a follar y no a parir, que es aparentemente el objetivo último y único del acto sexual. De hecho, este discurso de la mujer-coneja como solución a la despoblación no solo es sostenido por la ultraderecha, sino que está bastante arraigado en muchos espacios. Varias veces hemos escuchado decir que las mujeres son las que fijan población, que hacen falta porque pueden producir seres humanos. De nuevo, apelando a nuestros cuerpos y dando por hecho que tienen una determinada «misión».
En este artículo Carmen G. de la Cueva nos habla acerca de su miedo heredado a quedarse embarazada.
«Mi madre me había tenido antes de los 20 años, había dejado de estudiar, se había casado con mi padre, no había tenido la posibilidad de elegir. Mi abuela, la madre de mi madre, se había quedado embarazada a sus 40 años de su quinta hija, un embarazo que no deseaba».
Los miedos de las mujeres en torno al embarazo y en torno a tantas cosas (hablábamos en el último episodio del podcast sobre el miedo a la noche) vertebran demasiadas experiencias. En este artículo la autora considera los cuerpos como territorios políticos y de debate público: «Mi cuerpo era el campo de batalla perfecto, en él tenía lugar una guerra que no se acababa nunca. Una guerra impuesta por la mirada ajena, por el juicio de los otros». Vivimos permanentemente en la incertidumbre de cuál será la próxima situación en la que nuestros cuerpos se pondrán en juego; cuándo recibiremos el siguiente comentario: «estás más gorda / delgada / por qué no te depilas / en serio vas a salir así / maquíllate / no te maquilles tanto / no vayas sola de noche / cómo se te ocurre ir por ahí a esas horas / hola guapa pibón me das tu número / no me calientes si no vas a enfriarme / pues no estás tan buena pedazo de zorra» … y un largo etcétera. Cuando muchos miedos que nacen de aparentes nimiedades como estos comentarios se ven respaldados por leyes injustas nos entran ganas de:
a) quemar contenedores
b) llorar
No descartamos ni lo uno ni lo otro en los próximos meses, sobre todo si nuestros conciudadanos siguen votando a partidos políticos que quieren retroceder en los derechos conseguidos tras generaciones de lucha. Está pasando, tenemos que estar avispadas.
Imprescindible también este artículo de Solnit. En él relaciona la postura antiabortista de personas con mucho poder con la creencia de que las mujeres no deben tener jurisdicción sobre sus propios cuerpos. De esta forma, la meta de dichas personas es aumentar los privilegios de los hombres y socavar los de las mujeres, aumentando la desigualdad.
Queríamos recomendaros algunas ficciones que a nosotras nos sirven para pensar estas cuestiones. Las Entendidas, unas chicas listísimas que son prescriptoras de cine y series, han escrito en Vogue un artículo muy interesante con algunas recomendaciones. En primer lugar, El acontecimiento, la película de Audrey Diwan de la que ya hemos hablado varias veces porque causó estragos en nuestros cuerpos. Se trata de una película brillante basada en el libro de Ernaux (también brillante) del que hablábamos anteriormente. Además, nombran también El cuento de la criada, una de nuestras series de referencia. No podemos olvidar el artículo de Yayo Herrero hablando de este libro de Margaret Atwood, de “los monstruos que habitan la normalidad” y de la necesidad de prestar atención a las señales que van apareciendo. Estos días estamos viendo muchas señales de la derechización que mencionábamos al principio: lo sucedido en Estados Unidos, los muertos en la valla de Melilla y la absoluta falta de humanidad de los políticos que nos gobiernan. Nerea Pérez de las Heras, del podcast Saldremos mejores, nos recuerda en este vídeo que no podemos bajar la guardia:
Uno de los temores en EEUU es que, tras la decisión del Tribunal Supremo, otros derechos como el matrimonio entre personas del mismo sexo se vean afectados. Por eso, y por las repercusiones que puedan tener las políticas de un país como EEUU en el debate político, son tan importantes algunos de los mensajes que se han lanzado estos días con motivo del Orgullo, como este de Samantha Hudson:
Las Entendidas recomiendan también una de nuestras pelis favoritas, de la que hemos hablado algunas veces: Nunca, casi nunca, a veces, siempre. En ella, la protagonista tiene que viajar sin dinero de su estado a Nueva York para practicar un aborto (no puede ser más actual). También recomiendan documentales como The Janes (HBO) o La ola verde (Que sea ley) (Filmin). Os recomendamos mucho leer su artículo, donde hablan de estas y más ficciones poniéndolas en conversación con nuestra triste realidad.
Sabemos que lo que decimos no es nada nuevo y que la mayoría de vosotras estaréis de acuerdo con todo, pero sentíamos imprescindible que este proyecto se hiciera eco del miedo que muchas mujeres llevamos encima desde hace años. Punzadas es un espacio de pensamiento tranquilo, pero también debería ser un lugar de lucha y reivindicación activa, así como un altavoz para los miedos que muchas veces se quedan en la intimidad. Creemos que si hablamos de ellos algo se abrirá y será más difícil que nos arranquen los derechos que tanto les costó conseguir a las mujeres que nos precedieron.
Adelante,
Inés & Paula
Excelentes reflexiones. No podemos seguir retrocediendo en derechos.
Seguid así, chicas.