Queridísimas lectoras:
Solo quedan unas horas para que enero acabe y parece que los días, muy poco a poco, van alargándose. Sí, a nosotras también se nos ha hecho eterno. A pesar de lo duras que fueron las navidades y lo complicado que es siempre empezar el año, hemos estado acompañadas por dos seres de luz absolutos: nuestras madres. Sin embargo, en esta carta venimos a contaros algunas historias de madres y maternidades que no encajan con la norma, de comportamientos en el límite de lo «normal», de madres ficticias que nos encantan y nos aterrorizan al mismo tiempo. Hay mucha gente hablando de madres últimamente gracias a Rigoberta Bandini. También hay mucha gente hablando de tetas. Esperamos que estéis recuperadas del fiasco de ayer en el Benidorm Fest (nosotras no). Ya sabéis que aquí somos rigobertistas y además nos viene muy bien empezar esta carta con AY, MAMÁ… estamos a tope con la rigo (a quien veremos en concierto en mayo aaaaaaaaaah!) y con las madres, aunque quizás no con todas.
Os traemos una procesión de algunas de nuestras madres favoritas:
En Mad Men (o, la-mejor-serie-del-mundo-según-Paula), Betty Draper amenaza con cortarle los dedos a su hija cuando esta se porta mal. También le da una bofetada cuando se corta el pelo ella misma (y también dispara a las palomas del vecino en esta escena memorable):
No podemos culpar solo a Betty por ser tan dura e incomprensiva con sus hijos, su propia madre estaba obsesionada con la belleza de su hija: My mother wanted me to be beautiful so I could find a man. There’s nothing wrong with that. / Mi madre quería que fuese guapa para que pudiera encontrar un hombre. No hay nada malo en eso. (Paula está tirando de memoria con la cita, pero como ha visto la serie cinco veces vamos a fiarnos). Por cierto, si os gusta Mad Men os recomendamos esta serie de vídeos de The Take donde analizan a los personajes. Este en concreto explica por qué Betty es uno de los personajes más trágicos de la serie y por qué su tragedia está anunciada desde el principio.
Los delirios y los miedos maternos, por tanto, se heredan. Solemos tenerle miedo a las cosas que también temen nuestros padres. Cuando Paula estaba en el colegio, su profesora de matemáticas le dijo a su madre: No le diga a la niña que usted aborrecía las matemáticas, porque será difícil que a ella le gusten. Por supuesto, cada vez que Paula tiene que hacer algo con números su cerebro cortocircuita quince veces. Heredamos los miedos de nuestras madres y heredamos sus manías y sus obsesiones. Otra de nuestras madres ficticias favoritas es Adora, de Sharp Objects. Ya, ya, sabemos que es la decimoquinta vez que mencionamos esta serie en Punzadas, pero es que se lo merece. En el siguiente párrafo hay SPOILERS de la serie, sáltalo si todavía no la has visto y, for the love of god, ponte a ello. Está en HBO.
Hacia el final de la serie se desvela que Adora, la madre de la protagonista, sufre del Síndrome de Münchhausen, una patología por la cual los sujetos infligen daño a otras personas, normalmente a sus propios hijos. También se desvela que la madre de Adora la maltrataba y que sus formas de crianza eran cuanto menos peculiares: por ejemplo, abandonar a su hija en el bosque para darle una lección. Así, los delirios se heredan en Wind Gap, Missouri. Adora es uno de los personajes más fascinantes en una serie llena de personajes fascinantes. Es una mujer aparentemente frágil que ha causado mucho dolor a su familia y a su comunidad. Y quizás lo peor, su otra hija, la perversa y aparentemente dulce Amma ha heredado los talentos psicópatas de su madre.
¿Qué formas perversas puede adoptar el amor materno? Una de las historias más conocidas sobre el Síndrome de Münchhausen es la de Dee Dee Blanchard y su hija, Gypsy Blanchard, ficcionalizada en la serie The Act (Hulu) en la que Patricia Arquette y Joey King hacen dos interpretaciones brillantes. Dee Dee Blanchard maltrató durante años a su hija provocándole enfermedades y engañando a médicos, trabajadores sociales y vecinos. Dee Dee se inventó para su hija cáncer, epilepsia, asma, parálisis y otras muchas enfermedades. Gypsy pasó años en una silla de ruedas que no necesitaba para nada porque su madre convenció a todo el mundo de que tenía distrofia muscular (y estos son solo algunos de los horrores que vivió). Una noche en junio del 2015 Gypsy terminó matando a su madre y ahora cumple una sentencia de diez años por asesinato en segundo grado. También tenéis esta historia truculenta contada en el documental Mommy Dead and Dearest (HBO).
Otra ficción muy interesante, esta vez en el plano literario, es la reescritura que Angela Carter hizo del famoso cuento de Barba Azul, recopilado por Charles Perrault (Gracias por tanto, Charles). Por si alguna necesita recordatorio: Barba Azul es un hombre rico de aspecto desagradable que se casa con una joven y la lleva a su castillo. Una vez allí se va de viaje de negocios y le da a su nueva esposa las llaves de la casa, señalando que hay una llave que nunca debe usar y una puerta que nunca debe abrir. La joven, por supuesto, nada más irse su marido se dirige a la puerta prohibida y la abre. Encuentra una habitación llena de sangre e instrumentos de tortura. Los cadáveres de las anteriores esposas de Barba Azul cuelgan de las paredes. La joven esposa sabe que ella será la siguiente y que Barba Azul le ha tendido una trampa, la trampa de la curiosidad. (Sobre el tema de la curiosidad desde un plano más filosófico os recomendamos el libro de George Steiner En el castillo de Barba Azul). No os contamos más por si queréis leer de nuevo el cuento.
Angela Carter propone una reescritura del cuento en la que se pone de manifiesto la importancia de la visión y el deseo femeninos; una visión y un deseo fuera de lo normativo y tradicional. Pero lo que nos interesa aquí es que en el cuento de Carter se da un desdoblamiento del papel de la madre. La protagonista y la narradora, la joven que se casa con Barba Azul, tiene una madre fuerte e independiente, que ha vivido aventuras y que se lanza a rescatar a su hija de las garras del malvado psicópata al final de la historia. Por otro lado encontramos el personaje de la niñera, que advierte a la niña del terrible marido, pero que en el fondo se regocija al verla casada con un hombre tan poderoso. (Gracias especiales a Camila Paz, la profesora de escritura de Paula, por este análisis brillante de la historia). ¿Madre heroína o niñera? Carter nos propone en el cuento un desdoblamiento de los cuidados. Algo parecido hace Katixa Aguirre en su libro Las madres no, donde cuenta una historia en la que una madre primeriza ahoga a sus bebés en la bañera en el primer capítulo. ¿Por qué? ¿Cuáles son los pasos que llevan a una mujer a hacer semejante cosa? Estas historias de maternidades deformadas nos fascinan y nos inquietan y es necesario leerlas.
Hay madres de todo tipo como hay personas de todo tipo. Hay madres que demuestran amor llamando a sus hijos tres veces al día y hay madres que demuestran amor sabiendo llevar las distancias con naturalidad. Cuando Paula volvió de vivir unos meses en Australia, los amigos de su madre le preguntaban a Victoria: «¿Y no echaste de menos a tu hija?». Victoria respondía que no y todo el mundo se llevaba las manos a la cabeza. «No», decía, «porque sabía que mi hija estaba bien y que estaba disfrutando de la experiencia». ¿Por qué a veces se les exige a las madres una especie de atención y sobreprotección irracionales sobre sus hijos? No todas las madres son así, ni todas las madres tienen que serlo. Que no nos ahoguen en la bañera ni nos enfermen a propósito para poder cuidar siempre de nosotras ya es un paso.
¿Hay madres terribles a nuestro alrededor? No hay que llegar a los extremos turbios y fascinantes de las madres asesinas para ver en nuestro día a día ejemplos cuestionables de maternidad. Aunque, ¿qué podemos decir nosotras, que no tenemos hijos? Algo, algo podemos decir. De hecho TENEMOS que decir algo que nos perturba profundamente y nos hace preguntarnos: «¿Por qué parece que a nadie le preocupa esto?». Solemos intercambiar por Instagram vídeos de niños utilizados por sus madres influencers como reclamo publicitario. Bebés con lazos más grandes que su cabeza, niñas de cinco años maquilladas y vestidas como si tuvieran quince, niños sujetando colonias, bolsos, cámaras de fotos, etc. Esta sobreexposición de los menores en las redes sociales por parte de sus propios progenitores se denomina sharenting, de share (compartir) + parenting (crianza). De hecho, tal es la exposición que no solo se utiliza al propio niño con fines lucrativos, sino que todo el proceso de embarazo también se mercantiliza. Se hacen gender-reveals absolutamente demenciales, se ponen encuestas en Instagram para elegir el nombre del bebé, se venden productos o se planea la futura habitación del recién nacido mediante una colaboración con una empresa de muebles. ¿Es ser madre una oportunidad de negocio? Vemos cómo suben los likes y las visitas cada vez que se anuncia un embarazo, cómo se abre un enorme nicho de negocio para la influencer, que ahora entra en un nuevo mundo: el de la maternidad.
Uno de los problemas que encontramos con esto es bastante evidente: se está vendiendo la intimidad y la privacidad de los niños, su imagen. Más allá de los aspectos legales, en los que no vamos a entrar (si algún jurista majo quiere echar una mano, adelante), nos interesa pensar qué consecuencias tendrá para una persona darse cuenta de que su vida es conocida por miles (incluso millones) de personas. El relato de su vida, desmenuzado, contado paso a paso, desde que su madre dio positivo en un test de embarazo. Esto se denomina «efecto Show de Truman», ya que el momento en el que el niño se da cuenta de que millones de personas le conocen desde antes de su nacimiento debe ser parecido al shock que sufre Truman Burbank. Las consecuencias psicológicas de todo esto pueden ser graves. Manuel Hernández, psicólogo especialista en apego y emociones, explica que cuando sean adultos estos niños sentirán que han sido utilizados y usados por sus propios padres. Sentirán lo que se denomina «trauma de traición», que puede tener consecuencias diversas como la necesidad extrema y constante de atención o un gran miedo a volver a sentirse expuestos. De hecho, ya tenemos ejemplos de niños influencers que se han convertido en adultos. Es conocida la historia de una joven de 26 años cuya madre le creó un blog siendo una niña de ocho años. Así, dice: «Soy de la primera generación de menores cuya vida ha sido expuesta por los padres para el consumo de extraños».
¿No se está hablando poco de estas cuestiones? Las redes sociales forman parte de nuestro día a día ahora más que nunca y nos hemos acostumbrado a nuevas formas de publicidad por las que los productos no solo pueblan marquesinas y espacios de radio, también aparecen en nuestros móviles a todas horas. ¿No se están ignorando todos los problemas y peligros que pueden entrañar estas prácticas para los niños? ¿Por qué nadie parece cuestionar que quizá hay que poner límites a la exposición de los hijos en redes sociales con fines lucrativos? Al revés, parece que lo que se hace es alabar a estas familias y madres estupendas, que basan su vida en ser madres. En tener una casa preciosa, unos hijos muy bien vestidos y un marido (facha) con muchos negocios. ¿Qué concepción de la maternidad se está vendiendo? ¿Ser madre es suficiente? El personaje de Celeste en Big Little Lies sabe que por lo menos para ella no. Se lo dice a Madeline en una escena buenísima cuando están las dos en el coche y Celeste acaba de redescubrir la pasión que siente por su profesión de abogada. Cuidar de sus hijos, criar a sus hijos, amar a sus hijos simplemente no es suficiente. Y no pasa nada. ¿Deben los hijos ser siempre la prioridad de una madre? No podemos evitar pensar en Caroline Collingwood, la madre de tres de los herederos de Logan Roy en Succession. No diremos mucho para no hacer más spoilers, pero en la última temporada Collingwood juega un papel muy relevante para el futuro de la familia y la empresa. ¿Es Collingwood una mala madre? ¿O son terroríficos sus hijos? ¿Debe ella protegerlos a toda costa o mirar por sus propios intereses? ¿De cuántas maneras distintas puedes vender a tus hijos? Igual no hace falta mirar a la ficción, quizás basta con preguntarles a las madres influencers de hoy en día.
En Punzadas también esperamos con ansia el estreno de esta película en España (en febrero podemos organizar una quedada y llenar los cines), el debut de Maggie Gyllenhaal como directora que cuenta una historia de maternidad complicada (solo hay que leer los nombres de las tres actrices protagonistas para querer comprar la entrada):
Otro ejemplo de madre imperfecta es Anabel, protagonista de La enfermedad del domingo. Esta mujer abandonó a su hija Chiara (nuestra amada Bárbara Lennie) cuando era una niña y, treinta y cinco años más tarde, su hija le pide que pasen diez días juntas (si queréis saber para qué, tenéis que ver la peli).
Como Celeste, Anabel explica que se fue «porque quería más». Hemos escuchado muchas veces el discurso de que no hay nada comparable al amor que siente una madre cuando coge por primera vez a su hijo recién nacido en brazos, y no cuestionamos eso en absoluto. No parece difícil creer que sea verdad, que es un momento único e indescriptible, pero eso no garantiza una futura maternidad sana. Tampoco garantiza que la maternidad vaya a ser suficiente para llenar la vida de alguien. Suponemos, desde la ignorancia, que ser una buena madre o un buen padre es un ejercicio diario, constante y complicadísimo, y que la identidad de una persona se puede ver reforzada en ello, pero también muy diluida. No sabemos cómo será criar niños, niñas, niñes en este mundo raro y turbulento (Inés dice que quiere adoptar niñas y criarlas en un monasterio laico con sus amigas, así que igual nos puede contar qué tal en unos años), pero les deseamos mucha suerte a todas las madres que están leyendo esta carta.
La farsa colectiva de hoy es que las madres lo son «por naturaleza». (O incluso que las mujeres nacen para ser madres, que es peor todavía). Que todo es fácil debido a ese amor maternal, que no hay dificultades, malentendidos, diferencias, zonas oscuras. Si se salen de lo que se espera de una madre, es porque son malas, porque una madre que no pone a sus hijos por encima de ella misma no es una verdadera madre. Una madre que abandona a sus hijos es un monstruo, a diferencia de los padres, en los que el abandono está más aceptado. Al pensar en nuestras madres podemos sentir amor, pero también hay personas que pueden sentir angustia, miedo, decepción o incluso terror.
Os dejamos otros dos collages de Almu que probablemente Inés pondrá en su monasterio de crianza colectiva:
Podéis comprar sus creaciones pinchando aquí.
Finalmente unas canciones para terminar:
Adelante,
Paula & Inés
ANUNCIO: Ya tenemos cartel para el CLUB DE LECTURA ANNIE ERNAUX. Intentaremos que la gente que no es de Madrid pueda participar de alguna manera escribiendo sus impresiones del libro. Por ahora, para nuestras lectoras de Madrid, aquí va: