Queridísimas lectoras:
Esperamos que estéis bien en estos días fríos. ¿Habéis visto la sierra de Madrid nevada? ¿Ha nevado allí donde estéis? Nosotras sentimos calor en medio de esta ola de frío el pasado viernes en nuestro Club de Lectura Annie Ernaux (Club Ernaux para los amigos), con nuestra @vetustamarta. Gracias a todas las lindas entidades que se pasaron por la librería Sin Tarima para charlar un ratito sobre Mira las luces, amor mío. Además, ayer estuvimos viendo a nuestras guías espirituales, Isabel Calderón y Lucía Lijtmaer, en la grabación de Deforme Semanal. Muchas risas y mucho cagarse en los hombres, como siempre, hicieron que saliésemos revividas del teatro. Punzadas últimamente nos da muchas alegrías porque nos está brindando la oportunidad de conocer y colaborar con gente interesantísima (ya os contaremos más) y esto nos llena de orgullo y satisfacción, pero también nos tiene un poco atoradas de acá para allá con mucha prisa y pocas horas de sueño. A pesar de todo, gracias, gracias, nos dais la vida. Vamos con el lío de hoy.
Venimos a hablaros de un tema que nos interesa y preocupa desde hace tiempo: los cuidados. De este tema se habla mucho últimamente, en parte gracias a que el feminismo ha colocado este tipo de ideas en el centro del debate, y en parte porque cuidar y cuidarse parece ser ahora más importante que nunca. Visto lo visto en nuestra última carta, nos falta tiempo también para parar y observar dónde estamos, cómo nos sentimos, qué hacemos para lidiar con el ritmo frenético de la década. También en otras cartas hemos hablado de la importancia de cuidar en distintos sentidos, pero hoy queríamos llevar la cuestión al plano más real, al de aquellas personas que dedican su vida a cuidar a otros. Somos conscientes de que hay mucha gente estudiando estas cuestiones y, también, de que nosotras no somos expertas en el tema. Sin embargo, tenemos la firme intuición de que no es justa la manera en que se están (ahora y siempre) repartiendo los cuidados, no solo por haber escuchado a expertas hablar del tema, sino también porque vemos situaciones que nos preocupan a nuestro alrededor. Teniendo estas cosas en cuenta, solo pretendemos abordar la cuestión a través de las lecturas que hemos hecho y las ficciones a las que hemos acudido. Os iremos dejando posibles lecturas y nombres de personas que conocen este tema por si os apetece adentraros en él. Y, como siempre, intentaremos traer a este espacio que es Punzadas un tema que nos preocupa y que no podemos dejar de tener en cuenta si pensamos en aquellos hilos y lazos de los que hablábamos en la última carta.
Como decíamos, hay pensadoras muy interesantes que reflexionan sobre el tema de los cuidados. Yayo Herrero, por ejemplo, en una charla a la que acudió Inés en Préjano (un pueblo situado en el Valle del Cidacos) explicó que la vida depende de dos aspectos fundamentales:
a. La interdependencia entre los cuerpos, que son vulnerables y finitos: necesitamos del cuidado de los otros dada nuestra fragilidad no solo al comienzo y al final de la vida, sino también en los momentos de enfermedad o debilidad.
b. La trama de la vida en la naturaleza: no podemos vivir desligadas del medio. Estamos sostenidos y vivos gracias al medio que habitamos.
En una entrevista que le hicieron en El Salto Herrero decía que «no hay economía ni tecnología ni política ni sociedad sin naturaleza y sin cuidados». Hay que atender a nuestra fragilidad y dependencia, a todo aquello que es necesario para sostener la vida. Yayo dice que no es lo mismo la vida nacida, que la vida posible y que la vida cierta: no podemos dar por hecho la vida porque son necesarias unas condiciones concretas para dar el paso de la vida nacida a la vida cierta.
Cristina Carrasco cuenta en su artículo El cuidado como eje vertebrador de una nueva economía que el debate en torno al trabajo doméstico y de cuidados surge en los años 60 del siglo pasado, convirtiéndose en un tema fundamental para el movimiento feminista. Aunque ha ido recibiendo distintos nombres («trabajo doméstico», «trabajo reproductivo», «trabajo familiar doméstico», «trabajo no remunerado») lo importante es tener en cuenta la necesidad de valorar el trabajo de cuidados y reconocerlo como un trabajo que está íntimamente ligado con el bienestar. Dice Carrasco que es «fundamental para que la vida continúe». Yayo Herrero decía algo similar: que las mujeres (principalmente) se han ocupado «del sostenimiento cotidiano de la vida».
En esta carta queremos pararnos a pensar en la interdependencia entre estos cuerpos vulnerables que necesitan cuidados. ¿Cómo llevamos a cabo el cuidado de aquellos que no pueden cuidarse solos? ¿Quién cuida a los niños y ancianos? ¿Quién cuida a las que cuidan? Yayo, en la charla, dijo que hay dos formas de solucionar esta cuestión de los cuidados: (1) que los lleven a cabo los familiares o (2) el mecanismo de clase. A partir de estas dos opciones vertebraremos el resto de la carta:
1. Los familiares: los abuelos que cuidan a sus nietos, los hijos que cuidan a sus padres, las madres que cuidan a todos. Nuestra amiga Ángela escribió un artículo donde entrevistaba a personas que cuidan a sus familiares. En él, planteaba: «La renuncia y la abnegación pasan a formar parte de la vida de una persona cuando empieza a ser cuidador de un ser querido, pero ¿qué significa realmente cuidar?». Una de sus entrevistadas, Teresa, contestaba: «Cuidar es una devoción». Cuidar a personas dependientes o enfermas, se cuenta en el artículo, es duro y requiere grandes sacrificios, aunque el amor haga que los cuidadores no lo sientan únicamente como una obligación. Muchos tienen que conciliar los cuidados con el trabajo y el esfuerzo se nota física y mentalmente. ¿Quién cuida a los que cuidan?
Remedios Zafra en su libro Frágiles explica que las mujeres, que se han encargado mayoritariamente de los cuidados, se sienten más frágiles y tienen más miedo a la muerte porque su vida es necesaria para proteger y cuidar a los dependientes. Dice: «¿No le parece que en la sumisión y el agrado del que ahora hablamos también habita un miedo a que a uno le hagan daño, en cuerpo propio o en los de las personas dependientes?». Así, los cuidadores son más vulnerables al tener a otros a su cargo «puesto que asumen que ante un riesgo tienen más vidas que perder». Petra, la abuela de Inés, ha dedicado su vida a cuidar a los demás y, concretamente, a dos personas dependientes. Esto hace que muchas personas hagan comentarios refiriéndose a que es muy necesaria en el mundo porque «tiene mucha gente a la que cuidar». ¿Tiene valor intrínseco la vida de las cuidadoras o solo en la medida en que tienen otras vidas que cuidar?
Para reflexionar acerca de estas cuestiones, nos parecía muy interesante traer el modelo de esposa americana perfecta y modélica que tuvo mucha importancia en los años 50. En 1955 se publicó en la revista Housekeeping Monthly un artículo donde se daban consejos para ser una buena esposa. Por ejemplo: estar fresca y preparada cuando el marido vuelva a casa, «ser feliz al verle», estar contenta, ser interesante, tener todo ordenado, preparar a los niños, escucharle (no molestarle con tus movidas), etc. Y, finalmente: A Good wife always knows her place (una buena esposa siempre sabe cuál es su lugar).
Después de la II Guerra Mundial se impulsó la idea de que las mujeres debían volver a la casa a través de discursos que tienen que ver con la revista y que Betty Friedan denominó «mística de la feminidad»: «Cuando a las mujeres sólo se las definía por su relación de género con los varones – esposa de, objeto sexual, ama de casa – y nunca como personas que se definieran a sí mismas en virtud de sus propias acciones en la sociedad». Friedan explica que esta imagen estaba presente a través de revistas femeninas, pero también en películas, anuncios televisivos, medios de comunicación, etc.
En una de nuestras realidades paralelas favoritas, Mad Men, tenemos un ejemplo perfecto de ama de casa de los 50: Betty Draper, la mujer del protagonista y uno de los personajes principales de la serie.
Betty es un personaje anclado a los valores más tradicionales de la época que se queda atrás frente a las otras mujeres de la serie. Cuando la gente le pregunta a qué se dedica, o si es actriz, ella responde, con una sonrisa orgullosa: I’m a housewife! Parece que le gusta ser un ama de casa porque le da cierto estatus, pero la realidad es que Betty se siente aislada en su día a día. Como muchas mujeres de la época, no tiene otra cosa que hacer que cuidar de sus hijos (aunque luego hablaremos de quién los cuida de verdad) y asegurarse de que la casa está limpia y la cena hecha cuando su marido entra por la puerta. Ella misma percibe que su valor como mujer está ligado principalmente a su belleza. Esto aparece varias veces de forma explícita en la serie: My mother wanted me to be beautiful so I could find a man. There’s nothing wrong with that. (Mi madre quería que fuese guapa para que pudiese encontrar a un hombre. No hay nada malo en eso). Este vídeo que analiza el personaje y que os recomendamos si habéis visto la serie se titula La tragedia de Betty Draper porque es trágico cómo ella es incapaz de superar la educación machista que ha recibido de su familia y su entorno. No puede encontrar su valía en otra cosa que no sea la de ser esposa y madre, aunque desde el comienzo de la serie acude a terapia porque nota que no es feliz. Como a muchas mujeres entonces, se la caracteriza como una histérica, una mujer aniñada e infantil, que además no sabe cómo criar a sus hijos: les manda a ver la televisión cuando estos expresan emociones con las que no puede lidiar, o deja que sea la niñera quien se encargue de ellos.
Superar todo esto en lo que Betty Draper cae suponía, en palabras de Friedan, «proclamar que las mujeres éramos personas, ni más ni menos». Defender que las mujeres tienen valor en sí mismas, que tienen cuerpos propios que importan, independientemente de su capacidad de cuidar a los demás. Dos mujeres que, a través del arte, criticaron y se opusieron a estas concepciones y discursos son Louise Bourgeois y Dorothea Tanning. En la sala 419 del Museo Reina Sofía tenéis una exposición denominada El cuerpo y la casa, en la que hay obras de ambas. Según la explicación de la sala:
«Ambas bucean en una dimensión liminal, interior y exterior a la vez, de la feminidad, del cuerpo y del hogar, dando forma rotunda a la violencia de las construcciones de género y valorando sus luces y sombras. De alguna manera, su tratamiento del hogar es diametralmente opuesto al del sueño americano, en el que la casa suburbana, luminosa y siempre ordenada, se construye sobre una complaciente e idílica figura femenina, dándola por supuesto».
Os dejamos aquí dos de sus obras, que forman parte de dos colecciones: Los siete peligros espectrales en el caso de Tanning y Desapareció en un silencio absoluto de Bourgeois.
Traducción Plate 7: una vez un hombre estaba enfadado con su mujer, la cortó en pequeños trozos e hizo un guiso con ella. Después llamó a sus amigos y les invitó a una fiesta de cócteles y guiso. Después todos vinieron y pasaron un buen rato.
2. Mecanismo de clase: en este caso no son los familiares los que llevan a cabo los cuidados, sino que estos pagan dinero a otras personas para que realicen los cuidados en su lugar.
Si volvemos a la pregunta de «¿Cómo llevamos a cabo los cuidados?» en el plano de los mecanismos de clase, es evidente que tenemos que hablar de las mujeres migrantes. Seguro que todas podemos imaginar rápidamente ejemplos de familias que han decidido contratar a una mujer que no es española para cuidar a un padre o madre enfermo o que ya no puede cuidarse por sí mismo. Los cuidados se delegan en estas trabajadoras porque, evidentemente, las familias que las contratan tienen dinero para pagarlas. Lo que se compra cuando contratamos a una cuidadora no son solo los cuidados en sí, sino también el tiempo que puedes dedicar a otras cosas que no sea cuidar de tus hijos o tu madre enferma. Cuando esa persona cuida, tú descansas, trabajas, te ocupas de tareas que tienes pendientes, vas al cine, ves a tus amigos. No tiene por qué haber nada malo y a primera vista puede parecer un trabajo como cualquier otro, pero consideramos que este tipo de ocupaciones pueden dar lugar a situaciones difíciles donde surgen dilemas éticos que nos parecen delicados, y que nos gustaría plantear:
Podemos pensar estas cuestiones a través de la película Libertad, dirigida por Clara Roquet.
Libertad cuenta las vacaciones de la acaudalada familia Vidal en su casa de verano. La abuela de la familia tiene Alzheimer y es cuidada por Rosana, una mujer colombiana. Rosana tuvo que marcharse de su país para trabajar y dejó allí a su hija de Libertad cuando tenía cinco años. Ahora, diez años después, Libertad viaja a España para pasar el verano en la casa de los Vidal. Ellos consideran que Rosana «es como de la familia», creen que al dejar que su hija pase las vacaciones con ellos tras años sin ver a su madre están siendo generosos y tratándola como a una más. Pero cuando Nora (la nieta mayor) entabla una amistad con Libertad, comienzan a advertirse las grietas de la situación. Siempre existe un abismo entre ellas, a pesar de tener casi la misma edad.
Libertad es consciente de ello y, cuando Nora le dice que su madre es «como de la familia» contesta diciendo: «qué descaro, ella le limpia el culo a tu abuela y el resto no lo hace». Así es: Rosana se queda en casa bañando a la abuela mientras la familia se va a disfrutar con su yate. Además, no solo cuida a la abuela, sino que tiene que sacar tiempo para realizar todas las tareas de la casa, hacer trenzas a las niñas o cantarle al bebé. Todo esto, por supuesto, con un tremendo cariño. Un cariño que al final no parece ser recíproco (no os hacemos spoiler, ved la peli). Rosana no es un sujeto, no tiene valor intrínseco, sino que es una cosa con la que pueden quedarse o no. Además, el amor que sentía por ella la abuela despertaba celos entre los hijos: externalizan los cuidados, pero no quieren externalizar el amor. Quieren que su madre les adore cuando no son ellos los que la bañan, ni la peinan, ni le dan de comer, ni la escuchan, ni la atienden cuando se pone nerviosa. De hecho, la madre de Nora le dice entre lágrimas a su hija: «te prometo que, si alguna vez pierdo la cabeza y me pones una chica para cuidarme, nunca la voy a querer más que a ti».
Rosana ha estado cuidado a otros, la han puesto a cuidar a otros a cambio de dinero. Y así, ella no ha podido cuidar a su hija, que la desprecia y observa cómo otros reciben los cuidados que a ella le hubiera gustado tener. La relación entre Libertad y Nora es complicada por eso que les separa, por la diferencia de clase: una es privilegiada, mientras que la otra es hija de la persona que cuida de la familia privilegiada.
Por supuesto, también imprescindible la película Roma, de Alfonso Cuarón, con escenas que se nos han quedado grabadas a fuego en la memoria.
Así, las personas que contratan cuidados prefieren que la trabajadora permanezca en su casa para no tener que modificar su modo de vida; que una persona externa proporcione ese cuidado que se necesita. Explican Magdalena Díaz y Raquel Martínez-Buján en Mujeres migrantes y trabajos de cuidados: transformaciones del sector doméstico en España que:
«La forma de organizar los cuidados a través del empleo del hogar responde a una estructura social familista modificada, donde se externalizan las actividades pero se mantienen dentro del hogar y en manos femeninas, es decir, replicando el modelo de organización familiar tradicional».
Sabemos que cada uno tiene situaciones concretas y complejas que le llevarán a tomar determinadas decisiones, pero lo que está claro es que Yayo tiene razón al denominar a este tipo de solución como «mecanismos de clase». De alguna manera, una mujer que cuida sacrifica su vida para atender a una persona ajena. A cambio de dinero, sí, pero sacrificando muchas cosas igualmente. Este es tan solo un ejemplo de cómo los mecanismos de clase permean los trabajos y pueden dar pie a situaciones de injusticia. Las cuidadoras deben convivir con personas con enfermedades en estados avanzados, cuidar de ellas y ser cariñosas. En el artículo citado, a través de Carmen Gregorio, se habla de que estas dinámicas «exigen cuerpos desterritorializados y disponibles a tiempo completo». Es mejor si la familia de la trabajadora no está en España, así tienen más tiempo para cuidar. O si no tienen amigas o vida social, así estarán más tiempo disponibles para la familia que las contrata y podrán tener horarios que se adapten a las necesidades de la clase media-alta o alta.
Volviendo a Mad Men, también allí vemos situaciones similares, esta vez trasladadas a la América de los años 50-60. Los Draper viven en un barrio residencial a las afueras de Nueva York. Estos escenarios tan cheeverianos nos permiten observar un sinfín de mecanismos de clase y de desigualdades. Históricamente en Estados Unidos han sido las mujeres negras las que han cuidado de los hijos blancos de las clases altas, dejando de lado forzosamente el cuidado de sus propias familias. Estas trabajadoras, como Rosana en Libertad, eran vistas muchas veces como meros objetos y descartadas sin miramientos cuando ya no se las necesitaba. En Mad Men tenemos a Carla, un personaje que sale poco pero cuenta mucho. Carla es la mujer que cuida de Sally y Bobby, los hijos de los Draper.
Durante la mayor parte de la serie, Carla es tratada por los Draper con cordialidad y educación, pero llegado el momento de despedirla, Betty, la esposa, lo hace sin ningún tipo de compasión, en un arranque de ira, y no deja que Carla se despida siquiera de los niños a los que lleva cuidando desde que nacieron. Carla cuida de los niños a pesar de que Betty no trabaja, es ama de casa. En teoría tendría todo el tiempo del mundo para ocuparse de ellos, pero elige delegar esos cuidados en una trabajadora contratada, de clase social inferior y racializada que en ese momento todavía luchaba (y todavía hoy…) por la consecución de la igualdad de derechos.
En el artículo de Díaz y Martínez-Buján se exponen los mecanismos que se suelen utilizar para la selección de las trabajadoras domésticas, y es interesante darle una vuelta:
1. Criterios de género.
2. Situación administrativa: muchas mujeres se encuentran en situación irregular.
3. Nacionalidad de origen: «las preferidas son las latinoamericanas porque son más cariñosas y pacientes». Claro, es importante que sean «cariñosas y pacientes», porque alguien que contrata a una trabajadora para que cuide a un ser querido quiere que ese cariño y ese amor estén presentes en el cuidado, pero ¿hasta qué punto es razonable pedirle a alguien que cuide y quiera por ti?
4. Se valora que sean de religión católica y que hablen español.
Identificamos así por qué las mujeres migrantes son cuidadoras: las mujeres autóctonas se incorporan al mercado laboral; las tareas reproductivas se reparten de manera desigual entre sexos y la población está cada vez más envejecida. Sin embargo, podríamos preguntarnos: ¿No hay otra alternativa a la privatización de los cuidados? ¿No hace esta privatización que los servicios sociales públicos se vean debilitados? ¿Por qué elegir el mecanismo de clase en vez de exigir unos servicios públicos que no impliquen la esclavitud de nadie? Como decíamos al principio, no somos expertas en este tema y no estamos capacitadas para ofrecer soluciones, pero lo que parece claro es que algunas formas de cuidados se parecen mucho a la esclavitud y esto tiene que cambiar. También parece claro que la privatización de los cuidados conlleva un empeoramiento de los servicios públicos, que deberían ser los encargados del cuidado de los cuerpos vulnerables: de todos ellos, no solo de los que pueden pagarlo.
Os dejamos un documento elaborado durante el confinamiento por un grupo de trabajo formado por mujeres listísimas: Aportación feminista al debate de la reconstrucción postcovid19. Hacia un sistema estatal de cuidados. El primer párrafo resume todas estas cosas y es muy iluminador:
«Una política de cuidados entendida como una política de transición tiene un doble objetivo: resolver la urgencia al tiempo que ir sentando las bases de un cambio sistémico. Desde esta perspectiva, los cuidados son entendidos desde una doble óptica: como paradigma social y como principio orientador en la reinvención del propio Estado del Bienestar (EB) yendo más allá de la triada estado-mercado-hogares y avanzando hacia la idea de lo común; y como política pública propia e identificable dirigida a la configuración de una reorganización socialmente justa de los cuidados. El aterrizaje de una política de cuidados entendida de este modo tomaría la forma de un sistema estatal de cuidados que garantice cuidados dignos y universales a lo largo del ciclo vital de las personas».
La farsa colectiva de hoy podría ser el «es como de la familia» pronunciado por las familias ricas haciendo referencia a su servicio (vaya palabrita). También podría ser la creencia de que las mujeres nacemos cuidadoras, con una capacidad infinita de amar y de poner por encima de nosotras a los demás. O, también, que cuidar es muy agradecido y que merece la pena por encima de todo, escondiendo el profundo agotamiento y sufrimiento que causa en muchas ocasiones. Pero, sobre todo, una gran farsa es pensar que solos (individualmente) podemos vivir, que no necesitamos de los otros. Ayer, en Deforme Semanal, Isabel y Lucía hablaban del autocuidado y cómo muchas veces entraña formas concretas de egoísmo. Claro que tenemos que cuidarnos a nosotras mismas, pero sin olvidar la necesidad de tener otros cuerpos cerca, siempre dispuestos a darte la mano cuando estás a punto de caer o cuando el dolor te está consumiendo.
Os dejamos para terminar una de nuestras canciones favoritas, la que tantas veces nos ha salvado.
*La foto de la portada de la carta de hoy es de la fotógrafa Chloë Gribbin, que hizo una crítica de la revista Housekeeping Monthly poniendo bolsas en la cabeza a las mujeres realizando tareas del hogar.
Adelante,
Inés & Paula
Cuidados
Maravilla, como siempre.
Yayo es 🔝💜
Hola Inés y Paula:
Os he descubierto hace poco y es un placer leer vuestras cartas y escucharos.
Qué necesario hablar de los cuidados y qué valiosas vuestras reflexiones.
Yo tengo la sensación, quizá equivocada, que además de lo que planteáis, es necesario no solo poner el foco en los cuidadores, sino también en los que reciben esos cuidados. Es verdad que se habla de cuidados dignos, pero creo que las respuestas que se dan o que se proponen buscan soluciones que no terminan de tener en cuenta cómo se sienten los que necesitan esos cuidados. ¿Para quién es ese bienestar? En teoría para cuidadores y cuidados, pero cuando se plantea institucionalizar esos cuidados me pregunto si es lo que realmente necesitan. A mí me entran escalofríos cuando escucho propuestas como guarderías desde los 0 años. De esas iniciativas se traduce un gran desconocimiento de la infancia, de sus necesidades, los niños/as necesitan a sus figuras de apego para un buen desarrollo psicológico. Que un bebé pase ocho horas en una institución, fuera de su casa, compartiendo la figura cuidadora con otros bebés no es la mejor opción para ese niño/a. ¿Qué pedirían esos bebés si pudieran hablar? ¿Cómo se sentirán? Puede que haya quien diga que no es para tanto que están cuidados y cubiertas sus necesidades. Yo pienso que se adaptan porque no queda otra, pero sus necesidades psicológicas no se tienen en cuenta, ni las del padre o madre que se incorporan al trabajo cuando a lo mejor lo que les piden sus entrañas en ese momento es cuidar de su hijo/a. Con esto no quiero decir que sea incompatible tener hijos con trabajar, pero hay que buscar más opciones. ¿Y por qué no, parar un tiempo, pero no cuatro meses sino un año o dos (uno la madre y otro el padre por ejemplo)? O buscar otros modelos en los que pequeñas tribus se ayuden unos a otros.
Es un problema muy complejo y es importante ver con los ojos de todos los implicados.
Del mismo modo los mayores ¿Qué quieren, qué necesitan? Dejar su hogar, su entorno familiar, para vivir en una institución. No lo sé, entiendo que a veces no queda otra pero me pregunto ¿Qué sentiré si no puedo valerme por mí misma? ¿Quién me gustaría que me cuidara? ¿Dónde me gustaría vivir y dónde me sentiré segura? Tenemos que escucharles y ponernos en su lugar.
Se me ocurren más cosas pero no quiero alargarme demasiado y eso que a mí me encanta la extensión de vuestras cartas.
Os sigo leyendo y escuchando.
Muchas gracias.
Cristina.