Queridísimas lectoras:
Esperamos que estéis bien y disfrutando de la irreversible irrupción de la primavera, si es que ha llegado allá donde estéis (si nos leéis desde el otro lado de Atlántico, sorry). Nosotras estamos contando los días para que termine el curso escolar, al que seguimos inevitablemente atadas. Queremos agradecer a las personas que nos estáis enviando cartas al correo, tal y como os pedimos en la última Punzada Sonora. Nos hace mucha ilusión leeros y reflexionar sobre lo que nos contáis y leeremos algunos fragmentos en el próximo episodio.
En la última carta hablábamos de la charla «Utopías y distopías de ciudad» que se realizó en el Ateneo en el marco de La noche de los libros. Contábamos algunas de las interesantes reflexiones que hicieron Isaac Rosa, Lara Moreno y Sergio C. Fanjul acerca de la fatiga distópica y del folclore que se ha creado acerca del fin del mundo. Así, parece que solo hay dos opciones de futuro: la distopía o la salvación. Sin embargo, no solo el futuro se plantea de forma dicotómica, hay otras dicotomías recurrentes (se nos ocurre, claro, la de de campo / ciudad). Contaban los escritores que los extremos, como las distopías, tienen un gran potencial ficcional. Pero, ¿qué pasa con lo intermedio, con lo cotidiano y lo invisible? ¿Es posible un futuro sin roturas de presas, ciudades inundadas donde los tiburones devoran personas en supermercados y sin meteoritos cayendo? Hoy queremos reflexionar acerca de estas cosas: de lo cotidiano, lo intermedio. Y, por supuesto, ver qué papel juegan en las ficciones que consumimos hoy en día.
En el artículo de Fernando Broncano, «espacios intermedios», se explica a través de las ideas de Lefebvre que en la dicotomía sujeto / objeto parece que la filosofía, la política y la cultura se han olvidado de la importancia de los objetos en la vida cotidiana y de la importancia de los objetos para articular discursos políticos. Esto sucede también en las ficciones: las salas de cine y las plataformas de streaming están llenas de películas donde el espectador no tiene ni que hacer un esfuerzo por elegir o por pensar, todo viene masticado. Bien vs Mal, Luz vs Oscuridad, tramas facilonas y personajes arquetípicos que en nada se parecen a las personas reales. En la carta anterior hablábamos de que muchas historias de ficción reflejan escenarios post-apocalípticos donde la especie debe abandonar el planeta o luchar para sobrevivir en unas condiciones impensables después del puñetero ecocidio inminente. También señalábamos que esas ficciones apenas dejan espacio para pensar posibles soluciones a los problemas que plantea vivir en un planeta de recursos finitos con un sistema de consumo y producción que necesita del crecimiento constante para mantenerse vivo. Estas ficciones apenas se detienen en lo que Lefebvre llama «momentos»: «Los momentos son articuladores de sentido como los silencios lo son de la música», dice Broncano respecto a esta idea del pensador francés. «Momentos» aquí quiere decir «momentos cotidianos». Estos momentos son «repeticiones significativas», cargadas de sentido, dentro de la rutina de nuestro día a día. Lefebvre dice que estos momentos son «productores de presencia», y habla, cómo no, de su momento favorito, el «momento del amor». Citando a Broncano sobre este tema: «El amor define un relato que crea discontinuidad en lo cotidiano, que exige una forma particular de atender al otro y a su circunstancia. Si no reconoces el momento del amor es que no estás en el momento del amor».
Jonathan Franzen, en el prólogo de Personajes desesperados, una novela de Paula Fox, dice que ha leído el libro más de cinco veces y que siempre encuentra en él nuevas capas de significado. La novela trata de un matrimonio en Nueva York en los años 60. A ella le muerde un gato callejero. Él se separa de su socio de bufete de abogados. Luego, una serie de gestos y escenas que evidencian las finísimas y abismales grietas de su matrimonio. Nada más, nada menos. Y Jonathan Franzen, después de leer el libro cuatro veces y sin poder decidir si el final es feliz o no, que dice: «Me consolé con la idea de que la buena ficción se define, en gran medida, por su negativa a ofrecer las respuestas fáciles de las ideologías, las curas de una cultura terapéutica o los sueños con final feliz de los espectáculos de masas». En esta novela de Paula Fox y en muchas otras ficciones que nos gustan gobierna lo cotidiano. En contraposición a lo que Inés llama las pelis de pum-pum, últimamente nos estamos acercando a ficciones que destacan la importancia de las rutinas de los personajes, que encuentran la belleza y el drama en lo que nos sucede día a día. Es evidente que la mayoría de nosotras no viviremos a lo largo de nuestra vida grandes dramas cinematográficos (aunque recientemente estemos viviendo algunos dramas colectivos que darían y han dado para un sinfín de historias); no pelearemos contra el lado oscuro de la fuerza con espadas lásers ni revertiremos el snap de Thanos con la ayuda de nuestros amigos. A Paula le gustan las pelis de pum-pum, particularmente las dirigidas por los hermanos Russo en Marvel o las cuatro últimas entregas de Misión Imposible. También va al cine a ver Batman. Inés no. Esta escisión todavía no ha provocado un cataclismo en nuestra amistad porque a las dos nos gusta ver pelis que no tienen nada que ver con historias de héroes y villanos. La dos últimas películas que vimos juntas en el cine fueron La peor persona del mundo y El acontecimiento (aunque podríamos decir que la Annie Ernaux que abortó en la Francia de los años 60 es nuestra clase de heroína).
¿Cuáles son los acontecimientos importantes en la ficción? ¿Qué es un acontecimiento en la vida de una persona normal y corriente? Podríamos distinguir dos tipos de acontecimientos, los que nos suceden a nivel colectivo y los que podríamos llamar «individuales»:
· Acontecimientos colectivos: pandemia, guerra, crisis.
· Acontecimientos individuales: enamoramientos, muertes, enfermedades, rupturas, hijos, graduaciones, viajes, trabajos…
Si tuvierais que dibujar una línea con los acontecimientos de vuestra vida, ¿qué señalaríais? ¿Señalaríais los acontecimientos colectivos, los individuales o ambos? ¿Qué relación hay entre ambos tipos de acontecimientos? Sin duda las grandes crisis determinan y marcan nuestras vidas, pero también lo hacen esos acontecimientos que tienen lugar al margen del bullicio del mundo, en la silenciosa oscuridad de una habitación o de una calle poco transitada. Esa despedida y todo lo que trajo después, una enfermedad repentina, la lectura de un libro, el visionado de una película o haber conocido a una persona que cambió tu vida. Para pensar acerca de estas cuestiones traemos algunos «momentos elegidos» de algunas ficciones que fueron un acontecimiento para nosotras:
Uno de nuestros acontecimientos favoritos en ficciones es el momento en que Matthias busca a Maxime por toda la casa mientras él le espera sentado en el garaje (en la película de Xavier Dolan Matthias & Maxime). No se rompe ninguna presa como suele suceder en las películas de catástrofes, pero también se rompe algo grande antes y durante ese beso de Matthias y Maxime. Esta escena fue un cataclismo en la vida de Inés, igual que ver la película El acontecimiento, de Audrey Diwan (basada en la novela de Ernaux) fue un gran acontecimiento para ambas. Cuando salimos del cine Inés no podía hablar, solo podía pronunciar la palabra «terrorífico». Y no es un terror producido por grandes matanzas o cuerpos sangrantes, sino por la angustia que produce acompañar a la protagonista en su agonía y, también, en su decisión de ser libre. Algo parecido sentimos al ver Nunca, casi nunca, a veces, siempre, de Eliza Hittman (también una película sobre una chica que aborta). Las protagonistas transitan espacios cotidianos: a Annie le ponen las sondas para abortar en la cama de una habitación típica de un matrimonio cualquiera. La mujer que se lo hace lleva un moño y un delantal y ninguno de sus vecinos sospecha que en esa casa se están haciendo abortos. Nadie imagina que en ese espacio corriente las mujeres se juegan la vida con la esperanza de poder vivir una vida que sea suya. Nadie imagina, por tanto, que en esa habitación hay mujeres cambiando el curso de la historia, rompiendo con lo establecido.
En el caso de Nunca, casi nunca, a veces, siempre, la protagonista vive su agonía silenciosa en autobuses, estaciones de metro y baños públicos: en espacios intermedios, cotidianos. Igual que el beso de Matthias y Maxime tiene lugar en un garaje cualquiera una noche lluviosa y, pese a la importancia radical del momento, no parece que el mundo vaya a pararse. Sin embargo, de alguna manera, se para. Donde sí se produce una parada del mundo literal es en la maravillosa película La peor persona del mundo: la protagonista pulsa un botón y el mundo se detiene. Solo ella y otra persona mantienen la capacidad del movimiento y la acción: el hombre con el que está a punto de engañar a su pareja. Quizá esto es lo que nos pasa cuando vivimos un acontecimiento en nuestra vida o nos sumergimos en una ficción en la que un personaje lo está viviendo: es como si hubiéramos pulsado un botón y todo lo que está pasando fuera no importa. Estás atrapada en ese acontecimiento, en un territorio intermedio más allá de los extremos dicotómicos: en un momento que nada tiene que ver con salvarse o morir. Suponemos que tiene que ver, simplemente, con vivir.
Otra de las ficciones que evidencian la importancia de lo cotidiano es Crashing. Tenéis que verla porque es una creación de la genial Phoebe Waller-Bridge anterior a Fleabag y porque podéis ver al VIZCONDE QUE ME AMÓ haciendo de mamarracha fantástica (imposible no quererle). Crashing es quizás un ejemplo de cotidianidad ficticia un poco loca, porque habla de un grupo de jóvenes que viven en un hospital, pero de lo que habla es esencialmente de cuestiones de amistad y amor y sobre todo, de falta o incapacidad de comunicación. Un momento elegido en Crashing: cuando Lulu (Phoebe) y Anthony, amigos de toda la vida y evidentemente enamorados son incapaces de confesar sus sentimientos el uno por el otro y acaban jugando a un juego cómico pero doloroso para el espectador. Aquí (por alguna razón mágica la serie está subida a YouTube) desde el minuto 16.07:
Lulu: I’m sorry I flirt with you too much.
O también podemos pensar en la película Chavalas, de Carol Rodríguez Colas. El momento en el que Marta (Vicky Luengo) vuelve al barrio donde creció y del que «escapó» para llevar una vida moderna y cool en Barcelona y se junta en el bar con sus amigas del instituto. Estando en la terraza, aparecen «las chonis del instituto» y Marta se ríe de ellas y todo empieza a desmoronarse cuando ve que sus amigas no la acompañan en la burla, que las chonis del instituto ahora forman parte de lo socialmente aceptado, que ella está más fuera que nunca del sitio donde creció. (Algún día escribiremos una carta sobre alejarte de tus amigos del instituto y sentir que no puedes volver atrás). Una de las cosas que suceden en los momentos cotidianos que son acontecimientos es que su relación con el tiempo parece distorsionarse. Marta, en Chavalas, se siente perdida y estancada y con mucho miedo de volver a caer en su vida de antes. Para eso intenta huir de su lugar de origen. Justo lo contrario que Eva en la maravillosa e hipnótica La virgen de agosto, de Jonás Trueba. Otro momentazo: cuando Eva se acerca por primera vez a Agos en el Viaducto de Segovia, en Madrid, al ver que este está fumando más allá de los paneles que colocaron para evitar que la gente se tirase (por algo se conoce al sitio como «el puente de los suicidas»). Eva se cuela por debajo a pesar de que él parece querer estar solo y se anima a contarle la historia de los amantes del puente, ella rica y él pobre, un «Romeo y Julieta» madrileño que al final acaba bien. A Eva también le sale bien la jugada, pero para saber por qué tenéis que ver la película (una de nuestras favoritas, por cierto, en HBO).
Para esta carta le hemos pedido a Adrián Viéitez que nos recomiende algunas pelis donde lo cotidiano brille y nos ha regalado esta lúcida reflexión sobre el cine:
Es bastante estimulante plantearse, en relación al cine contemporáneo, cómo se suele pensar el motivo de lo cotidiano, y sobre todo hacerlo centrando un poquito el concepto, sin caer en simplificaciones críticas que dejen de lado los códigos —o herramientas— de las que puede disponer el cine como lenguaje a la hora de aproximarse a esta cuestión. La confusión central, diría yo, es la de transponer costumbrismo en el lugar de lo cotidiano-en-sí, y de este modo el día a día se tematiza, se aplana formalmente. En esas ficciones propias del cine realista que se viene reproduciendo y celebrando en el mundo de los festivales y los premios uno cree advertir una cotidianidad en cierto modo comercializada —piénsese, por ejemplo, en Nomadland, ganadora del Oscar el año pasado—. Me interesa pensar, y a eso voy, en lo cotidiano como una poética, como una premisa formal: algunos documentales como En construcción, de José Luis Guerín, o 24 City, de Jia Zhang-Ke, recogen bien esta idea de que la vida del día la construyen esencialmente las personas compartiendo infraestructuras, existiendo en común. El cine asiático ha entendido bien este pulso desde hace tiempo: citar aquí a Yasujiro Ozu sería casi una redundancia, pero conviene por ejemplo recrearse en la cadencia del cine de Edward Yang, en la bisagra occidentalizante de una Taiwan culturalmente ambigua. Aunque en lo puramente fenoménico sus películas no tematicen lo cotidiano, sino que más bien al contrario asuman posiciones de gran fuerza dramática, creo que la suya es una forma clara de hablar del ritmo que tienen las cosas de suceder, todo ello sin hacer gala de ese costumbrismo autoral que no puede leerse en una clave que no sea elitista: se contrapone a la lógica narrativa del cine clásico, a la peripecia y el descubrimiento, pero en esa contraposición se acaba toda su fuerza. El cine de Kelly Reichardt, por colocarnos en el centro de los mismos Estados Unidos, no necesita renegar de otros cines para lanzar su mirada justa sobre el mundo. En Old Joy, por ejemplo, el agua corre con tanta tranquilidad que uno pensaría que el mundo está a punto de morirse —pero es más bien al contrario, que no suceda nada es lo más habitual, es lo propio de lo cotidiano, el día a día no es una trama dada, es más bien una forma de fluir—. La violencia, claro, también forma parte de nuestra vida cotidiana, pero aparece casi siempre sin matizados costumbristas. Chantal Akerman lo sabía bien: antes y después de los momentos de sufrimiento bien podríamos estar pelando patatas.
La farsa colectiva de hoy sería pensar que solo los grandes acontecimientos cambian el curso de la historia. La Revolución Francesa, el covid o la II Guerra Mundial son, sin duda, grandes acontecimientos que cambiaron la historia. Sin embargo, en esta carta queríamos reivindicar otros acontecimientos: los que quizá no cambian el curso de la historia de manera evidente e inmediata, pero sí de nuestra historia. Aquellos momentos que nos punzan, nos atraviesan y nos transforman. Y lo hacen de forma silenciosa de cara a los demás (al mundo), solo íntimamente notamos su sacudida. Una sacudida ruidosa que puede arrasar todo tu cuerpo en cuestión de segundos. Volviendo al artículo de Fernando Broncano, dice:
«Los espacios y tiempos intermedios son los ámbitos donde discurre la vida cotidiana y se originan los significados, planes de vida y relatos de identidad. Constituyen la escala humana: ni descienden a lo nimio e insignificante, ni, por el contrario, se elevan a las descomunales escalas de lo histórico y social, allí donde se disuelven las capacidades de comprensión y desfallece el poder de las personas».
Broncano escribe sobre esta importancia de lo cotidiano y lo intermedio en contraposición a los grandes relatos históricos y sociales y reivindica a pensadores (Simone Weil, Antonio Gramsci, Henri Lefebvre, Herbert Marcuse o Guy Debord) que han pensado en estos espacios intermedios: «entre lo micro y lo macro, entre lo cotidiano y la historia, entre la vecindad y la sociedad y el estado».
Os dejamos unas obras de pintoras americanas que formaron parte del movimiento impresionista (Cassatt y Day) y realista (Nourse). Nacieron en el siglo XIX y pintaron la vida social y privada de las mujeres. Fueron además consideradas «Nuevas mujeres»: un nuevo tipo de mujer que no se casaba, que no dependía económicamente de un hombre porque desarrollaba una carrera o profesión. En otro momento hablaremos de estas interesantísimas artistas, hoy os dejamos algunas obras que ilustran la vida cotidiana de las mujeres:
Mary Cassatt:
Ellen Day Hale:
Elizabeth Nourse:
Para terminar, unas lindísimas canciones:
Jimena Amarillo habla en sus canciones del amor desde la cotidianidad. Nos encanta su cafeliko y sus mandarinas en la cocina:
Ven a mi casa a comer mandarinas / Y después lo hacemos en la cocina / Ya todo me da igual, solo te quiero besar
Ven a cambiar la botella de butano / Ven a esperar a que sea verano / No sé qué duele más, si mirarte o pensar
Tengo un dolor en el pecho en el cora / Que nadie me puede quitar / Llevo unos días que no pienso en nada / De resaca sentimental
Hacemos aquí una reivindicación: ya basta de calificar como “ridículas” o “simples” las letras de chicas que hablan del amor desde la cotidianidad. Sí, nos volvemos locas esperando mensajes del puto instagram. Igual no tiene la profundidad poética del “locus amoenus”, pero nos da igual. En efecto, nos pasan cosas cuando Amaia dice: Qué haces en tu día a día / Te miro las fotos / Pero no le doy al corazón.
Y, por supuesto:
La luna se refleja en mis uñas mordidas
Estoy pasando frío porque me he olvidado el jersey
Mis amigos dicen que está mal y que tendría que acabar ya
Pero yo sigo temblando al ver que llega, que llega un mensaje tuyo
Adelante,
Inés & Paula