«Qué rápido transformas
la energía que la vida te arroja
en arcos y flechas de arte».
(El padre de Lena Dunhan reprendiéndole)
Queridísimas lectoras:
¿Cómo estáis? ¿Habéis tenido una buena semana? La nuestra ha sido un poco loca. No paramos con Punzadas, y, mientras esperamos la lluvia que en algún momento tendrá que llegar estamos preparando un montón de cosas interesantes. Como sabéis, este es un proyecto que nos tomamos muy en serio y al mismo tiempo es un proyecto muy personal, que nace de las cosas que nos suceden de verdad. A raíz de eso hemos estado pensando estos días en la importancia de poder volcar las cuestiones complejas en algún sitio. En la carta de hoy queríamos hablar sobre formas artísticas a través de las cuales las personas han canalizado sus miedos, traumas, angustias y dolor. Pensamos en la escritura confesional, en la autoficción que tan de moda está, en ejemplos de arte pictórico y audiovisual. ¿Puede la creacción artística ayudarnos a superar el dolor? ¿Es un mito eso de que «escribir alivia»?
Empezamos con San Agustín, quien en sus Confesiones escribe sobre su juventud pecadora, su carrera académica o su conversión al cristianismo. Es decir, escribe a partir de sus experiencias personales. Dice: «¡He aquí mi corazón, Dios!» / «Aquí tienes ante ti, Dios mío, el vivo recuerdo de mi alma». Sin embargo, el target de San Agustín al escribir esto no es Dios, sino la estirpe humana. Su propósito es que él y cualquiera que lea la obra «pensemos desde qué enorme profundidad hemos de gritarte [a Dios]». También se pregunta: «¿Y qué hay más cercano a tus oídos que un corazón que confiesa y una vida desde la fe?». Lo de la fe nos da bastante igual, pero es interesante la cuestión de la confesión y que narre incluso las reacciones de sus padres a su conducta sexual. Vemos su narración de este despertar cuando escribe cosas como esta:
«¿Y qué era lo que me deleitaba, sino amar y ser amado?» (no podemos culparle por esto).
«Emanaban neblinas de la cenagosa concupiscencia de la carne y del desenfreno de la pubertad. Y ofuscaban y empañaban mi corazón, de modo que no se podía distinguir entre el cielo azul del afecto y el nubarrón de la pasión.» (Annie Ernaux agrees).
San Agustín se pone a sí mismo como mal ejemplo para que quienes lo leen no repitan sus errores. Quince siglos después, muchas mujeres utilizarían sus propias experiencias llevadas al plano artístico como catarsis y como advertencia (no porque quieran ser amigas de cristo rey, si no porque quieren estar bien). Vamos a ver algunas de ellas:
Quizás Natalia Ginzburg no opine como nosotras, porque el otro día leímos esta frase suya en twitter que nos rompió el corazón: «Has de darte cuenta de que no puedes esperar consolarte de tu dolor escribiendo». Nos llevamos las manos a la cabeza y nos preguntamos si sería verdad (Paula especialmente empezó a panicar). La intuición que tuvimos al leerla es que es mentira, que la escritura y la creatividad sí tienen cierto poder a la hora de sanar heridas, pero, al mismo tiempo, sabemos que en una creencia tan extendida es posible que haya algo de mito. Creemos que es un mito que si estás en la mierda más absoluta puedas crear nada. También es un mito la figura del escritor maldito que escribe toda la noche y fuma y bebe güisqui (o whiskey o whisky o wiski). Eso lo hacían antes algunos, pero ahora seguramente los escritores madruguen, se coman unas gachas de avena con nueces y chía, hagan un poco de yoga y después, ya si eso, a escribir. En esta página web podéis ver las rutinas creativas de algunos de los escritores más influyentes de la historia de la literatura. Ojo a los ritmos circadianos de Kafka, ese señor necesita una tila o dos (¿No será paisano? Se echaba siestas de cinco horas…). Con wiski o con zumo de cilantro, la verdad es que es una creencia muy extendida que escribir o realizar algún tipo de actividad creativa puede ayudar a las personas a aliviar el dolor, a superar traumas, a atravesar momentos complicados. ¿Cómo se hace eso? ¿A través de la ficción, autoficción, literatura confesional?
Giovanna Rivero, escritora boliviana, en una charla reciente para el Taller de Escritura Clara Obligado, decía: «Todos los personajes tienen una herida que yo misma cargo». Y también: «No se puede lastimar a los personajes con heridas que no son tuyas». Incluso en la ficción vemos que, aunque imaginemos personajes muy alejados de nosotros mismos, siempre hay algún poso de realidad en lo que les pasa. Y que muchas veces a través de la ficción los escritores vuelcan episodios de su propia vida. La escritura confesional no tiene por qué darse en forma de diario o carta o memorias. Puede estar mezclada con la ficción, con lo que «no existe» (aunque en Punzadas sabemos que la ficción existe, que el plano de lo real es mucho más amplio de lo que imaginamos). Os recomendamos muy encarecidamente el libro de Rivero, Tierra fresca de su tumba, editado en Candaya.
En uno de nuestros podcasts favoritos, Reinas del grito, Desirée de Fez conversa con escritoras sobre el miedo y la relación de este con su escritura. En el episodio con Mariana Enriquez (te queremos, Mariana) hablan de qué pasa cuando eres escritora de terror y tienes miedo. ¿Es compatible? ¿Es incluso preferible? ¿Hay algo en la escritura que te posibilita atravesar ese miedo de manera más fácil? Enriquez dice: «La persona que trabaja con el género [de terror] está investigando y también se está investigando a sí mismo, por qué le pasa eso». Os dejamos el episodio, que es interesantísimo:
Lorde, en la canción Writer In The Dark, dice:
In our darkest hours, I stumbled on a secret power / En nuestros peores momentos encontré un superpoder secreto
I’ll find a way to be without you, babe / Encontraré la manera de estar sin ti, cariño
Ese superpoder secreto es la capacidad de transformar el dolor que siente Lorde después de una ruptura. Ella misma dice que Melodrama, el álbum, no solo trata de una ruptura, es también un álbum sobre estar sola. En Writer In The Dark se explicita esta transformación de la soledad y el dolor en arte y se formula también una advertencia:
Bet you rue the day you kissed a writer in the dark / Seguro que te arrepientes del día que besaste a la escritora en la oscuridad
Now she’s gonna play and sing and lock you in her heart / Ahora va a tocar y cantar y encerrarte en su corazón
Es decir, cuidado, acercarse a alguien que escribe es arriesgarse a acabar convertido en personaje (y este es un aviso serio a todos nuestros allegados).
Escribir es un acto solitario. Aunque después en el proceso de confección de un libro entren muchas otras personas (editores, correctores, maquetistas, diseñadores…), el primer paso casi siempre se da en soledad. Incluso si alguien escribe desde un taller o un grupo de escritura, el momento de enfrentarse al teclado o a la página en blanco (recomendamos los cuadernos de Trolls Paper, un buen cuaderno no es ninguna broma) es inevitable. Es curioso pensar, entonces, que la literatura confesional y el posible proceso de sanación de una herida se da en la más absoluta soledad, por lo menos mientras la persona escribe. Annie Ernaux, en esta entrevista en Jot Down dice que su obra es un «relato sociobiográfico», es decir, no solo habla de su propia vida, sino que intenta trascender la misma para ofrecer un relato del contexto y el entorno. Contar su vida es contar la vida de las mujeres de su época que nacieron y se criaron en familias humildes y que escalaron posiciones sociales mediante el trabajo. «Las cosas me pasan para que las cuente. Y el verdadero fin de mi vida es quizás solo ese: que mi cuerpo, mis sensaciones y mis pensamientos se vuelvan escritura». Es una afirmación fuerte, ¿no? Vivir por y para escribir. Esperar, quizás, de alguna manera, que la escritura te salve de algo.
Le hemos pedido a nuestra querida Marta (@vetustamarta) que nos escriba unas palabras sobre Memoria de chica, de Ernaux:
Escribir también puede ser una manera de vivir lo sucedido a través de la disociación de una misma en narrador y personaje. Annie Ernaux en Memoria de chica decide alejarse de sí misma y nos habla sobre su yo del pasado: «la chica del 58» es una Annie adolescente que se aleja por primera vez de sus padres y de su ciudad para trabajar en un campamento de verano. Sin embargo, cincuenta años después, la Annie narradora logra mediante la escritura rememorar una temporada nublada por los traumas.
Solo la Annie que escribe sobre lo acontecido 50 años atrás es la que comprende de verdad a la «chica del 58». Únicamente alejándonos de la realidad podemos entenderla del todo, podemos analizar sus componentes y diseccionar quiénes fuimos para poder saber mejor quiénes somos. Tal y como afirma en la página 102: «Me parece que he sacado de la cárcel a la chica del 58 [...]. Puedo decir: ella es yo, yo soy ella». De ahí la razón por la cual Ernaux escribe: por su deseo vital de comprender lo que ha vivido.
En Punzadas somos muy escépticas con esto de depositar esperanzas de salvación en una única actividad. Por ejemplo, Punzadas nos ayuda a desentrañar muchas cosas que nos pasan y que sufrimos, pero esto no nos quita de tener que atravesar ese dolor. Aun así, hay algo que no sabemos muy bien describir y que sucede cuando escribimos y creamos. Suponemos que también el hecho de tener un proyecto propio y personal, donde nadie nos dice lo que tenemos que hacer (hasta que nos vendamos a futuros patrocinadores) nos sienta muy bien. Pero, más allá de eso, ¿hay algo en el acto de escribir único y especial? Ernaux dice:
«Para mí, escribir es descubrir. A través de muchas cosas. Nunca empiezo a escribir un libro con un plan sobre lo que tengo que decir o a dónde debo llegar. Jamás. Para mí escribir es como saltar de un trampolín, como lanzarme a la piscina. Cada libro es un viaje de descubrimiento.»
Esta idea la comparte Joan Didion en su entrevista en The Paris Review, cuando dice: «Cuando escribo una novela nunca sé qué estoy haciendo y el hilo real no surge hasta que estoy terminándola». Es decir, escribir = descubrir. Didion tampoco concibe la escritura o la creación literaria como algo misterioso, místico o mágico: «Es mucho más arbitrario de lo que creen quienes no se dedican a esto». Esto también puede ser verdad. A todas nos ha pasado el estar en una clase analizando un texto y pensar: «¿De verdad Machado quería decir todo esto?». «¿No será que simplemente le sonaba bien?». Igual nunca lo sabremos. Tampoco importa. Desde cuentistas a poetas y ensayistas, la literatura del yo y su fusión con otros géneros tiene cada vez más cabida en las mesas de novedades y las listas de más vendidos. Florecen las editoriales independientes que se dedican a editar libros intimistas y nosotras… bueno, nosotras decimos: adelante. Sigue nuestra querida Ernaux: «Mis libros, desde el primero, no tratan de algo personal solamente, es algo que se vuelve más general. Es decir, cuando uso el «yo», es un yo transpersonal, no es un solo yo que se refiere a mi persona, es un yo que contiene mucho más que un «él», un «ella», un «ellos»… Siempre escribo desde esa perspectiva». Dice también que le parece reduccionista que la etiqueten como parte de la literatura del yo. «Se ha creado una imagen de que la literatura del yo es lo opuesto a la ficción». Nosotras pensamos que eso no es así, que la literatura del yo y la ficción, ahora más que nunca, están inevitablemente mezcladas, y que los textos que salen de esa fusión merecen ser leídos y comentados (de ahí que se hayan agotado las plazas enseguida para nuestro club de lectura).
Quizá otra persona que piensa en ese yo transpersonal que nombrábamos es Hannah Horvath, personaje de Girls (HBO), cuando les pide a sus padres que sigan dándole dinero para poder perseguir su sueño de ser escritora porque, dice: «creo que soy la voz de mi generación… o al menos la voz de una generación».
Lena Dunham explora la frontera entre la realidad y la ficción, se retrata de manera honesta a través del personaje de Hannah. Aborda sus problemas de ansiedad, su trastorno obsesivo compulsivo, su adicción a las pastillas, sus encuentros sexuales, sus relaciones familiares y amistosas, etc. Hannah es su alter ego, una versión de Lena que ha ido transformándose, separándose y alejándose de ella. Sin embargo, también incorpora muchísimo de sí misma. De hecho, admite que no se ve capaz de representar a un personaje que no sea ella misma, por lo que no quiere ser actriz.
En su libro No soy ese tipo de chica aclara que esta obra no es ficción. Estos son algunos de los títulos de las secciones: «18 cosas inverosímiles que he dicho flirteando», «Enamorarse», «La terapia y yo», «Algo que lamento». De hecho, en la introducción escribe cosas como estas: «Tengo veinte años y me odio a mí misma. Mi pelo, mi cara, la curva de mi barriga. […] Acabaré viviendo en un psiquiátrico para cuando cumpla los veintinueve. Nunca llegaré a nada». Lena nos cuenta sus miedos, sus experiencias traumáticas, sus adicciones, sus relaciones con los demás y con su propio cuerpo, etc. Nos deja husmear en su intimidad. Dice:
«No hay nada más valiente para mí que el que una persona anuncie que su historia merece ser contada, sobre todo si esa persona es una mujer. Por mucho que hayamos trabajado y muy lejos que hayamos llegado, aún hay muchísimas fuerzas que conspiran para decirles a las mujeres que nuestras preocupaciones son insignificantes, que nuestras opiniones no hacen falta, que carecemos de la seriedad necesaria para que nuestras historias cuenten. Que estos escritos personales hechos por mujeres no son sino un ejercicio de vanidad y que deberíamos valorar este nuevo mundo para la mujer, sentarnos y cerrar la boca».
Lena cree que una mujer que hace una crónica de su vida está realizando un acto radical. Y, además, está ayudando a las demás a no cometer los mismos errores: «Evitar que llegues a practicar esa clase de sexo en la que tienes que dejarte las zapatillas puestas por si quieres salir corriendo en pleno acto». Contar sus historias no solo le sirve a ella para mantenerse cuerda, sino que pretende hacernos el camino más fácil a las demás. En la serie, su terapeuta le pregunta si escribir le llenaba cuando lo consideraba su primera opción profesional. Hannah responde que no lo sabe, pero que le gustaba por su capacidad de provocar cambios. A ella muchos escritores le ayudaron a forjar su visión del mundo y supone que ella querría hacer lo mismo por otras personas.
Qué acto de generosidad ofrecer tus miedos e intimidad a los demás para evitarles dolor y sufrimiento, ¿no?
En otro tipo de arte, la artista confesional por excelencia es Louise Bourgeois:
En su obra la introspección se cuela en el proceso creativo, de manera que hay una estrecha relación entre el arte, el trauma, el miedo, el dolor, la memoria o la fragilidad. Es un arte terapéutico, surge de un instinto de supervivencia. La propia Bourgeois dice: «El arte es garantía de cordura. Es lo más importante que puedo decir». Su obra está compuesta e influenciada por sus historias, su infancia y, en gran medida, por su familia. De hecho, ella misma cuenta la siguiente historia:
Me sentí atraída por el arte porque me aislaba de las difíciles conversaciones de la mesa donde mi padre se jactaba de lo bueno y maravilloso que era… Cogí un pedazo de pan blanco, lo mezclé con saliva y moldeé una figura de mi padre. Cuando estaba hecha la figura, empecé a amputarle los miembros con un cuchillo. Considero esto como mi primera solución escultórica. Fue apropiada para el momento y me ayudó. Fue una importante experiencia y determinó ciertamente mi dirección futura.
Tenemos que confesar que a nosotras a veces también nos entran ganas de cortarles extremidades a los miembros de nuestras familias, pero nos reprimimos. Toda la obra de Bourgeois está atravesada por la relación con su padre, la muerte de su madre, el miedo a la pérdida y al abandono, los recuerdos de su infancia y sus obsesiones, como las arañas. ¿Hace Bourgeois, como Lena, arte del trauma? De Bourgeois se ha dicho que «su trabajo es tan autobiográfico e impudoroso que asusta». ¿No sucede esto también con Lena, que muestra tanto de sí misma que a veces asusta e incomoda? ¿Nos asusta la honestidad y la sinceridad más descarnadas?
La famosa obra The Destruction of the Father de Bourgeois asustó a mucha gente. Sin embargo, a ella le sirvió para exorcizar el miedo:
Cuenta, en una entrevista:
Y después de que pude mostrarlo en la obra –ahí está- me sentí otra persona. No quisiera usar la palabra «terapéutico», pero lo cierto es que el exorcismo es una aventura terapéutica. De modo que hice esa obra como una especie de catarsis. Lo que me asustaba era que durante la cena mi padre no paraba de alardear, dándose aires, y a medida que su figura se agigantaba, nosotros nos sentíamos más pequeños. Pero de pronto, se producía un clima de terrible tensión, y entonces lo agarrábamos –mi hermano, mi hermana, mi madre- lo agarrábamos los tres y lo poníamos sobre la mesa, le arrancábamos las piernas y los brazos, lo descuartizábamos. ¿Me explico? Lo golpeábamos hasta reducirlo completamente y luego lo devorábamos. Asunto terminado. Es una fantasía, pero a veces vivimos nuestras fantasías. Con The Destruction of the Father el recuerdo era tan potente y trabajé tanto, que después me sentí otra persona. Sentí como si realmente hubiese sucedido. La obra me transformó.
Para Bourgeois, el arte surge de la vida. La obra le transforma, provoca cambios en su interior, alivia su dolor. Os dejamos la página del MoMA dedicada a Bourgeois, hay un montón de información y obras interesantes. Y si Nueva York os pilla lejos, en el Museo Reina Sofía de Madrid también tienen cositas suyas.
La farsa colectiva de hoy es que el dolor se queda en casa, que las actividades que realizamos para aliviar ese dolor no son válidas, ya tengan que ver con la creación artística o con ir al huerto a cuidar de los calabacines.
Ahora, para terminar bailando:
El disco Puta, de Zahara. No se nos ocurre mejor ejemplo de música confesional en los últimos años en España:
Nuestra adorada Amaia también nos canta:
Os veo mirar / A través del cristal / Me da un poco de miedo
Y, las Confesiones, esta vez de Iván Ferreiro
Adelante,
Paula & Inés