Queridísimas lectoras:
Inés se ha inventado una palabra: «sinsaberes». Últimamente en Punzadas estamos llenas de sinsaberes. No sabemos hasta qué punto los tiempos del capitalismo actual y las jornadas completas nos van a permitir dedicarle a este proyecto todo el tiempo que nos gustaría, no sabemos si Punzadas podría convertirse en un espacio cultural viable donde poder encontrarnos para debatir ideas, hablar de libros, saborear la cultura… y poder vivir de ello, claro. Como habréis notado (nos gusta pensar que somos una parte imprescindible de vuestras vidas), hace tiempo que no sacamos carta ni punzada sonora, precisamente porque nuestras vidas se han vuelto locas y tenemos que currar mucho. Ayer habíamos reservado la tarde para grabar un episodio del podcast que teníamos preparado desde hacía tiempo. Entre las idas y venidas de nuestros trabajos (que son, por cierto, «una forma de violencia», en palabras de Paula), es difícil encontrar tiempo para grabar. Pero ayer, por fin, nos sentamos en la mesa de la habitación de Inés, conectamos el micrófono, desplegamos los guiones en nuestras pantallas y nos pusimos a ello. Casi cuarenta minutos después, cuando fuimos a escuchar el audio, comprobamos con tristeza que se oía fatal.
No es la primera vez que nos pasa esto. Hacer el podcast ha implicado e implica todavía un proceso de aprendizaje de materias y tecnologías que se nos escapan por completo. No sabíamos que no se puede solucionar la saturación del sonido, ni para qué servían las rueditas de nuestro micro cuando lo compramos, ni qué narices es el gain. Tampoco sabíamos editar un audio, ni qué diferencia hay entre mp3 y wav. Vamos aprendiendo, pero a trompicones y a veces no lo suficientemente rápido. Nos gustaría centrarnos en leer libros y preparar el contenido, que es lo que nos gusta y para lo que fundamos Punzadas, pero hasta que no tengamos apoyo logístico-tecnológico-productor, tenemos que hacerlo solas. Como no queríamos retrasar más contaros el tema que grabamos ayer, hemos decidido volver a nuestro formato original: la carta. Esperamos que esta sorpresa os haga ilusión y que sigáis apoyando el proyecto (porque si estas dos cabecitas tienen que seguir explotadas bajo el yugo capitalista empresarial igual se tiran por la ventana). Ahí va:
Suele decirse que Santa Teresa llamaba a la imaginación «la loca de la casa», aunque la expresión provenga de una traducción francesa bastante libre y no sea literal. Guillermo Serés, en su artículo La imaginación de Santa Teresa: virtudes y desatinos de “La loca de la casa”, nos cuenta también que, en el Libro de la vida, Santa Teresa compara la imaginación con «estas maripositas de las noches, importunas y desasosegadas» y con las «lagartijillas» que le impiden contemplar a Dios. Tradicionalmente se ha entendido que la imaginación tiene que ver más con lo inestable, las habladurías o la mera doxa; mientras que el entendimiento y la verdad se relacionan con la razón. Como diría la Tere, la imaginación no está quieta ni es inmutable, si no que mariposea frente al entendimiento, esa potencia firme y racional (y que nos abandona cuando nos enamoramos y se nos cae la baba con el crush de turno). Tere nos recomienda «que no se haga caso de ella [la imaginación] más que de un loco, sino dejarla con su tema». Sin embargo, aunque nos pide que no la hagamos mucho caso, no niega ni rechaza su existencia. Marina Garcés, en su texto Imaginación crítica, explica que Santa Teresa fue acusada por la Inquisición de:
«Mantener unidas la actividad imaginativa y la intervención en la realidad de su tiempo; acoger en su casa el desorden del espíritu que viene de la mano de la imaginación y por no perder, al mismo tiempo, el criterio desde el cual mantener una posición y defenderla en el orden de la sociedad de su tiempo».
A diferencia de ella, otras personas como el jesuita Paulo de Rojas tenía una concepción negativa de la imaginación, definida como «las zorrillas pequeñas que destruyen la viña del alma» (nos encanta, claro, la imaginación como ZORRITA). Para saber más acerca de la Santa y cotilleos de los siglos XVI y XVII os recomendamos uno de nuestros podcast favoritos: Las hijas de Felipe (chicas, os queremos).
¿Es importante en nuestras vidas la imaginación? Si sois veteranas del país de Punzadas, intuiréis que nosotras creemos que sí. Y mucho. Andrea Soto Calderón, en su libro Imaginación material, rechaza la concepción de la imaginación como un elemento que no lleva a la acción o al cambio. Haciendo un repaso por la amplísima historia de la imaginación, es crítica con las concepciones que la entienden como una simple forma imitativa que no es poseedora de ningún tipo de agencia. Dice:
«Muchas veces la imaginación es concebida como una acción espontánea […] una especie de sueño que nos inspira pero que no genera en términos efectivos propiamente una realidad, por lo que no sería apta para los procesos de emergencia que requieren de una visión estratégica».
La imaginación esta íntimamente relacionada con la ficción. Hemos hablado ya en Punzadas sobre la importancia que tiene la ficción en nuestras vidas y en nuestro itinerario filosófico (por algo este proyecto está formado por dos personas obsesionadas con los relatos). Por si todavía queda quienes consideran la ficción una «ciencia menor», Soto Calderón considera que la ficción no es algo opuesto o distinto a lo real, sino «un juego que habilita un lugar de existencia para entrar en un orden legitimado y desde ahí desbordarlo construyendo su propia escena». La ficción amplía las posibilidades de lo real, está relacionada con el imaginar, el crear el inventar. De la ficción es la fuerza imaginante, la capacidad humana de intervenir en el entorno, interrogarlo, transformarlo.
También Lydia Feito y Tomás Domingo Moratalla, en su libro Bioética narrativa, se preguntan si la narración es meramente un ornamento. Para responder a esta pregunta presentan y abordan algunas de las críticas que suelen hacerse al uso de los relatos. Por ejemplo: hay quien dice que son meros adornos u ornamentos, criaturas irracionales lejos de la razón y del pensamiento científico, donde priman los sentimientos frente a la fuerza argumentativa; instrumentos o recursos que sirven para ejemplificar pensamientos o teorías cuya comprensión resulta compleja, etc. Los autores van respondiendo a todas estas críticas en una línea similar a la de Soto, que dice:
«Los mecanismos creativos de la imaginación son plásticos, su dinámica no es de una variación menor, sino que la instancia de lo imaginal engendra para atender a esa otra vida sensible que está plena de acontecimientos reales. Es el mundo sensible el que puede ser actualizado en el mundo imaginal».
También Cortázar, en el libro Clases de literatura, cuenta que cuando iba a la escuela tenía una concepción de lo fantástico distinta a la del resto de sus compañeros. Lo fantástico era rechazado porque no tenía que ver con la verdad ni con la vida, cargaba con una connotación negativa. Un día le prestó una novela a un compañero y este se la devolvió diciendo que no podía leerla porque era «demasiado fantástica». Dice:
«Desde muy niño lo fantástico era para mí una forma de la realidad que en determinadas circunstancias se podía manifestar, a mí o a otros, a través de un libro o un suceso, pero no era un escándalo dentro de una realidad establecida. Yo aceptaba una realidad más grande, más elástica, donde entraba todo».
Cortázar, igual que Soto Calderón, entienden la imaginación y la fantasía como parte de la realidad y, sobre todo, como algo con posibilidad de acción y transformación. A Cortázar lo fantástico nunca le pareció verdaderamente fantástico, sino «una de las posibilidades de la realidad». No se trata de una forma de escapismo, un ornamento o un instrumento menor, sino que es «una contribución a vivir más profundamente esta realidad». Creemos que esto mismo que dice Cortázar se podría aplicar a toda la ficción, no solo a la ficción fantástica y la capacidad imaginativa, porque ofrece la posibilidad de entender mejor la realidad en la que vivimos, sus matices y recovecos.
De recovecos, oscuridad y lo invisible habla Graciela Speranza en su libro Lo que no vemos, lo que el arte ve (gracias a los amigos de Anagrama Argumentos por enviarnos este y otros maravillosos ensayos), donde reivindica el arte y la literatura como mecanismos que pueden ayudarnos a enfrentar las dos grandes amenazas que nublan «la imaginación del mañana»:
El final acelerado por el maltrato suicida del planeta.
La inmersión en un mundo digitalmente administrado.
Según Speranza, estas amenazas son fenómenos opacos, tecnologías que «existen fuera de nuestro campo de visión y entendimiento». Es por ello que se ha hablado de la «visión ciega» o la «edad oscura» (James Bridle): todo está muy iluminado pero no lo vemos. Es por ello que Speranza concibe la imaginación artística como
«Capaz de correr el velo y atisbar configuraciones todavía inaccesibles a otros lenguajes. Y aunque el arte, por definición, vuelve visible lo que no se ve y se vuelve político en el desvelamiento, lo mueve ahora un apremio mayor que magnifica la empresa, una urgencia cosmopolítica».
De nuevo, tenemos una concepción de la imaginación no como reflejo, sino como agente, como creadora de lo que vemos. De hecho, según Speranza, es una fuerza política que no es inferior a lo sensible, sino que es capaz de modificar lo visible. En el libro va describiendo distintas obras de arte, literarias o intervenciones artísticas de artistas que, bajo su punto de vista, han conseguido «matener fija la mirada en un tiempo que lo interpela, para percibir, no solo sus luces, sino su oscuridad». Os contamos el ejemplo de la artista Agnes Denes:
En mayo de 1982, Denes plantó un campo de trigo de 8.000 metros cuadrados en Manhattan en un terreno cercano a Wall Street y desde el cual se veía la Estatua de la Libertad. Con esto pretendía llamar la atención sobre la deshumanización de las ciudades y pensar la relación entre el ser humano y la metrópolis. Más tarde, en 1988, plantó 11.000 abetos en Finlandia y en 1998 A forest for Australia: una plantación de 6.000 árboles con diferentes alturas en cinco espirales, creando así una pirámide escalonada para cada espiral. Os animamos mucho a conocer sus trabajos, son realmente interesantes. Os dejamos algunas imágenes:
En palabras de Denes: «El arte que cuenta busca nuevas formas de ver y conocer que agucen la percepción, despierten la conciencia y abran nuevas vías de conocimiento».
A lo largo del libro se narran otros muchos ejemplos como los de la artista Vija Celmins, la escritora Olga Tokarczuk, el lanzamiento de un meteorito al futuro, conciertos aracnocósmicos (¡menudo concepto!) o diseños de esculturas ambientales en un menú. La idea de fondo es esta capacidad de la imaginación artística de volver visible lo que no se ve o incluso recalibrar el lugar del ser humano en el cosmos. Además, es importante la posibilidad de cambio o transformación que esto entraña. En una carta en la que hablábamos de utopías y distopías pensábamos hasta qué punto las distopías pueden movilizar a las audiencias. Nos preguntábamos: «¿No son paralizantes este tipo de relatos apocalípticos donde la sociedad se reconfigura en regímenes totalitarios o se desintegra ante la presencia de la crisis climática?» Algo parecido se pregunta Marina Garcés en Imaginación crítica, donde llama la atención sobre el peligro que entraña que el margen de opciones sea muy estrecho: sí o no / todo o nada / catástrofe o salvación. En estos casos, como sucede con muchas posturas negacionistas, se produce un bloqueo de la imaginación crítica. Es por ello que Garcés anima a distinguir entre:
Colapso entendido como «conjunto de hechos que tienen que ver con el presente de la producción y sus efectos sobre ecosistemas y relaciones sociales».
Colapso entendido como «lógica que lo impregna todo y que cancela la posibilidad de imaginación».
En este último caso, como sucede con algunas distopías, el Apocalipsis se convierte en un marco que, en palabras de Garcés, «pulveriza cualquier relación con lo concreto y su valor». Así, es importante diferenciar entre las fantasías utópicas o distópicas que proyectan imágenes de un tiempo sin nosotras y otros tipos de imaginación como las propuestas por Garcés (crítica) y Soto Calderón (material). Además, es importante también reparar en la mirada colectiva que es necesaria para poner en práctica esta imaginación. Soto Calderón recalca la importancia de afrontar estos retos no intentando sacar al pueblo de su ignorancia o escuchando a un líder que escribe programas y manifiestos donde pone lo que tenemos que hacer. Por el contrario, pretende «construir una experiencia común» para comprendernos con una imaginación que «está entre nosotras». Debemos «explorar una creación social, artística y conceptual que trabaje desde una imaginación material, que es siempre un trabajo desde los bordes, los restos, los fragmentos, lo accidental».
Es interesante también explorar esta dimensión compartida en otros ámbitos. Esto hace el dramaturgo Juan Mayorga en el vídeo que os dejamos más abajo. Mayorga habla de un momento en el que son escasas las razones para reunirse y, además, nuestra imaginación está siendo arrinconada (o bloqueada, en palabras de Garcés). Además, reivindica la necesidad de fomentar políticas culturales. Considera que la imaginación es constitutiva del hecho teatral y cuenta una anécdota: cuando escribió La tortuga de Darwin, cuya protagonista es una tortuga de 200 años que evoluciona en mujer, el director le dijo que quería a Carmen Machi como actriz. Mayorga dijo que quizá sería mejor que el papel lo interpretara una actriz más mayor, pero más tarde se dio cuenta de que nadie puede hacer el papel de una tortuga de 200 años que evoluciona en mujer. Se trata de un imposible, solo la imaginación del espectador y la actriz hacen posible convocar la complicidad necesaria: «Es necesario un pacto entre el espectador que desea soñar y la actriz que le permite soñar […] hay imposibles que solo se hacen posibles cuando hay un actor que es capaz de convocar la imaginación».
También os recomendamos mucho el discurso que dio al recibir el Premio Princesa de Asturias de las Letras de este año. Dijo una frase que nos ha punzado profundamente y que resume bien todos los hilos que han ido tejiéndose en esta carta: «Los niños todavía saben que hay un vínculo entre las letras, el juego y el milagro». Los niños, sabios, todavía saben del poder imaginativo.
Esperamos que hayáis imaginado mundos mejores mientras leíais esta carta. Os dejamos (ahora que queremos dinero para hacernos millonarias y poder comprar todos los libros del mundo) el link a nuestro Patreon, donde todos los meses nos reunimos para comentar libros y donde arrancará en enero el taller literario de Annie Ernaux (si nos lo permitís, el evento literario del año):
https://www.patreon.com/punzadas (¡Estamos rozando los 90 mecenas!)
Adelante,
Inés & Paula
Fuerzas imaginantes
Guau Nunca me imaginé así la imaginación.