Queridísimas lectoras:
Lo primero que tenemos que hacer es agradeceros la acogida que tuvo la última carta. Sabemos por qué muchas nos escribisteis diciendo que os habéis sentido identificadas. Está claro que todas, todas, todas albergamos espinitas. Es normal, no pasa nada. Ambas sabemos lo mucho que duele, hemos vivido esas experiencias en carne propia. Quizás dentro de poco escribamos una carta explicando cómo creemos que hay que gestionar ese tipo de despedidas limítrofes por las que nos distanciamos de personas muy queridas porque la vida nos obliga. Gracias también a las amigas y amigos que nos habéis dicho esta semana que la carta os ha ayudado a entender situaciones que estáis viviendo. Sois lo mejor y no os merecemos. Os mandamos a todas las lectoras, conocidas o no, un abrazo enorme. Esperamos seguir acompañándoos en lo complejo.
Muchas veces parece que cuando una historia acaba lo único que podemos hacer es pasar página: superarlo, olvidarlo, relegarlo al pasado y seguir pa'lante. ¿Es posible hacer esto con todas nuestras relaciones? Y más importante: ¿es deseable? ¿Qué pasa si no podemos o si no queremos olvidar a personas con las que hemos compartido momentos importantes a pesar de que ya no estén en nuestras vidas? ¿Hay alguna manera de reubicar a esas personas, devolverlas a un plano desde donde poder relacionarnos con ellas de manera más serena? (Personalmente cruzamos los dedos porque así sea). En esta carta queríamos hablaros sobre la importancia de los lugares, tanto físicos como emocionales.
A veces los espacios se nos revolucionan. Porque ha sucedido algo allí, porque hemos perdido lo que antes nos ataba a ellos de manera positiva, porque los asociamos a alguien que ya no está. Dice Heidegger (alias «el puto nazi») en Ser y tiempo:
«El “aquí”, “allí” y “ahí” no son primariamente puras determinaciones de lugar (…) sino caracteres de la espacialidad original del “ser ahí”. Los presuntos adverbios de lugar son determinaciones del “ser ahí”, tienen primariamente una significación existenciaria y no categorial.»
María del Río Diéguez en “La geografía invisible del afecto, tras la huella del ser en el espacio” (el título no puede ser más lindo) habla de estas cuestiones al decir que el ser humano interviene en el espacio deseándolo, aborreciéndolo, ocupándolo, abandonándolo, etc. «El lugar no lo es a priori, sin un ser que lo perciba, y esto es algo que se olvida con frecuencia. A menudo el lugar se encuentra suspendido en el espacio objetivo en que se enmarca, no es real, sino que existe sometido a la memoria o al deseo.»
Aquella calle donde tuviste una conversación trascendente, el parque donde te diste un beso, la parada de metro donde solíais encontraros, el cine al que fuisteis por primera vez, la plaza donde os dijisteis «te quiero». ¿Qué sucede cuando los sitios que antes eran seguros se vuelven hostiles? La tristeza es algo que permea la rutina desde muchos ángulos, las despedidas empapan también los lugares. Cuesta transitar los emplazamientos que habitamos con una persona de la que nos hemos despedido. Cuesta cruzar esos umbrales, incluso los no-lugares como el transporte público y los espacios intermedios en los que esperamos se pueden volver contra nosotras. Nos interesan esos lugares que se vuelven hostiles, casi inhabitables por el dolor que produce el recuerdo. Además, un lugar puede ser cualquier cosa. Algo que acaba de suceder: el documento de word que Inés le manda a Paula con ideas para esta carta está escrito en una fuente que a Paula le recuerda a alguien muy querido que de alguna forma ha perdido. El trazado de las letras le duele, lo tiene que cambiar a Times New Roman (cruza los dedos porque esta permanezca neutral), se ha encontrado en un lugar inesperado, los píxeles sobre la pantalla le han punzado de manera negativa.
Entonces, ¿qué se hace? No podemos alejarnos eternamente de ciertos sitios, a veces la vida nos obliga a estar en espacios que no podemos ocupar con serenidad. Podemos cambiar la fuente de un documento, pero no podemos dejar de ir a clase, de ir a trabajar, de pasear por unas calles que también son nuestras. Huir no siempre es una opción.
Un problema surge cuando esos lugares no solo se relacionan con esa persona, sino que ya eran tuyos. Ya habías vivido cosas antes en ellos, tienes recuerdos que no tienen que ver con ese dolor. Sin embargo, el dolor es poderoso y lo inunda todo, borrando lo anterior. Los lugares, de alguna manera, se reescriben. Se perlan de significados nuevos, de emociones nuevas. ¿Debemos luchar por conservar aquellos lugares que nos gustan? ¿Debemos hacerlos nuestros otra vez y recuperarlos o directamente renunciar a ellos? Quizás podamos aprender a habitarlos de otra manera, igual que debemos aprender a habitar-nos de otra manera cuando sufrimos pérdidas que nos desgarran. Habitar lugares hostiles, habitarnos a nosotras mismas, habitar el recuerdo de una persona querida... somos conscientes de que todo esto es complicado. Entonces, habría que gestionar una reubicación de espacios. Estos no se mueven, pero para poder movernos nosotras a través de ellos debemos reubicarlos mentalmente. Dejar de pensarlos como sitios cargados de recuerdos y ausencias, devolverlos a un plano sosegado.
Una serie maravillosa con la que estamos obsesionadas y que sirve para pensar acerca de estas cuestiones es Sharp Objects (HBO). Frank, el editor de Camille, una joven periodista, la envía a su lugar de nacimiento para investigar los asesinatos de varias chicas adolescentes. La envía allí, más que por trabajo, porque sabe que necesita poner a Wind Gap (Missouri) en el plano sosegado del que hablábamos. Necesita enfrentar sus recuerdos y demonios para dejar de sufrir.
Estos demonios tienen que ver con el trauma causado por una infancia dolorosa, la muerte de su hermana pequeña, experiencias (más bien agresiones) sexuales en el bosque, etc. Los objetos y lugares desencadenan recuerdos que la llevan al pasado. Matt Zoller en “What Sharp Objects Understands About Memory” dice:
«La perspectiva de la serie nos coloca dentro de la mente de Camille mientras esta recuerda el pasado a lo largo del día, dentro de su rutina. De vez en cuando vemos palabras cruciales, que Camille ha grabado en su propia piel, aparecer en el mundo, en las fachadas de los edificios y en los objetos. Estas visiones fugaces de palabras y cosas recalcan la sensación de alucinación, quizás incluso de un déjà vu que nos hace sentir que caemos en el pasado a pesar de que nuestro cuerpo continua existiendo en el presente.» (Traducción propia).
Por tanto, como dice Zoller, en Sharp Objects tenemos la sensación de leer una ficción que en el espacio de un párrafo o una frase hace saltos entre el pasado y el presente o entre la realidad y la imaginación o la memoria.
La cuestión de los lugares no es fácil porque a lo largo de nuestra vida, además de dibujar nuestro propio mapa emocional en las ciudades, pueblos o campos, formamos también parte del mapa de otras personas. Si paseamos por la ciudad en la que vivimos podemos trazar también mapas ajenos. El bar donde nuestro mejor amigo tuvo la primera cita con su novio, el teatro donde nuestra hermana actuó por primera vez, la librería en la que nuestro profesor presentó su libro. En nuestro día a día atravesamos estos lugares casi sin darnos cuenta de que forman parte del mapa de nuestros conocidos, pero cuando surgen punzamientos como los que hemos mencionado, el mapa de ciertas personas se vuelve imborrable. Las historias difíciles que nuestros seres queridos nos cuentan implican también lugares. Existe una cierta transmisión de recuerdos: ya no podemos pasar por ese banco sin pensar que un amigo casi se deja allí la vida en una noche de borrachera, o que en ese portal agredieron sexualmente a una amiga. En la «gestión» de nuestros mapas entra también la gestión de los mapas ajenos.
¿Dónde ponemos estas cosas? Planteábamos la idea de que es posible que siempre vayas a sentir algo por una persona que ya no forma parte de tu vida. No puedes dejar de hacerlo, forma parte de ti. Puede que la historia ni siquiera haya tenido lugar por alguna forma de imposibilidad del amor de las que hablábamos en nuestra anterior carta. Sin embargo, pese a la ausencia de historia, a la imposibilidad del amor o incluso al fin de una historia, eso que sentiste permanece. Muchas veces no somos capaces de superarlo y eso nos hace sentir que nunca conseguiremos salir de esa pena. Y puede que no sea así, que no pase nada. «Superar» las cosas (¿qué significa «superar» algo?) no implica arrancarlas, despojarte de ellas o lanzarlas lejos. Quizá la clave es saber dónde ponerlas. Encontrar un lugar dentro de nosotras donde situarlas sin que su presencia nos haga sufrir. Que dejen de doler, aunque sigan ahí latentes, adormecidas. Negar el dolor que te provoca un recuerdo no es lo mismo que superarlo. Tampoco lo es prohibirte pensar en ello, ni hacer como que esa persona y esos lugares que habitabais ya no existen.
Quizá nuestro cuerpo sea un lugar donde situamos aquello que nos pasa, un mapa del amor y del dolor. Igual que hay mapas geográficos de los recuerdos que recogen calles, puentes y habitaciones, puede haber una carta geográfica de nuestro propio cuerpo:
Barthes, en El desollado, dice (citando a Freud): «La resistencia de la madera no es la misma según la dirección en que se hunde el clavo: la madera no es isótropa. Yo tampoco, tengo mis “puntos delicados”. La carta geográfica de esos puntos sólo yo la conozco, y por ella me guío, evitando, buscando esto o aquello, según conductas exteriormente enigmáticas; desearía que se distribuyera preventivamente este mapa de acupuntura moral a mis nuevos conocidos (que, por otra parte, podrían utilizarlo también para hacerme sufrir más).»
Os dejamos unas pinturas De Graham Dean que creemos que pueden ilustrar esta carta geográfica del cuerpo:
La farsa colectiva de hoy tiene que ver con la creencia de que nuestras historias (de amor y dolor, en todas sus versiones) son lineales: nacen, se desarrollan y mueren. Barthes, en Fragmentos de un discurso amoroso, se revela contra esta visión del discurso (nace, crece, hace sufrir, pasa) para defender que «el dis-cursus amoroso no es dialéctico; gira como un calendario perpetuo, como una enciclopedia de cultura afectiva». Es por ello que plantea un lindísimo discurso bajo el principio de que sus figuras no pueden alinearse: ordenarse, progresar, concurrir a un fin (a un propósito preestablecido). El orden es insignificante y arbitrario (alfabéticamente), y solo tiene uno porque el libro inevitablemente está obligado a la progresión.
De la misma manera, parece que en la vida no vivimos historias lineales que cuando terminan, igual que cuando acabamos de leer un libro, podemos cerrar para siempre. Nuestro amor y nuestro dolor se quedan en aquellos lugares donde amamos, deseamos y lloramos. Tenemos mapas del recuerdo que atraviesan plazas, rincones y salas de cine. Pero, además, tenemos una carta geográfica interior que está compuesta de retazos de historias que ponemos dentro de nosotras, que nos conforman. Esto dice Matt Zoller a propósito de la manera en que las ficciones son contadas:
«Podríamos decir que nos han condicionado para creer que así es como debemos contar historias: A lleva a B, que lleva a C, y finalmente a Z, quizás con un par de flashbacks. Esto no es natural, por lo menos no en relación a cómo funciona la mente. El tipo de narración llevada a cabo en Sharp Objects nos acerca más a cómo es habitar un cuerpo alimentado por una consciencia que deambula por donde la llevan las emociones.» (Traducción propia).
Es decir, las ficciones que mejor retratan la experiencia de la pérdida, el duelo, el trauma, el desamor, etc., son aquellas que no tienen por qué seguir un esquema lineal. Deben acoger múltiples perspectivas, saltos en el tiempo, analepsis, prolepsis, idas y venidas que reflejen lo que sentimos al habitar nuestras mentes a menudo desordenadas, doloridas, caóticas.
Y para terminar, como siempre, unas lindísimas canciones:
¿A que no sabes donde he vuelto hoy? / Donde solíamos gritar / Diez años antes de este ahora sin edad / Aún vive el monstruo y aún no hay paz
You're not my homeland anymore / So what am I defending now? / You were my town, now I'm in exile, seein' you out (Ya no eres mi patria/ Así que ¿qué estoy defendiendo ahora?/ Eras mi ciudad, ahora estoy en el exilio, viéndote desde fuera)
Nunca voy a olvidarme de ti / Aunque a ese lugar ya no volveremos
Y unos versos de Pedro Salinas:
«Invitación al llanto. Esto es un llanto,
ojos, sin fin, llorando,
escombrera adelante, por las ruinas
de innumerables días.»
Adelante,
Paula & Inés
Geografía del afecto
Me ha encantado, se la he enviado a todos mis seres queridos <3
hoy he leído vuestra carta en uno de los lugares que me recuerdan a ésa persona que ya no está, y leerla ha sido como un abrazo al corazón. me ha encantado