Queridísimas lectoras:
¿Habéis visto? En cuanto nos despedimos del verano en nuestra anterior carta ha empezado a hacer frío y a llover (por lo menos en Madrid. Si estáis en un sitio donde todavía hace calor, por favor, no nos lo digáis). Ahora salimos de casa tiritando y volvemos empapadas en sudor. Además, llega la vuelta al cole. Nosotras queríamos empezar el otoño alegres y ligeras, pero la realidad tira para abajo y con apenas una semana de clase ya estamos muy enfadadas. Ambas empezamos curso nuevo en espacios desconocidos. Estos nuevos comienzos son oportunidades para seguir formándonos, conocer a gente nueva y por supuesto, seguir batallando el síndrome del que os venimos a hablar en esta carta: el síndrome de la impostora.
De sobra conocido, el síndrome de la impostora afecta a aquellas personas (especialmente a mujeres) que subestiman sus propias habilidades. Dicen Élisabeth Cadoche & Anne de Montarlot en El síndrome de la impostora: ¿Por qué las mujeres siguen sin creer en ellas mismas? que “La idea de no merecer totalmente el puesto de responsabilidad que desea u ocupa, debérselo a la suerte, temer en todo momento que la descubran y la juzguen perpetúa estas creencias limitadoras.” Este cúmulo de comportamientos puede deberse a inseguridades individuales, pero es evidente que la sociedad en la que nos movemos, los entornos académicos y laborales y los constantes micromachismos a los que las mujeres nos vemos expuestas constantemente también hacen mella.
Dependiendo de si somos hombres o mujeres, tendemos más a sobreestimar o subestimar nuestras capacidades y justificamos de distinta manera nuestros éxitos y fracasos. Os hemos hecho con mucho cariño una tablita para que se entienda fácil:
Por ejemplo, en los estudios de posgrado es habitual coincidir con personas que han trabajado mucho tiempo dentro de la comunidad universitaria como docentes. Estas personas son ahora nuestros compañeros y compañeras. ¿Cómo se transforma una persona habituada a dar clase y a ser la fuente de autoridad en una materia en un alumno más? Pues más o menos así: llegas a clase el primer día de tu nuevo máster y en la ronda de presentaciones un señor mayor (le llamaremos Paco) levanta la mano y dice que es catedrático de derecho y que lleva cincuenta años dando clase en la universidad en la que tú comienzas tus estudios. Paco rápidamente te envuelve en un monólogo de batallitas y anécdotas que pretenden ser cómicas, pero son más bien casposas. Al final te acabas enterando de qué pueblo es su mujer, cuántos nietos tiene, sus achaques y que tiene un piso en el Mediterráneo. Han pasado diez minutos de una presentación que debería haber durado tres. A su lado hay una mujer que se presenta también como profesora, despliega un currículum brillante en voz baja y pausada y explica que se ha matriculado en el máster porque siente que le faltan conocimientos para un nuevo puesto de trabajo que ahora ocupa. Pasan los días y la presencia de Paco es opaca, pesada, ocupa mucho espacio en comparación al resto de compañeros y compañeras. Interrumpe constantemente a las profesoras (y no tanto, ojo, a los profesores), que también quedan atrapadas en la repetición de su catálogo de méritos y vivencias. Más allá de que esta persona sea molesta y de que tú te tires la clase intercambiando miradas de exasperación con el resto de compañeras, lo más grave es que él intenta moldear las clases a su conveniencia. Suelta frases a las docentes como: “creo que no deberías hacer esto”, “en este tema faltan lecturas” o “yo quiero hacer el trabajo solo, porque les llevo mucha ventaja a mis compañeros y tendría que explicarles un máster entero para que se pusieran a mi altura”. En su presentación también dice que su etapa como profesor ha pasado y que ahora viene a ser alumno, pero Paco no viene a eso: Paco viene a ser admirado. Paco no sabe lo importante que es la humildad intelectual en el proceso de aprendizaje.
Para alguien que no haya experimentado este tipo de comportamientos la historia puede parecer exagerada, pero no lo es. Cadoche & De Montarlot recogen en su libro una encuesta de YouGov (2018) que señala que “en la empresa el 50% de las mujeres consideran que ser interrumpidas durante su intervención es una de las tres situaciones más sexistas que hay (junto con el acoso sexual y la desigualdad salarial debido a su género).” El término anglosajón utilizado para definir este comportamiento sexista es manterrupting.
Así, en el día a día en nuestro entorno vemos cómo las mujeres “nos estremecemos ante la idea de que salga a la luz nuestra ineptitud”. Ante este triste y doloroso hecho, son muchos los consejos de Cadoche & De Montarlot, por eso os recomendamos encarecidamente la lectura de su libro. Uno de los consejos que más nos punzó es la importancia que tiene la consideración de los demás para la salud del “sí mismo”. Es decir, “las palabras usadas por quienes amamos tienen un peso insospechado. Influyen en nuestra definición del “sí mismo” y, por ende, dan color a nuestra forma de ser y al modo de tomar decisiones”. Esta es una idea a la que le hemos dado muchas vueltas los últimos meses: hay que decir las cosas bonitas a la gente que queremos, hay que asegurarse de que las personas queridas sienten nuestra valoración y nuestro amor. Así que, ¡a decir cosas bonitas!
Creemos que esta preciosa ilustración refleja el calor que se siente cuando una amiga te dice cosas bonitas, te acompaña, te sana.
La farsa colectiva de hoy: una de las consecuencias del síndrome de la impostora es pensar que las personas que están a nuestro alrededor tienen una confianza plena en sus capacidades. El hecho de que casi nadie verbalice este tipo de inseguridades y pensamientos hace que suframos en silencio.
Aun así, nosotras hablamos del síndrome de la impostora (o de las inseguridades que tenemos) desde una posición privilegiada. Este artículo explora cómo se sienten las mujeres negras y latinas en el entorno laboral (en EEUU, el contexto siempre importante). Quizás sirva para reflexionar sobre qué podemos hacer como personas blancas para no participar de un sistema que sigue todavía discriminando a la gente por su color de piel y que además lo hace (a veces) de maneras muy sutiles:
https://hbr.org/2021/02/stop-telling-women-they-have-imposter-syndrome
Y, como no, os dejamos nuestro querido Deforme Semanal, que nos acercó a este maravilloso libro y nos hizo sentir comprendidas:
Y para acabar, un meme:
Adelante,
Inés & Paula