Queridísimas lectoras:
¡Sorpresa! ¿Cómo estáis? Esperamos que el fin de año os esté tratando muy bien y que hayáis podido descansar (ojalá nos leáis desde una playa paradisíaca, aunque intuimos que no). La última vez que os escribimos fue en septiembre del 2023. Cerrábamos entonces un ciclo (el «ciclo epistolar», podríamos llamarlo). Quizás algunas recordéis aquellos primeros tiempos de nuestras cartas enviadas cada domingo a las diez de la noche. Como muchas sabréis, tuvimos que dejar de enviarlas porque Punzadas arrancó y despegó y ya no teníamos tiempo para escribir una carta cada semana, ni para subir aquí los episodios de Punzadas Sonoras. A pesar de nuestro silencio, hay más de 5.500 personas suscritas todavía a esta newsletter y desde hace tiempo fantaseamos con la idea de sacar un ratito (o varios) para volver a escribiros. Por fin este ratito ha llegado en estos días en los que estamos lejos (en Gilbuena y Vigo). Aquí dejamos pruebas gráficas:


Han pasado más de tres años desde que empezamos Punzadas (¿cómo puede ser?). El proyecto ha crecido y mutado y ahora es algo que por aquel entonces no podíamos ni imaginar. Hemos hecho muchas cosas estos últimos tres años: hemos aprendido a hacer facturas (debemos estar entre el top tres de personas rigurosas con Hacienda, declaramos cada céntimo, ¿somos bobas?); a hablar en público en sitios llenos de gente cuando antes nos daba miedo levantar la mano en clase; a preguntar por el dinero, a entender que un trabajo como el nuestro, aunque sea esporádico, extraño y cultural, merece ser pagado de manera digna (gracias a nuestras compis y a todos los que habéis hablado abiertamente de dinero con nosotras, estamos a muy poco de fundar el sindicato de podcasters). También hemos aprendido a no dejarnos intimidar por señores ególatras y prepotentes (ugh, asco, están por todas partes) y a decir que no: que no podemos aceptar tal o cual colaboración, que no nos da la vida, que las condiciones no son buenas, que tenemos que descansar.
Cuando pensamos en el sentido de hacer Punzadas, hay muchas cosas que se nos vienen a la cabeza, pero hay una idea que planea por encima de todo lo demás: las palabras. Hace tiempo que Quinti, el tío de Inés, pronuncia la siguiente frase cada vez que le ve sosteniendo un libro: «Más letras y más letras, ¡pero si no te caben más, qué vas a hacer con tantas!». Aunque nos cuesta explicar nuestro trabajo (lo que hacemos, no lo que somos) cuando alguien nos pregunta, Quinti lo ha captado muy bien: empleamos, disfrutamos, vivimos de y por las palabras. Nuestra querida Iris Murdoch tiene un texto titulado La salvación por las palabras donde habla de cómo afrontamos lo que ella llama «el batiburrillo humano»: «la perplejidad ante el mundo a la que se ve abocada la mente». ¿Cómo navegar ese batiburrillo, ese revoltijo que es la vida? Imposible no acordarse de «El idioma analítico de John Wilkins», ese maravilloso cuento donde Borges nos presenta la realidad como algo inabarcable, enorme y precioso. Para ilustrarlo cita a Chesterton: «El hombre sabe que hay en el alma tintes más desconcertantes, más innumerables y más anónimos que los colores de una selva otoñal». Tintes y colores que se nos aparecen a través de letras, palabras, historias, narraciones, nombres, fragmentos, conceptos, relatos. Murdoch también habla sobre esta indagación en medio del caos, sobre la capacidad de inventar un lenguaje y sobre las palabras como herramientas para el detalle, la precisión, la expresión y la existencia. Dice: «Solo hay una cultura y tiene su base en las palabras; en las palabras vivimos como seres humanos; en ellas ejercemos el poder de la moral y el del espíritu».
Entonces, ¿qué palabras? Las que empleamos para comprender no solo textos, dice Barthes, sino también imágenes, vidas, ciudades, rostros, gestos. Leer el mundo, que decía Calvino: «Hacer hablar a lo que no tiene palabra, al pájaro que se posa en el canalón, al árbol en primavera y al árbol en otoño, a la piedra, al cemento, al plástico…». ¿Cómo asir la totalidad de la existencia de esa gran selva otoñal? ¿Cómo captar los infinitos detalles y matices de una realidad caótica y magmática? Leyendo el mundo, o por lo menos intentarlo. Quizás lo único que podemos hacer a veces (y ya es mucho) es plantear preguntas, estar atentas, tener curiosidad, escuchar a los otros, intentar entender. En una magnífica conferencia que lleva por nombre El arte de narrar, el escritor argentino Ricardo Piglia reflexionó acerca del papel de las Humanidades en el mundo actual (algo a lo que nosotras, inevitablemente, también le damos vueltas). Piglia se fijaba en las conversaciones cotidianas, que según él encierran rastros de lo que después se considera «alta literatura y poesía». Nos invita a escuchar lo que sucede en las calles, en las plazas y en los intercambios cotidianos de historias. Nos invita a leer lo que aparece cuando una persona le dice a otra: «cuéntame». Reivindica, en definitiva, una de las fuentes fundamentales de Fragmentos de un discurso amoroso y de Punzadas: las conversaciones entre amigos.
Palabras, entonces, para encontrarnos, para posibilitar ese reconocimiento que tan bien nos ha explicado Annie Ernaux (resuenan en nuestras cabezas sus palabras: «Quizás el verdadero objetivo de mi vida sea este: que mi cuerpo, mis sensaciones y mis pensamientos se conviertan en escritura, es decir, en algo inteligible y general, y que mi existencia pase a disolverse completamente en la cabeza y en la vida de los otros»). Si hay algo común que atraviesa todos los trabajos que hacemos (estas cartas, Punzadas Sonoras, los artículos en medios escritos, las charlas, los directos, las colaboraciones en la radio, los clubs de lectura, los talleres literarios…) es el deseo de compartir las palabras: el acto de construir una comunidad o diálogo en torno a un texto, una idea, una palabra o un puñado de ellas. Hemos conocido a gente fascinante y lindísima en esta travesía. Pensamos en quienes venís a los clubs y talleres de manera regular, cuando os da la vida y vuestra rutina lo permite, en quienes habéis cogido trenes y aviones (wow) para venir a algún directo de Punzadas Sonoras, en quienes nos escribís por redes tras escuchar un episodio para ampliar la conversación y el intercambio de referencias. Pensamos también en la suerte que hemos tenido de poder conversar con personas a las que admiramos profundamente como Anna Pacheco y Andrea Gumes, con quienes hablamos en el Punziber sobre La búsqueda del interlocutor, un texto de Carmen Martín Gaite que reflexiona sobre la necesidad de un otro y la búsqueda incesante del oyente utópico: sobre ese salirse de la narración solitaria con uno mismo para abrirse a la búsqueda del interlocutor al que contarle, con el que compartir las palabras.
Pese a la belleza e importancia de esta búsqueda, hacer este trabajo implica muchas horas solitarias en casa. Horas de leer, buscar textos y elaborar guiones (también por desgracia de organizar excels, responder correos, enviar facturas, comprobar pagos, sos, la trimestral, que viene). Hay días en que disfrutamos de la quietud de la casa (a veces interrumpida porque Paula se desconcentra y va a la habitación de Inés a preguntar «hola qué haces»; Inés que va a la habitación de Paula a preguntar «hoy qué comemos», Paula que no tiene ni idea de cómo responder a eso porque todavía está aprendiendo a cocinar); y hay días en que nos volvemos locas y nos sentimos aplastadas bajo el peso de los catorce mil guiones o talleres que hay que preparar y nos vemos obligadas a leer más rápido de los que nos gustaría, a pensar de manera acelerada, traicionando así (pedimos perdón a Remedios Zafra) uno de los pilares de la «filosofía de Punzadas»: pensar despacio. Sí, amigas, somos unas hipócritas y no lo escondemos: en muchas ocasiones en este 2024 lo último que hemos hecho es pensar despacio (spoiler: no se puede pensar despacio aquí* *aquí: en el capitalismo). Sin embargo, estos malestares se disipan (no se evaporan, siempre están ahí) cuando, en un club de lectura, los asistentes nos descubren ideas y matices que no habíamos visto, cuando la conversación se vuelve brillante y lúcida (saludito especial a nuestro grupo del club de ensayo, estamos taaaan cerca de arreglar el mundo…) o cuando personas increíbles aceptan una invitación para subirse con nosotras a un escenario, como han hecho este año Elena López Riera o Blanca Lacasa, quienes han accedido a ser nuestras tías adoptivas (lo sentimos, chicas, no os libráis) y con quienes fantaseamos con hacer brunchs mensuales para que nos enseñen cómo narices se navega este mundo extraño de la industria cultural.
El caos y ese «batiburrillo humano» del que habla Murdoch también está presente en nuestras vidas y en tantas otras (¿en todas?): hay belleza, alegría, reconocimiento, aprendizaje y también miedo, precariedad, inseguridad, ansiedad y tristeza. Hay momentos de compartir y otros de aislamiento (a veces deseado y otras impuesto). Hay palabras que consuelan, que acompañan, que dan sentido, que asustan y que alimentan. No ha sido un camino fácil ni recto, pero desde luego está siendo bonito. Es bonita la cadena de recomendaciones que se sale de las listas oficiales, la recomendación que alguien te hace con los ojos brillantes, (lo que entre nosotras llamamos recomendación-por-pasión) y que no necesariamente responde a aquello que nos dicen que debemos leer. Es bonito participar de una especie de conversación a través de las ondas, de escuchar lo que otros tienen que decir y recoger el guante de una reflexión compartida que avanza y se bifurca y ramifica (hola, amigos de No es el fin del mundo). También es bonito ir almacenando nombres: Roland Barthes, Annie Ernaux, Janet Frame, Katherine Mansfield, Adriana Cavarero, Pau Luque, Iris Murdoch, Rebecca Solnit, Vivian Gornick, Italo Calvino, Remedios Zafra, CJ Hauser, Thomas Mann, Olga Tokarczuk, Sara Ahmed, Elena López Riera, Paul Ricoeur, Andrea Jiménez, María Sánchez, Juanpe Sánchez López, Ana Carrasco-Conde, Esther López Barceló, Dahlia de la Cerda y muchísimos más. Nombres de vivos y muertos, nombres que punzan, acompañan, dan sentido, resuenan y traen palabras.
En 2025 seguiremos buscando palabras nuevas: autores y autoras todavía desconocidos para nosotras (y quizás para vosotras también); textos nuevos y antiguos que resuenen cerca de nuestras inquietudes, que las alumbren y las palien. Seguiremos también hablando sin parar (por suerte o por desgracia), intentando construir y participar en conversaciones que contribuyan a este propósito precioso de leer el mundo, de intentar comprenderlo y comprendernos. Saldremos del agujero negro (Madrid) para escuchar las palabras que nacen lejos del centro, menos escuchadas pero muchas veces más importantes. Intentaremos también encontrar palabras de alivio cuando a una de las dos le dé la bajona histórica porque sí, chicas, esto pasa de vez en cuando (aunque por suerte no solemos coincidir porque si no qué sería de nosotras). Seguiremos dudando mucho, conviviendo con la inseguridad y sintiendo miedo a ratos (durante los directos, por ejemplo, la especialidad de Inés). Seguiremos prestando atención a lo que sucede en el mundo porque la filosofía no puede quedar confinada en cuatro paredes. Seguiremos, sobre todo, agradeciendo siempre vuestra escucha y cariño, cada palabra que nos hacéis llegar y que ya forma parte de una gran conversación compartida.
Esperamos que vuestro último día de 2024 sea lindo (y si no tampoco pasa nada, que estamos hartas de la presión de estos días por ser todos felices) y que empecéis el año nuevo de la mejor manera posible.
Adelante,
Paula & Inés, Inés & Paula
P.D.: Como ambas pasamos la Navidad fuera de Madrid (gracias a Dios o a quien sea), nos llevamos montañas absurdas de libros que evidentemente no vamos a leer. Pero siempre a favor de llevar a cuestas una pequeña biblioteca particular. Os dejamos aquí unas fotos para que adivinéis de quién es cada tocho:


Y, para terminar, fotito haciendo lo que más nos gusta:
Feliz año a vosotras también! 💜
Os adoro. Tengo 54 años y os escucho con mi hija de 16 que también os adora. Gracias. Por recordarme autoras leídas y descubrirme nuevas. Porque mi hija y yo compartimos aún más lecturas que antes. Porque ponernos contentas cuando decimos en el coche ¿Punzadas? Es mágico :-) Gracias chicas!