Queridísimas lectoras:
Se acaba el verano. Sí, ya sabemos que vamos tarde, que el verano acabó hace un rato, pero desde nuestra posición privilegiada de estudiantes todavía estamos estirando un poco el chicle del vagueo y la relajación. ¿Vosotras os relajáis? ¿Os relajáis de verdad? El ritmo de nuestras vidas está marcado por unas pautas trabajo – descanso bien claras: te matas a trabajar durante todo el año y luego tienes un par de semanas en las que te toca concentrar todo el descanso, recargar pilas, volver a la carga. Las ciudades se vacían de nativos y se llenan de turistas. En este año de pandemia buscamos alejarnos de los núcleos urbanos y, para ello, partimos en busca de la tranquilidad en mares y montañas listos para ser asediados por ejércitos de personas en busca de la misma foto.
En resumen: todos intentamos huir. A veces hasta se nos ocurre la fabulosa idea de adquirir paquetes de relax de tratamientos en spas y balnearios. Dice Yaara Benger Alaluf, en una compilación de textos sobre las nuevas formas en las que el capitalismo busca explotar nuestras emociones editada por Eva Illouz, que “lo que forma la experiencia turística es la diferencia: la experiencia y sus expectativas anticipatorias se construyen a la luz y en contraste con ciertas experiencias no turísticas”. Es decir, buscamos pinchar la burbuja de la rutina y meternos en otra. Pero, ¿qué otra? En esos paquetes turísticos de spa&balneario entramos en elegantes refugios construidos para el descanso, la tranquilidad, el cuidado y la salud. Ahí no solo se busca el bienestar físico, también perseguimos el bienestar emocional. No solo pretenden aliviarte las contracturas del hombro producidas por estar muchas horas en tu cuarto hiperconectado (guiño desde aquí a nuestra querida Remedios Zafra), sino que quieren que te relajes. Quieren provocar en tu cuerpito irremediablemente capitalista una emoción.
Así, una vez en el balneario, te meten en complejas bañeras con muchos chorros y sales de colores. Las luces se apagan y escuchas la cálida voz de un cantante portugués. Sin embargo, para poder funcionar la bañera hace un ruido estridente que te recuerda al que hacen las máquinas de resonancia magnética. De hecho, la bañera tiene forma de tubo e incluso una tapa. La bañera tiene forma de ataúd. Metida ahí dentro, tienes que hacer un esfuerzo para no pensar en lo mucho que parece que te están haciendo una resonancia supuestamente agradable. Después te untan en chocolate para completar el maravilloso tratamiento y comienza, te avisan, una experiencia mística. Te piden que te quites el traje de baño y tú entras en pánico. El pánico se redobla cuando ves que la alternativa que te ofrecen al traje de baño es un tanga transparente. Tú empiezas a ponerte nerviosa, porque claro, no te gusta que te vean desnuda (hola, complejos, ¿qué tal vais?). Encima no estás bien depilada, y, aunque en teoría no te importa porque eres súper feminista, la verdad es que importa bastante. Estás tumbada, desnuda, con tus pelos en el campo de visión de varios desconocidos. Además, te están untando de chocolate y envolviendo en una lona de plástico. Se parece mucho a las lonas de plástico en las que envuelven a las niñas asesinadas en las series de televisión que consumes como pipas en tu escaso tiempo libre. No puedes parar de pensar en eso. En pelos. En plástico. En niñas muertas. Y en las gotas de sudor blanco que te caen de la axila al codo, porque también te preocupa mucho no oler mal. Y en el tampón que llevas puesto, porque igual se ve la cuerda. O peor, igual empiezas a sangrar encima del chocolate y entonces parecerás una niña muerta de verdad. “¿Llamarán al forense?”, piensas. “¿Llamarán al forense y me sacarán de debajo de las uñas trocitos de papel con pistas dejadas por el asesino?” “¿Quién mató a Laura Palmer?” “¿Y a Inés García?” “¿Y a Paula Ducay?” Mientras piensas en eso, la profesional que te está untando en chocolate te dice que te va a “envolver como a un bombón”. Tú ya no sabes si reír o llorar. Miras al techo y cuentas las placas de pladur para no pensar obsesivamente en todo. Tampoco en tu ex, que se te viene a la cabeza sin una razón aparente. Ya no oyes ni al cantante portugués y estás deseando que enciendan la luz y poder salir de ese circuito cuya meta es la relajación forzada, inevitable. Solo quieres quitarte el tanga transparente.
Después, para terminar, te ves en una piscina llena de cascadas, corrientes y burbujas, pero te agobias porque hace mucho calor y porque los chorros te hacen daño en el cuerpo. Entonces descubres que el agua es salada y que puedes flotar. Descubres que puedes hacerte la muerta (y la verdad, deberían matarte por el gorro ridículo que llevas, se podría considerar terrorismo estético). Así, mirando al techo, flotando sin esfuerzo y huyendo de los chorros que te golpean los glúteos y el abdomen, consigues relajarte por primera vez en toda la tarde.
Flotando en el agua nos dio por pensar que el balneario molaría mucho más si fuera este:
Ilustrado por Isabelle Feliu aunque los koalas son un poco como los masajistas: parecen inofensivos, pero pueden hacer mucho daño. También pensamos que quizás estaríamos más acostumbradas a las rutinas vacacionales de los privilegiados si fuéramos uno de los personajes de la última mini serie de HBO, The White Lotus. ¿Gente rica que va a relajarse y acaba queriendo matarse entre ella? ¿Qué más podemos pedirle al verano? Por cierto, sobre la moda en The White Lotus, Noelia Ramírez escribió este artículo que creemos que merece la pena.
También nos acordamos del cuento de Cheever, The Swimmer , del que hablaron en el último Deforme Semanal nuestras diosas y guías espirituales Lucía Lijtmaer e Isabel Calderón:
Este cuento tiene que ver con piscinas y, sobre todo, con una fachada aparentemente feliz que esconde algo. A Lucía y a Isabel se les da de vicio derribar fachadas y hurgar donde importa, así que nos disculpamos de antemano por recomendar el podcast en (probablemente) todas las cartas por venir.
Hace unos meses escribíamos este texto sobre la perspectiva de graduarnos de la universidad y la pedantería y el cansancio que nos producían ciertos comportamientos en el mundillo académico… y descubrimos que incluso las personas que creíamos que se sentían seguras de sus opiniones y afirmaciones estaban tan muertas de miedo como nosotras. Desde entonces nos gusta mucho destapar lo que llamamos “farsas colectivas”. La farsa colectiva de esta primera carta es, sin duda, la idea de que, en vacaciones, todo el mundo se lo pasa pipa. No, mentira, (y menos en pandemia). Por ejemplo, este año una de nosotras ha tenido un verano aburridísimo y la otra se ha convertido en adicta a los test de antígenos.
Es por todo ello que no tenemos problema en decirle au revoir a estos meses de mierda y darle la bienvenida a un otoño que esperamos sea mucho, mucho, mucho mejor (además, el mes que viene ambas cumplimos años, ¡libra season, para nuestras amantes del horóscopo!). Esperamos de corazón que queráis acompañarnos.
Adelante,
Paula & Inés