Queridísimas lectoras:
¿Cómo estáis? ¿Atoradísimas en este tiempo abrasador y lleno de entregas, exámenes y trabajo? Nosotras sí. De hecho, barajamos la posibilidad de que hoy no llegase nada a vuestros buzones, pero luego, sentadas en el césped del festival Tomavistas escuchando de lejos a Sen Senra, decidimos escribiros una cartita corta y sencilla, sin lecturas de tesis doctorales ni análisis concienzudos. Honestamente, no tenemos tiempo. Este mes está siendo matador y solo podemos pensar en que llegue junio y sentirnos un poco liberadas. Sentir que respiramos pausadamente, que podemos leer un libro por placer sin sentir culpa y dedicar nuestra vida a lo único importante: Punzadas.
La idea de esta pequeña cartita es hablar sobre el tiempo justamente cuando sentimos no tenerlo. Por ejemplo, a través de El tiempo vivido sin su fluir, de Denise Riley (Alpha Decay). En este libro la autora habla de lo que supuso para ella la muerte súbita de su hijo. Sin embargo, en la primera frase ya avisa de que no va a «escribir sobre la muerte, sino sobre un estado alterado de la vida». Esta alteración tiene que ver con el tiempo, con la experiencia de «vivir en un tiempo repentinamente atrapado: la punzante sensación de que te arrancan de cualquier flujo temporal tras la muerte súbita de tu hijo». La sensación de la que habla Riley tiene que ver con la temporalidad, con lo que denomina tiempo atrapado y con una vida que se vuelve atemporal y en la que el tiempo deja de fluir, de ir hacia adelante. Sin embargo, Riley advierte de que no está hablando de la habitual metáfora del «tiempo que se ha parado», sino de algo mucho más fuerte y profundo. No puede hablarse de ello a través de metáforas porque adoptar este lenguaje figurado supone el fluir del tiempo: escribir conlleva una sensación de futuro que no es posible cuando el tiempo ha dejado de fluir. Riley se pregunta: «¿Por qué deberías incluso aspirar a explicar, después de una muerte inesperada, que ahora vives en un estado temporal profundamente alterado?». Más tarde, admitirá que «ya no hay tiempos verbales».
El tiempo entendido de manera lineal ya no existe, sino que vive atrapada en un tiempo esférico. El libro incluye las páginas que escribió en el tiempo posterior a la muerte de su hijo. Esto es lo que dice en el apartado titulado Diez meses después:
«Lo intento otra vez: una muerte súbita, para quien se queda atrás, ejerce tal violencia en el “flujo” temporal que experimentamos que este se detiene y luego mana poco a poco hasta formar un gran charco. En lugar de la antigua línea del tiempo que iba hacia delante, ahora te retiene una especie de esfera. Vives dentro de un globo sin bordes. En el pasado, antes de la estúpida desaparición de J, el futuro se extendía ante mí como si pudiera tumbarme sobre él, suavemente, como si fuera una franja de terreno, una lengua que se adentra en el mar. Pero ahora no siento ninguna apertura temporal hacia delante, estoy alojada en el presente, deambulo por una vasta pendiente que tiene forma de platito de café; una ancha y baldía llanura como las orillas del río Lete, supongo».
Riley intenta buscar testimonios de este tiempo que ella ha vivido, pero considera que son escasos. Sin embargo, hay un cuarteto de Emily Dickinson que le parece un gran acierto:
«El pensamiento anterior procuré que se uniese
al pensamiento que después llegaba,
mas la secuencia se desenmarañó sin sonido
por el suelo como ovillos de lana».
¿Alguna vez habéis sentido este no estar dentro del tiempo o este habitar un tiempo sin tiempo? Y, si lo habéis hecho, ¿cómo habéis conseguido reengancharos al mundo? ¿Cómo volver a los tiempos verbales, al fluir, a la presencia de un camino?
También hablaba del tiempo Anna Pacheco en su artículo Buscando semáforos en un Captcha. Pacheco escribe a partir del libro Poco se habla de esto, de Patricia Lockwood (los amigos de Alpha Decay están que se salen…). Escribe Pacheco:
«Internet, recuerda este libro, está lleno de bromas y chistes sobre el deseo de salir de esta “línea temporal”, la que ocupamos, nuestro ahora, y colarnos en otras vidas posibles; quizá porque es muy fácil la posibilidad de proyectarnos en otros lugares».
Pacheco también habla de las vidas no vividas, esas que rastreamos a veces a través de las redes sociales tiradas en la cama a las dos de la mañana. Habla, en un párrafo bastante cómico, del resto de ‘Anna Pacheco’s que hay por el mundo. Te entendemos, Anna. Paula tiene también una «doble/tocaya» que vive en Florida, trabaja en el sector inmobiliario y tiene un hijo que se porta regular en el colegio. Tienen un correo electrónico casi idéntico y a veces le llegan emails de profesoras enfadadas y siempre hay un punto fugaz de pensar: ay, el niño no se porta bien, habrá que hacer algo. De vez en cuando también recibe invitaciones a Bat Mitzvas. ¿Cruzarse el Atlántico para ir a una Bat Mitzva? Nunca he ido a una. El martes a las 19.00. No me va mal. Podría.
Como no paramos de acá para allá, pendientes todo el rato de la hora, de no llegar tarde a nada, nos es imposible no acordarnos de las famosas Instrucciones para dar cuerda al reloj, de Cortázar:
«Allá al fondo está la muerte, pero no tenga miedo. Sujete el reloj con una mano, tome con dos dedos la llave de la cuerda, remóntela suavemente. Ahora se abre otro plazo, los árboles despliegan sus hojas, las barcas corren regatas, el tiempo como un abanico se va llenando de sí mismo y de él brotan el aire, las brisas de la tierra, la sombra de una mujer, el perfume del pan.
¿Qué más quiere, qué más quiere? Átelo pronto a su muñeca, déjelo latir en libertad, imítelo anhelante. El miedo herrumbra las áncoras, cada cosa que pudo alcanzarse y fue olvidada va corroyendo las venas del reloj, gangrenando la fría sangre de sus rubíes. Y allá en el fondo está la muerte si no corremos y llegamos antes y comprendemos que ya no importa».
Os dejamos aquí el texto completo, incluido el Preámbulo a las instrucciones para dar cuerda al reloj, que tampoco tiene desperdicio porque claro, es Cortázar.
También habla de relojes y de tiempo Mary Oliver (ya os contaremos más de ella en próximas punzadas):
«¡El reloj! ¡Calavera lunar de doce dígitos, inmaculado vientre de araña! ¡Qué serenas se mueven sus agujas metálicas, y qué diligentes! ¡Doce horas, y doce horas más, y vuelta a empezar! ¡Come, habla, duerme, cruza la calle, friega los platos! El tictac del reloj no se detiene. Sus perspectivas son tan amplias… tan normales. (Ojoo a esta palabra). Cada día, doce recipientes con los que poner orden en una vida desordenada, y en una mente aún más desordenada. Resuena el reloj del campanario, y el rostro que llevamos en la muñeca zumba o reluce; el mundo está acompasado consigo mismo. Transcurre otro día, un día normal y corriente. (Ojo también a esta palabra)».
Así que cuidado con los relojes y las vidas paralelas, que son peligrosas. Mucho ánimo si estáis de exámenes y trabajos. Ojalá podáis salir pronto a pegar botes en un concierto como lo hemos hecho nosotras esta semana.
Os dejamos unas lindísimas imágenes de la serie Las horas del día.
Y va Sen Senra, claro:
Que la noche dure lo que quiera
Adelante,
Inés & Paula