Queridísimas lectoras:
No podemos empezar a escribir la carta sin que en nuestra cabeza suene la versión de «Miedo» de Amaia. «Miedo de volver a los infiernos / miedo a que me tengas miedo / a tenerte que olvidar»… ¿Por qué nos hacéis esto, M Clan? Estamos un poco más liberadas tras el cierre (por fin) del curso académico. Paula se ha despedido definitivamente de su querida UAM y ahora probablemente tendrá una crisis de identidad (son bianuales, como esta flor que hemos encontrado comprobando si la palabra «bianuales» existe):
La flor es Lychnis coronaria, aparece cada dos años, y viene a demostrar que en Punzadas siempre hay conexiones mágicas (y si no las hay nos las inventamos). Lychnis nos suena un poco a «Lynch», de David Lynch y David Lynch nos hace pensar en cosas extrañas, espeluznantes y terroríficas. Y sobre esto, sobre el miedo, sus aristas y sus potencialidades, venimos a hablaros hoy. Para ello, recurriremos a mujeres listísimas a las que admiramos y que son referentes indiscutibles en este ámbito. Aunque obviamente sentimos miedo cada día, esta carta ha hecho que nos aproximemos por primera vez a a algunas de sus aristas, como el género de terror. Ninguna de las dos vemos películas de miedo ni leemos apenas libros de terror (aunque sí adoramos a Mariana Enriquez y Shirley Jackson) pero acercarnos a mujeres listísimas expertas en estas cuestiones ha hecho que se nos abra un horizonte de posibilidades que no nos habíamos planteado nunca. Por tanto, esta carta está plagada de desconocimiento, pero también de descubrimiento y admiración. Allá vamos.
No podemos hablar de escritoras y miedo sin hablar de las señoras victorianas. Damas oscuras. Cuentos de fantasmas de escritoras victorianas (Impedimenta) es un libro que recoge cuentos escritos durante el reinado de Victoria (1837-1901), un periodo que se caracteriza por la actividad y riqueza socioculturales, una estricta moralidad y distintos avances materiales. Todo esto estaba mezclado con otro rasgo distintivo de la época: «la afición por lo esotérico, la novela gótica y los cuentos de fantasmas». En estos años encontramos una gran popularización de lo denominado «Oculto». Las mujeres que escribieron en esta época, a través de los relatos de fantasmas, luchaban contra el mito del perfecto hombre victoriano, una figura de autoridad guiada por la razón.
Estos jambitos ficticios, aparentemente tranquilos y racionales, empezaban a panicar cuando aparecían los fantasmas. Los hombres antes sensatos se veían afectados por los nervios y la histeria, actitudes «propias de las mujeres». Así, los personajes masculinos construidos por estas escritoras aparecen vulnerables y desnudos, despojados por una vez de sus permanentes privilegios:
«La clave del relato reside en cómo el protagonista reacciona ante la aparición, en cómo los hombres son arrancados de la esfera de la razón para ser devueltos a la humildad, al amor, al perdón… Todos estos atributos que siempre se impusieron a las mujeres. Las escritoras convierten a los fantasmas en mecanismos de empoderamiento, restableciendo la justicia que tanto se hizo esperar. En la época victoriana, las damas oscuras fueron, sin ninguna duda, las reinas del Más Allá».
Así, desde esta perspectiva son los privilegiados los que se conciben como extranjeros, ya que en estos relatos se produce una rebelión ante el sistema opresor. Tanto las mujeres como el pueblo (los campesinos) son reivindicados. Tradicionalmente, los fantasmas se relacionan con lo rural y con lo popular, que nada tiene que ver con la razón propia de la burguesía citadina. Así, en los cuentos los sirvientes asumen la existencia de fantasmas, mientras que los señores niegan su existencia y luego se horrorizan al descubrir su presencia.
De esta manera, los cuentos de fantasmas se convierten en un medio para hablar sobre la vida de la mujer victoriana y «otorgarle a la mujer la justicia que reclama». Algunas de estas mujeres son Charlotte Brontë, Elizabeth Gaskell, Amelia B. Edwards, Rhoda Broughton, Rosa Mulholland, Vernon Lee o Catherine Crowe. De hecho, esta última se acercó tanto a los temas sobrenaturales que la encontraron desnuda una noche en Edimburgo porque defendía que los espíritus la habían hecho invisible (ojalá ser invisible a veces, we feel you Catherine). Previamente se había casado con un miembro del ejército, pero tiempo después se separó y cada vez se especializó más en temas sobrenaturales. Su colección más conocida es El Lado Nocturno de la Naturaleza. Crowe habló de la realidad de las mujeres, de las presiones sociales a las que estaban sometidas y del matrimonio (un calvario). Nosotras hemos leído Junto al fuego, en el que podemos ver aplicado todo esto. Por ejemplo, la incredulidad de los hombres burgueses y de ciudad con respecto a la existencia de lo sobrenatural. En este fragmento podemos verlo:
—Extraordinario —manifestó la esposa del guarda—, pero el castillo está encantado. —La sencilla gravedad con que pronunció estas palabras me hizo reír, y los demás se me quedaron mirando con el más edificante de los asombros.
»—Les ruego me disculpen —dije—, pero me figuro que ya sabrán ustedes que en las grandes ciudades, que es donde yo suelo residir, no hay fantasmas.
»—¡Vaya! —exclamaron ellos—. ¡¿No hay fantasmas?!
»—Por lo menos yo no he oído hablar de ninguno —añadí—, y lo cierto es que no creemos en esas cosas.
Otro de los relatos que hemos leído es No administrar antes de dormir, de Rosa Mulholland (Mulholland Drive…). La autora, al describir a un personaje femenino, dice lo siguiente: «Evleen Blake no era una de esas señoritas fácilmente excitables y de lágrima fácil». Además, en el relato se opone a la posibilidad de que un hombre (utilizando en este caso medios sobrenaturales) fuerce tener una relación con una mujer que claramente no quiere estar con él.
También recomendamos otro libro de Impedimenta titulado Reinas del abismo. En este libro, aunque también se reivindica la capacidad de las escritoras para moldear y popularizar el relato de terror, no se centra en las escritoras victorianas. Por el contrario, escoge a escritoras que vivieron en los finales de la era victoriana: a finales del siglo XIX y a principios del XX. En este caso aparecen nombres como Mary Braddon, Edith Nesbit, Margaret St. Clair, Mary Counselman, May Sinclair o incluso nuestra queridísima Leonora Carrington. Estas escritoras siguen evolucionando y experimentando a partir de los inicios góticos del relato de terror y su posterior reafirmación en la época victoriana: «Estas Reinas del abismo traspasaron los límites para mantener el relato de terror vivo, fresco y fortalecido para el comienzo del nuevo siglo».
Más allá de la literatura, queremos destacar también a la pintora Evelyn De Morgan, que vivió entre 1855 y 1919. En sus pinturas muestra una profunda espiritualidad, aparecen temas mitológicos y también relacionados con la literatura y la Biblia. Además, se interesa por las leyendas populares y formó parte de la Hermandad Prerrafaelita, una asociación de pintores y poetas fundada en 1848 que reivindicaba la pintura anterior a Rafael en contra de la pintura académica imperante. Evelyn De Morgan pintó a las mujeres, pero también participó en las luchas sufragistas. Además, en sus obras trata temas como la vida y la muerte, la guerra, la luz y la oscuridad:
Estas mujeres son muy interesantes y os recomendamos mucho explorar en sus relatos, a través de los cuales trataron de criticar situaciones personales y sociales que les incomodaban, oprimían y hacían sufrir. Sin embargo, vamos a avanzar en el tiempo para hablar de dos escritoras que adoramos: Shirley Jackson y Mariana Enriquez.
Si pudiéramos refugiarnos en el comienzo de una novela, lo haríamos en Siempre hemos vivido en el castillo, de Shirley Jackson:
«Me llamo Mary Katherine Blackwood. Tengo dieciocho años y vivo con mi hermana Constance. A menudo pienso que con un poco de suerte podría haber sido una mujer lobo, porque mis dedos medio y anular son igual de largos, pero he tenido que contentarme con lo que soy. No me gusta lavarme, ni los perros, ni el ruido. Me gusta mi hermana Constance, y Ricardo Plantagenet, y la Amanita phalloides, la seta mortal. El resto de mi familia está muerta».
Descubrimos a Jackson de la mano de su inolvidable Merricat, un personaje travieso y perspicaz cuya historia sucede dentro de los límites de una casa, o, como dice ella, «un castillo». Y es que era en la casa y en la vida doméstica donde Shirley Jackson encontró (por desgracia) muchas de sus inspiraciones literarias. Estaba atrapada, como tantas mujeres de la época, en un matrimonio que tenía un lado oscuro, en la crianza de sus cuatro hijos y el mantenimiento de una casa en un pueblo que nunca aceptó las excentricidades de la escritora. Este artículo de The New Yorker cuenta cómo incluso cuando Shirley se convirtió en la fuente de ingresos principal de la familia, era su marido el que controlaba las finanzas y el dinero. Rasgos, claro, de la época. Jackson también tuvo que lidiar con sus lectores: después de la publicación de La lotería, su cuento más famoso, recibió miles de cartas tachándola de loca, de monstruosa. Y es que Shirley era monstruosa, pero en el mejor de los sentidos. Sus escritos, ácidos y certeros, nos muestran los bajos fondos de la vida americana del momento, sobre todo de la vida cotidiana. Su terror ficticio responde a sus terrores reales: sufrió agorafobia durante muchos meses y esto se ve reflejado en sus escritos, historias donde las casas juegan un papel esencial (no solo en Siempre hemos vivido en el castillo, también, por supuesto, en La maldición de Hill House).
La literatura sigue una tradición y trazar los hilos de las escritoras de terror, de Shirley Jackson a Stephen King, de King a Mariana Enriquez, nos lleva directamente a El aljibe, un cuento de esta última publicado en Los peligros de fumar en la cama. Este cuento habla del miedo de manera explícita, de cómo el miedo se hereda entre familias, de cómo desciende a través de generaciones de mujeres. Enríquez lo plantea como suele hacerlo: a través de relaciones familiares plagadas de traición y culpa, de visitas a brujas y altares a San La Muerte. Todos los cuentos del libro son recomendables, pero este en especial consigue hablarnos de los miedos heredados de las mujeres y del precio que estaríamos dispuestas a pagar por sacudirnos de ellos.
En el episodio de Reinas del grito (tenéis que escuchar este podcast, es una pasada), presentado por Desirée de Fez (de la que hablaremos más adelante), esta le pregunta si cree que es compatible ser miedosa con escribir terror o ver/hacer películas de terrores. La respuesta de Mariana es la siguiente: «Es muy compatible, yo creo, porque la persona que trabaja con el género en cualquier miedo lo está investigando y se está investigando a sí mismo también». Además, distingue tres tipos de miedos:
1. Miedo real, diario: por ejemplo, a Mariana le dan miedo las cuestiones relacionadas con el cuerpo (tener un accidente, enfermar, etc.) y también los incendios, las guerras y las catástrofes naturales.
2. Miedo adrenalina-momentánea: película o libro.
3. Miedo patológico: fobias.
Esta distinción de Mariana nos sirve para identificarnos con el miedo real y diario y también con el segundo tipo, aunque la adrenalina momentánea no es causada por películas o libros de terror. De hecho, la propia Mariana admite que no solo siente esta adrenalina con las ficciones de este género. Nosotras normalmente utilizamos la palabra «terror» para definir lo que sentimos al ver algunas escenas de películas que no aparecen bajo la categoría de este género. Por ejemplo, hace unas semanas fuimos a ver la película El Acontecimiento, basado en la novela homónima de Annie Ernaux. En la sala de cine, mientras comíamos disimuladamente conguitos (en ese cine no se puede), sucedió algo extraño: Inés empezó a sentir terror. Como sabréis, El acontecimiento narra la historia de un aborto clandestino en la Francia de los años 60. Es una historia que contiene un terror, digamos, poco tradicional. No hay sangre, ni monstruos, ni sustos. No hay crucifijos, ni poseídos, ni gemelas al fondo del pasillo. Pero sí hay un elemento que supera en terror a todo lo demás: el tiempo. Las semanas que van pasando y el feto que va creciendo en un vientre que no lo quiere. La angustia de la protagonista, que se siente sola y desamparada en un sistema (sanitario y social) que no solo le da la espalda, sino que activamente juega en su contra. El ambiente es lo terrorífico, junto con el dolor y la injusticia que recorren todo el relato. También nos pasó esto viendo Roma, de Alfonso Cuarón, durante las escenas en el paritorio.
Así, aunque encontramos terror en lo cotidiano y en las realidades complejas que atraviesan algunos personajes, no vamos al cine a ver películas de terror. Si nos hubieran preguntado por qué no vemos este tipo de películas antes de escribir esta carta, nuestra respuesta hubiese sido: «Porque nos dan mucho miedo». Sin embargo, después de investigar sobre estas mujeres que gestionan sus miedos propios a través de la ficción, ya no estamos tan seguras de poder dar esta respuesta. Sobre todo después de haber leído el libro de Desirée de Fez, Reinas del grito (Blackie Books). La autora aborda justo esta cuestión cuando explica que una de las cosas que más le dicen cuando cuenta que es especialista en el género de terror es justamente «No veo películas de miedo porque me dan miedo». Desirée dice que este comentario le parece «tan ingenuo como razonable», ya que ella también tiene mucho miedo, pero opta por enfrentarse a él en vez de intentar esquivarlo.
Este libro nos ha encantado y, aunque no hayamos visto la mayoría de las películas de las que habla la autora, hemos conectado profundamente con lo que cuenta. Para ella, como veíamos con Mariana, las películas de terror (junto con su familia, amigos y la terapia) son una forma de gestionar y aprender a convivir con sus miedos. Así, dice:
«Me han hecho sentir angustia y han alimentado mis temores. Pero también me han dado herramientas para enfrentarme a lo que me aterra. En ellas proyecto mis miedos, muchos de ellos estrictamente femeninos, en busca de alivio y de respuestas. Adoro el cine de terror por mil razones: su libertad, su intensidad, su inclinación a lo inesperado. Pero la principal es esa invitación a observar mis miedos desde fuera e interpretarlos. Eso me ha dado y me da una fuerza increíble. Porque se puede ser miedosa y, a la vez, fuerte».
Este planteamiento nos parece profundamente interesante al combinar un reconocimiento del miedo propio y constante con una voluntad de enfrentarse a él en vez de intentar esquivarlo o evitarlo. Así, para Desirée la oportunidad de ver sus propios miedos en la pantalla es una forma de enfrentarse a ellos y también de analizarlos. Sin embargo, también reconoce que muchos de sus miedos surgen de las películas de terror que vio de niña. De esta manera, dice: «Por eso no tengo ninguna duda de que el cine de terror me ha dado a la vez parte de mis miedos y las herramientas para combatirlos». A lo largo del libro, la autora va comentando algunos miedos que también a nosotras nos acompañan y persiguen cada día: el miedo a la sangre, el miedo a no ser aceptada, el miedo al sexo, el miedo a no llegar a casa, el miedo al deseo o aquel miedo que se hereda. Es interesantísima la forma en que va abordando cada uno de estos miedos combinando las películas de terror con sus propias experiencias vitales. Esta exposición que pone sus miedos más personales al servicio de la reflexión es también un acto de valentía y solo por eso merece la pena leer el libro. Este diálogo con la ficción se produce también en su propia vida, en la que las películas tienen un papel protagonista al servir de lugar desde el que mirar, comparar y vivir. Por ejemplo, es interesante cuando cuenta que con catorce años fue a un retiro espiritual y tuvo que dormir en una celda de un monasterio. Al estar sola allí, sintió un profundo miedo y, dice: «El cine de terror vino entonces al rescate. De un modo menos amable que otras veces, pero al rescate». Desirée pasó la noche pensando y fantaseando con escenas y personajes de El resplandor, lo que hizo que no apareciesen sus propios miedos (a la oscuridad, a estar sola, a que entrara alguien a violarla, etc.). Así, dice: «Lo pasé fatal, pero los miedos prestados siempre son más llevaderos que los propios. De ahí que haya tanto fóbico fan del cine de terror». Esta experiencia es un ejemplo fantástico de esa capacidad de Desirée para enfrentar y aplacar sus propios miedos a través del cine de terror. También son súper interesantes sus experiencias en el instituto y en distintas relaciones y ver cómo, muchas veces, encontraba respuestas que llevaba tiempo buscando en películas de terror.
Por tanto, la farsa colectiva de hoy es que las películas o relatos de terror solo son un mero entretenimiento para aquellas personas que disfrutan con los sustos. Quizá no todo el mundo tenga la capacidad o sea capaz de enfocar sus propios miedos a través del terror (de hecho, nosotras quizá no podamos), pero nos ha punzado mucho descubrir la forma en que distintas mujeres han explorado este género no solo para entretenerse, sino también para comprenderse, denunciar situaciones injustas, mostrar sus miedos más íntimos y enfrentarlos. Estas mujeres viven, de alguna manera, a través de estas ficciones, incorporándolas a la vida propia en un intercambio constante entre los miedos personales y los externos. Esta idea nos ha abierto una nueva ventana muy interesante a un lugar que para nosotras no era una opción: lo terrorífico.
En la carta de hoy, en vez de una canción, os vamos a recomendar un corto que nos encanta: Cerdita, dirigido por Carlota Pereda y ganador de un Goya a Mejor Cortometraje de Ficción en 2018 (está en Filmin). Aunque no podemos contaros mucho para no hacer un mega spoiler, nos parece fascinante la forma en que la directora introduce el género de terror para tratar el bullying de una manera muy particular e interesante. De hecho, Pereda cuenta en algunas entrevistas que la historia surge de una vivencia real: se encontraba en la misma piscina que aparece en el corto (en Villanueva, Extremadura) aprovechando la hora de la siesta, cuando su hija dormía. Esta hora es la de más calor, por lo que la piscina estaba vacía. Sin embargo, una adolescente bajaba todas las tardes a esa hora y Pereda se dio cuenta de que quizá lo hacía porque tenía miedo de que la gente la viese en bañador. Además, volviendo a casa por la carretera se sintió inquieta al oír un coche acercándose. La vivencia de esa tarde y las preguntas que le surgieron hicieron que empezara a formarse una historia en su cabeza. Esa misma tarde escribió todo el guion. Así, este corto está estrechamente ligado al miedo. Es increíble la forma en que la protagonista, interpretada por Laura Galán, muestra el miedo que sufre su personaje sin emitir una sola palabra durante los 13 minutos de duración. Os lo recomendamos muchísimo y estamos pendientes de que se estrene la película basada en este cortometraje. Se vienen cositas:
Adelante,
Paula & Inés
Congrats
Tendría q leer ya a Enriquez? 🤔