Querida Annie:
Cuando nos enteramos de que te habían dado el Premio Nobel de Literatura, Inés estaba en urgencias esperando los resultados de las pruebas médicas de un familiar. Entre angustiosas idas y venidas al mostrador de información, miró el móvil un segundo. De repente, sus mensajes se habían llenado de amigos y familiares: «¡Annie Ernaux Nobel!», «¡Le han dado el Nobel a vuestra amiga!!», «¡Las chicas de Punzadas estarán contentas!». Uno de esos mensajes era de Paula. Paula estaba trabajando en la editorial, preguntándose qué pasaría si el Nobel de repente cayera en un autor de la casa. ¿Habría gritos? ¿Alguien descorcharía champán? ¿No sería casi mejor que cayera en una editorial pequeñita? Se metió en Twitter después de hablar con su jefe de quinielas y posibles ganadores. Ahí, en la pantalla grande de la oficina estaba el anuncio oficial en el perfil de la Academia Sueca. Paula se llevó las manos a la boca y durante casi una hora fue incapaz de trabajar. Estuvo varios minutos temblando de la emoción.
Empezamos nuestro viaje por tu obra hace ya algún tiempo, cada una por su cuenta; Paula con El acontecimiento, Inés con Pura pasión. Desde el primer momento nos vimos cautivadas por tus páginas, fascinadas con ese estilo directo, descarnado y punzante. Compartimos nuestras sensaciones con Marta, una amiga que también había leído algunos de tus libros, y fundamos un pequeño núcleo en el que comentábamos las maneras en las que nos veíamos reconocidas en tus frases. A raíz de estas charlas surgió la idea de organizar un club de lectura para ampliar ese compartir de vivencias propias y ajenas. Ahí empezó una experiencia que nos ha tenido atravesadas desde entonces: la de leerte solas; acompañadas; leer lo que otros han escrito sobre ti; leer tus entrevistas; en definitiva, leerte a ti, en todas las formas posibles. Un texto que marcó de manera clara nuestra experiencia fue la tesis de Francisca Romeral Rosel, titulada Escritura y humillación: El itinerario autoficcional de Annie Ernaux. Nos ofreció la posibilidad de leerte a través de una mirada conocedora de tu vida y tu obra, sostenida por una reflexión previa. Antes de cada sesión del club hacíamos apuntes con las ideas de Francisca, con citas tuyas que nos habían punzado y con temas que nos parecían interesantes para dar pie a la conversación. Después, en la librería Sin Tarima, en Madrid, colocábamos veinte sillas en un círculo y nos sentábamos a escuchar a otras lectoras, muchas veces desconocidas, pero atravesadas por dolores familiares.
Leer tu obra nos ha enseñado no solo su valor, sino el valor de leer en comunidad, de —más que atravesar los textos— dejar que los textos nos atraviesen a nosotras para luego devolver las sensaciones a las demás; compartir la lectura, saborearla en compañía, intentar dilucidar aquello que no hemos entendido con otras personas. Leer sabiendo que vas a comentar el libro te obliga a una lectura pausada y detenida, entrena un ojo lector que a veces se duerme en los laureles. De hecho, esta lectura colectiva tiene mucho que ver con tu voluntad de construir un yo colectivo en el que puedan identificarse individuos muy distintos que hayan vivido experiencias similares. Sabemos, porque lo has dicho en muchos sitios, que partir de tu vida para escribir no es un ejercicio, ni de lejos, narcisista, es un ejercicio de ambición colectiva, de intentar llegar a quienes puedan sentir algo parecido, de volcar tus experiencias en el papel para que estas cobren vida, como un espejo, para otros. Y, sobre todo, para otras. Es por ello que muchas veces has rechazado la etiqueta de «autoficción». En una entrevista, decías:
«Aprecio el trabajo de Serge Doubrovsky que acuñó la palabra [autoficción]. No necesito inventar o reconocerme en un género. Lo que más me molesta es la palabra yo. No siento que mis libros se centren en mí; parto de mí, pero no estoy buscando una identidad».
No buscas una identidad, pero sí la verdad. Tus textos afloran de tu vida:
Q. Nunca te escondes detrás de un personaje. ¿Nunca has tenido la tentación de escribir una novela?
Annie Ernaux: No soy novelista. Estoy buscando realidad. No invento.
Q. Tú eres tu materia prima.
AE: Sí, pero como si fuera otro.
Q. ¿Por qué escribes?
AE: Porque, cuando vivo, tengo la impresión de no captar nada; la vida es muy ligera o muy dramática.
Escribes para vivir, vives para escribir. En Perderse confiesas no haber deseado nunca otra cosa que el amor y la literatura. Una vez más, nos sentimos reconocidas en tu deseo. En El acontecimiento nos cuentas que sería imperdonable haber pasado por aquello que pasaste y no haberlo contado. No haber convertido tu historia en nuestra historia, en un relato de advertencia y memoria, eso sí habría sido un pecado. Escribías: «Si no cuento esta experiencia hasta el final, contribuiré a oscurecer la realidad de las mujeres y me pondré del lado de la dominación masculina del mundo».
Cuando pensamos en ti y en tu obra hay muchas etiquetas que se nos vienen a la cabeza: deseo, conciencia social, desclasamiento, experiencia femenina… pero quizás la que más nos punza sea la de «valentía». Qué valiente haber volcado tus experiencias en la escritura, haber convertido tu vida en literatura; cuánta coherencia hay entre aquella niña que, como dijiste en tu discurso de aceptación del Premio Formentor, llevaba «una existencia en la que la literatura ocupaba el primer lugar, como valor superior a todo, incluso como modo de vida».
Hace unos meses viniste a Madrid con motivo de las celebraciones del Día del Libro. Ambas hicimos cola en la Librería Alberti. Inés se tuvo que ir a una reunión, pero Paula te vio bajar del taxi acompañada por Marta, la responsable de comunicación de la editorial Cabaret Voltaire (sí, es mejor que el Nobel caiga en una editorial pequeñita). Para entonces ya llevábamos varias sesiones del Club de Lectura Annie Ernaux y verte en persona fue como ver a una amiga, a un familiar lejano pero cuya voz tenemos siempre presente. Te escribimos esta carta (a ti y a quienes la leéis) para decirte precisamente esto: no te conocemos, pero has conseguido con tu escritura que sintamos que sí.
Has conseguido también abordar con extrema brillantez temas complejos como la familia, la clase, la vergüenza, el deseo o la sexualidad femenina. Has confesado ser una enemiga de clase narrando la fractura entre la «joven humillada», hija de campesinos de provincia, y la «tránsfuga social». Has vivido y escrito entre el mundo de los dominados y el de los dominantes. Nos ha conmovido el relato de la fractura en muchos de tus libros, sobre todo en Los armarios vacíos. Con veinte años escribiste en tu diario: «Escribiré para vengar a mi raza». Querías «convertir el sentimiento de una indignidad original en fuerza de desenmascaramiento y de subversión de las jerarquías, sociales, masculinas, culturales». Para ello, rechazaste la novela y la ficción por ser «la proyección en literatura de la dominación de las clases llamadas superiores». Citas a nuestro querido Barthes: «[escribir es] la elección del área social en el seno de la cual el escritor decide situar la Naturaleza de su lenguaje» y tú eliges escribir desde una posición concreta, desde un puente, a veces quebradizo, entre tus dos mundos: el de ayer, y el de hoy; el obrero y el burgués. Igual que muestras en los libros sobre tu juventud y sobre la relación con tu familia las ambivalencias de las relaciones paterno y materno-filiales, clavando el puñal en nuestro corazón lector, mostrándonos como solo las mejores escritoras pueden hacerlo, que lo humano es una escala de grises.
Has dicho también que seguirás luchando para que las experiencias de las mujeres sean contadas porque sabes lo importante que han sido las redes femeninas en tu vida. (¿Quién corta el cordón umbilical que todavía une el feto a tu cuerpo sino la compañera de la residencia?). Leíamos en El acontecimiento sobre las mujeres que también se saltaban la norma, que vivían de alguna manera en los márgenes. Escribías: «...esas mujeres a las que nunca conocí y con las que, vivas o muertas, reales o ficticias, y a pesar de todas las diferencias, siento que tengo algo en común. Son artistas, escritoras, heroínas y mujeres de mi infancia que componen una cadena invisible dentro de mí. Tengo la impresión de que mi historia es la de ellas».
Este Nobel es, quizás, para ti y para ellas, y para la cadena de mujeres que te leen, que te leemos, a lo largo y ancho del mundo.
Gracias, Annie.
«Quizás el verdadero objetivo de mi vida sea este: que mi cuerpo, mis sensaciones y mis pensamientos se conviertan en escritura, es decir, en algo inteligible y general, y que mi existencia pase a disolverse completamente en la cabeza y en la vida de los otros».
Todo encantador, solo un pequeño asterisco:
Cuando preguntáis... Q. Nunca te escondes detrás de un personaje. ¿Nunca has tenido la tentación de escribir una novela?
Ella contesta: Annie Ernaux: No soy novelista. Estoy buscando realidad. No invento.
Yo soy una pequeñita novelista de provincias y uso mis personajes inventados para mencionar realidades, creo que en mi caso, es mi parte cómoda para llamar al pan, pan y, al vino, vino. ¡¡Besos xiquillas!!!