Queridísimas lectoras:
¿Cómo estáis? Hoy venimos a hablaros de un tema importantísimo y difícil para nosotras, el tema que quizás fuese el detonante para empezar a escribir estas cartas: el sexo. Recordamos una conversación telefónica en el mes de julio en la que no dejábamos de decir: «¡Hay que hablar de esto! ¿Por qué nadie lo hace?» El hecho de que lo sintamos tan importante (nos punce tanto), hace que encontremos muchas ramificaciones que nos parecen interesantes y para las que necesitamos tiempo para pensar. Por eso es un tema que nos gustaría abordar poco a poco y en varias cartas. Esta es la primera de varias punzadas encadenadas en las que vamos a darle vueltas a lo que a veces, entre nosotras, nos referimos como el puto temita.
Un par de disclaimers: hablamos desde nuestra experiencia, es decir, desde la experiencia de dos mujeres que se sienten, al menos por ahora, principalmente atraídas por hombres y que han lidiado con estas cuestiones en un marco de relaciones heterosexuales.
En conversaciones anteriores (como si esto fuese una sitcom) que nadie ha escuchado hemos hablado de la cantidad de elementos y cuestiones que entran en juego en la vida de las adolescentes (y los, pero aquí hemos venido a hablar de nuestro libro) cuando su entorno más cercano comienza a hablar, pensar, practicar el sexo. Los problemas empiezan pronto, cuando la libertad se convierte en obligación, cuando a una edad cada vez más temprana te ves obligada a hacer ciertas cosas (a tacharlas de una lista invisible, pero latente) porque de lo contrario esas prácticas de las que no has participado se convierten en una carga, en una mochila muy pesada. Por ejemplo, la idea de que no se puede ir a la universidad sin haber follado. (Habría que definir, por supuesto, qué significa follar, pero eso igual es otra carta). Es mucha la presión que sienten las jóvenes por tachar ese rito de paso de la lista antes de graduarse del instituto (o, lo que viene a ser lo mismo, antes de cumplir la mayoría de edad). Sin embargo, solucionar «el problema» no es tan fácil. ¿Qué pasa? Que nos han vendido que las primeras veces tienen que ser únicas, mágicas, especiales, a la luz de las velas y con un chico que te adora.
¿Qué sucede en realidad en las primeras veces? Pues desastres varios, claro. Y no pasa nada. El problema es que el imaginario colectivo en el que se inscribe el sexo adolescente está plagado de imágenes idílicas donde todo va bien, todo fluye, hay música de fondo y aquí no está pasando nada excepto una de las experiencias más bonitas de tu vida. Sabes perfectamente lo que hacer y lo que no, no hay dudas, no hay pausas, no hay comunicación. Hay jadeos y gemidos y ruidos, pero no hay palabras. Y, por supuesto, te corres. Te corres a la primera.
Katherine Angel en El buen sexo mañana explica que este modelo lineal «es asumido por innumerables escenas de sexo rápido y eficaz entre hombres y mujeres en el cine y la televisión». Las fases de este modelo son las siguientes: tocamientos rápidos, inserción de un pene, suspiros entrecortados y vertiginoso orgasmo mutuo. No son admitidos la vaguedad, la torpeza, la opacidad ni el desconocimiento.
Es interesante que la autora relaciona estas cuestiones con lo que denomina «cultura de la confianza en una misma»: corriente que otorga a la sexualidad y al placer el papel de sustitutos de la emancipación y la liberación. La mujer es entendida de manera idealizada: «mujer fuerte capaz de superarlo todo, capaz de ignorar los perjuicios y de ser más dura; ser, llanamente, menos niña. Existen niñas débiles y ofendidas por un lado y mujeres adultas seguras de sí mismas por otro, y está claro cuáles se supone que queremos ser». Sin embargo, ser una mujer fuerte y confiada en el sexo tampoco exime de problemas, ya que muchas veces somos criticadas y castigadas por estas actitudes que, al mismo tiempo, se nos pide que mantengamos. Te castigan por ser una zorra confiada y también por ser una mojigata vulnerable. Si dices que no quieres follar la primera noche te llaman estrecha y si accedes a ello, es posible que al día siguiente consideren que no mereces la pena (chica fácil). No decimos nada nuevo.
Angel pone en cuestión está presentación de las mujeres como heroicamente invulnerables. Según ella, para el posfeminismo «el entusiasmo desaforado por el sexo era señal de éxito, orgullo y poder. Molestan la timidez y el miedo sexuales: considera humillantes la incertidumbre y el miedo: la indecisión sexual es agua pasada». Nosotras, como Angel, creemos que es muy fácil sentir inseguridades cuando dejas a alguien acceder a tu intimidad, a tu cuerpo. Es fácil sentirse vulnerable, a pesar de que apenas se hable sobre esa vulnerabilidad o apenas se represente en los productos culturales que consumimos cada día. Se puede tener unmiedo al sexo (a sentir dolor, a no hacerlo bien, a abrirte de esa manera a alguien —no pun intended—). Todo esto no quiere decir que seas una mojigata o una persona conservadora, pero la libertad sexual tampoco significa que cada niña, adolescente o mujer tiene un control absoluto (o ni siquiera un buen control) sobre la verbalización y ejecución de su deseo. De hecho, la libertad puede volverse represiva si no eres una de esas personas que viven su sexualidad con seguridad y sin miedo. La libertad en el marco en el que planteamos este tema puede hacerte sentir inútil, incompleta. Te puede hacer sentir, incluso, que estás desperdiciando tu cuerpo joven, medianamente atractivo, deseable. Hay un espacio, un vacío instalado entre las costillas y la columna vertebral, que se abre como una grieta cuando tienes que enfrentarte a situaciones en las que el sexo es un factor predominante. No hablamos solo de encuentros sexuales, hablamos de conversaciones, alusiones, menciones, al sexo. A juegos de beber donde tienes que fingir grandes hazañas sexuales, porque sientes que no puedes compartir ni con las personas de tu entorno de confianza, que muchas veces no tienes ni puta idea de lo que estás haciendo en la cama. No finges para fliparte, finges para protegerte.
En una de nuestras primeras cartas os compartimos la canción de Marta Movidas, «No entiendo los vínculos sexo-afectivos de la modernidad». En esta entrevista, a Marta le preguntaron: «¿Consideras que al componer esta canción buscaste poner el foco en todo lo que supone no cumplir con los cánones establecidos?»
Su respuesta:
«El problema, además del canon, es la importancia social del canon mismo. Ser guapa o ser delgada es importante porque la validez reside en el atractivo. Parece que gran parte de la concepción social que tenemos del otro proviene de la percepción de un sujeto sexualmente activo. Conoces a alguien por primera vez y terminas hablando de si te acuestas con fulanito o con menganito, o sea que gran parte de tu personalidad reside en tu sexualidad, más o menos. A mí me encanta que la gente se acueste con gente y obtenga placer porque eso siempre es bueno, pero me da mal rollo que sea algo tan importante en la definición del yo y del otro que genere miedos hacia vínculos sexo-afectivos más profundos. Si mi amiga de repente tiene pareja, una parte de la percepción que su círculo tiene de ella se evapora, se difumina, se tiene que redefinir. Obviamente da miedo y es difícil. Creo que el problema del canon es más bien lo que implica en sí mismo, como si tu personalidad dependiera de si follas o no.»
Una de las razones por las que nos parecía que era difícil escribir esta carta es porque criticar o cuestionar la libertad sexual es complejo, peligroso. Eva Illouz en El fin del amor denomina a esta crítica «la incómoda crítica de la libertad». Dice: «Cabe preguntarse si la libertad sexual no se ha convertido en la filosofía neoliberal de la esfera privada». Considera que la subjetividad sexual de los parámetros culturales relacionados con la tecnología y el consumo «contradice la visión de la sexualidad emancipada que fue el eje de la revolución sexual, debido a que esa sexualidad termina por reproducir compulsivamente los propios esquemas de pensamiento y acción que hacen de la tecnología y la economía los motores y artífices invisibles de nuestros lazos sociales». No pretendemos decir que el sexo sea malo, ni que las mujeres no deban querer follar. Decimos que hay mujeres que se sienten así:
y sentimos que hay poca gente hablando de ello.
La canción de hoy, para ir abriendo boquita con este tema:
La farsa colectiva de hoy: que todo el mundo tiene vidas sexuales plenas y activas. Que todas somos como los personajes de la serie Élite: follamos en los baños del instituto, del gimnasio, del bar. Follamos sin miedo. Esta aparente facilidad generalizada invisibiliza una realidad que es diversa, heterogénea. De hecho, Katherine Angel recoge en su libro el dato de que el 30% de las mujeres sufren dolor, complicaciones sexuales y ansiedad durante la penetración vaginal. Además, entienden el sexo satisfactorio como ausencia de dolor.
Parece que no deberíamos dar por hecho cosas, ni acercarnos a las personas pensando que nadie tiene ningún problema, sin plantearnos la posibilidad de que el miedo esté instalado en sus piernas, en su cabeza. En todo su cuerpo. Sin dejar lugar a la vulnerabilidad.
Adelante,
Paula & Inés