Queridísimas lectoras:
Esperamos que estéis bien y que aprovechéis el puente para descansar o para seguir con esa rueda de hiperproductividad y culpabilidad de la que no parecemos poder salir. Ojalá la cartita de hoy sea un remanso de paz punzante donde detenerse unos minutos. Llega diciembre y con ello las fechas navideñas, el turrón, las puñeteras luces, el consumismo exacerbado, y pasar tiempo en familia. Siendo así, no podemos hacer otra cosa que hablaros de la familia y sus intestinos a veces inciertos, de la Navidad y sus claroscuros.
Como los temas que queremos tratar son amplios y complejos, hemos decidido dedicar el mes de diciembre a nuestro calendario de adviento personal: calendario de punzadas. Esta semana comenzamos un ciclo de cartas que terminará el día 26, último domingo del año. El punto de partida serán la familia y la Navidad como ficciones, y cada carta tratará estos temas desde un prisma distinto: la infancia, la mentira, los mitos y rituales, etc. Además, cada domingo sortearemos un regalito de Navidad, porque las cartas a ratos serán difíciles y queremos endulzaros la lectura. Igual Papá Noel no baja por vuestra chimenea, pero ya le cubrimos nosotras. ¡Vamos allá!
Según el sociólogo francés Pierre Bourdieu en Espíritu de familia, consideramos la familia como natural, con la apariencia de lo que siempre es así: «los ritos de institución se dirigen a constituirla como una entidad unida, integrada, unitaria, estable, constante, indiferente a las fluctuaciones de los sentimientos individuales». La familia puede albergar lo más bello y lo más horrible. El hogar familiar debe constituirse como un lugar seguro donde podamos existir con libertad en compañía de personas que nos quieren, se supone, por encima de todo. Nosotras hemos dedicado mucho tiempo a contarnos la una a la otra historias familiares. Estas conversaciones no siempre están perladas de cálidas anécdotas infantiles, también implican un desvelamiento del dolor. Aun así, generalmente solemos entender la familia como aquello capaz de salvar y cuidar, ese grupo de personas que estará siempre para ti, ofreciéndote un amor inmutable, inevitable, eterno. La familia son los tuyos, los que comparten tu sangre y tu origen. Es una realidad, algo natural y universal.
Sin embargo, no está tan claro que la familia sea una realidad natural. ¿No podría ser la familia una especie de ficción? En opinión de Bourdieu, la familia es una palabra, una construcción verbal: una ficción bien fundamentada. Sirve para construir la realidad colectiva, es una estructura mental que se inculca a todos aquellos que han sido socializados de la misma manera: «Es un principio de división común, un nomos que todos tenemos en el espíritu, porque nos ha sido inculcado a través de un trabajo de socialización operado en un universo que estaba, en sí mismo, organizado según la división en familias». Por tanto, la familia como grupo social está inscrita en la objetividad de las estructuras sociales y en la subjetividad de las estructuras mentales. Es fruto de un trabajo de institución que utiliza ritos, actos inaugurales de creación (matrimonio, nombre familiar, etc.,) o actos simbólicos que pretenden producir «afectos obligatorios y obligaciones afectivas del sentimiento familiar» (amor paterno y materno, filial, conyugal, etc.,). Hay un «espíritu de familia» que tiene que ver con el amor, la devoción, la solidaridad, la generosidad. A través de un trabajo constante, la ficción meramente nominal («familia») pasa a convertirse en un grupo real unido a través de un espíritu e intensos lazos afectivos.
Es esta cuestión de los afectos la que nos interesa, más allá de los distintos tipos de familias o las asociaciones de este concepto a determinadas vertientes ideológicas. ¿Estamos obligados a amar a nuestros familiares? ¿A quererles incondicionalmente, a participar de este espíritu, a ser buenas hijas, hermanas, sobrinas y nietas? A veces la sensación es que sí, incluso aunque no conozcamos bien a algunas personas, aunque no compartamos nuestra vida con ellas o no tengamos cosas en común. Los lazos afectivos parecen trascenderlo todo. En la cena de Nochebuena te ves a ti misma hablando con ese primo al que hace años que no ves, con el que quizás hayas compartido algún recuerdo infantil y te preguntas: ¿quién es esta persona? Y, ¿debería importarme más?
En la cena en cuestión estás un poco así:
Está claro que la ficción de la familia, como tantas otras, es una manera de estructurar el mundo. La dominación de la que habla Bourdieu vive al fin y al cabo dentro de todas nosotras, nos constituye. ¿Qué hacemos si un familiar nos maltrata psicológicamente durante años? ¿Lo denominamos maltrato siquiera? ¿Aguantaríamos este tipo de comportamientos de un amigo o una pareja? Cuando dos familiares cercanos dejan de hablarse la reacción social común es la tristeza: «qué pena que no se hablen siendo hermanos». Sin embargo, ¿podemos decidir sin más que no queremos que un miembro de la familia forme parte de nuestra vida?
¿Qué hacemos si un familiar no nos acepta como somos, si intenta corregirnos? ¿Tenemos que aguantar faltas de respeto simplemente porque esa persona es tu abuelo, tu primo o tu padre? ¿Podemos escapar de ellos o nos quedaríamos solas en el mundo, desamparadas y en peligro? ¿Es algunas veces la familia una prisión o incluso una forma de esclavitud?
Se nos ocurren algunas ficciones que quizá puedan ayudarnos a pensar estos temas:
Por ejemplo, el maravilloso libro Nada se opone a la noche de Delphine de Vigan, (si no lo habéis leído no sabemos a qué esperáis). La autora intenta reconstruir la vida de su madre a partir de sus propios recuerdos, fotografías, el testimonio de su abuelo grabado en cintas y entrevistas que realiza a parientes. Hace una crónica de su familia, a la que se refiere como «feliz y devastada»:
«Mi familia encarna lo más ruidoso de la alegría, lo más espectacular, el eco infatigable de los muertos, y la sonoridad del desastre. Ahora sé que ilustra, como tantas otras familias, el poder de destrucción del Verbo y el del silencio.»
Es especialmente interesante cuando De Vigan cuenta el reportaje que le hicieron a su familia. En él se muestra a una familia feliz y unida donde se protegen la autonomía, la libertad y la expansión de la personalidad. Sin embargo, se ocultan el hijo trisómico y los hijos muertos «accidentalmente». Este reportaje es el corazón de un mito del que la autora se siente producto:
«Soy producto de ese mito y, en cierta forma, soy responsable de mantenerlo, de perpetuarlo, para que viva en mi familia y se prolongue a la fantasía un poco absurda y desesperada que es la nuestra. Sin embargo, viendo ese reportaje […] brotan dentro de mí estas palabras: qué desperdicio.»
Este desperdicio tiene que ver con las distintas maneras en que el dolor habita las familias. Podemos diferenciar dos formas a través de las reacciones familiares a dos muertes que se narran en el texto:
a. «Desde entonces la muerte de Antonin no sería más que una onda subterránea, sísmica, que continuaría actuando sin ruido alguno». Quizá esta sea una buena descripción del tipo de dolor que se da en el seno de la familia, que es el origen de muchas de las heridas que arrastramos, heridas intensas y a veces silenciosas, pero permanentes.
b. «Esa vez no pude ignorar nada del dolor que azotaba a mi familia, saturaba el aire como la pólvora explosiva».
Las relaciones familiares son complejas y contradictorias. Por ejemplo, resulta impactante (spoiler alert, si no queréis saber nada del libro saltaos este párrafo) cuando la autora cuenta lo perpleja que se sintió cuando su madre escribió y envió un texto a toda su familia en el que decía que su padre la había violado. De Vigan tenía doce años y esperaba un gran drama, una implosión familiar. Sin embargo, no pasó nada, no hubo consecuencias ni daños terribles. ¿Se transformaron estos daños en una onda subterránea? ¿Era una consecuencia profunda del dolor que saturaría el aire en el futuro? En realidad, quizá no sean dos formas distintas, sino que son justamente las ondas subterráneas las que saturan el aire: silenciosas, pero ruidosas. Aunando, como decíamos: «el poder de destrucción del Verbo y el del silencio». En muchas familias ocurre que un hecho doloroso se oculta, dejan de pronunciarse los nombres de las personas que protagonizan eventos que se salen de la norma: ovejas negras, maridos maltratadores, tías suicidas. Quizás sea esta una forma de lidiar con el dolor, pero si algo vamos teniendo cada vez más claro es que es necesario hablar de lo que nos sucede, de lo que sucede en el vientre de nuestros hogares, de las cosas bellas y terribles que habitan las historias familiares.
Siguiendo a la caza de ficciones, no podemos dejar de pensar en series como Succession (HBO) o The Crown (Netflix): historias de familias grandes y poderosas a través de las cuales podemos ver la enorme complejidad de las relaciones familiares y los afectos involucrados. ¿Quiere Logan Roy a sus hijos? ¿Le quieren ellos a él o solo intentan encajar bajo la categoría de hijos por interés? ¿Qué sucede cuando los vínculos familiares en The Crown están mezclados con el deber? En ambas series vemos el dolor que satura y permea el mundo familiar a través de personajes deprimidos, traumatizados, que sufren cada día al estar inmersos en la vorágine de sus respectivas estirpes.
Os dejamos por aquí el Deforme Semanal de El Clan, que habla de alguna de estas familias en las que se ocultan muchas cosas, a veces para protegerse, a veces para hacer daño (la parte en la que hablan de los Kennedy es nuestra favorita):
Algunas palabras («abuelo», «padre», «hijo») tienen muchas connotaciones, incorporan reglas. Como dice Bourdieu, «cuando se trata del mundo social, las palabras hacen las cosas». No puedes abandonar a tu madre, aunque te trate mal, porque es tu madre. Tienes que perdonarle todo o guardar el dolor que te causa en algún lugar, vivir con él. (De reubicar dolores hablamos en nuestra anterior carta). Además, hay ciertos discursos que están ganando fuerza de nuevo y que remiten a una idea familiar conservadora y anclada en el pasado por la que el papel de la mujer vuelve a estar ligado al deseo de formar una familia. ¿Estamos volviendo a un mundo donde una mujer madura sola es un «ser social incompleto, inacabado, mutilado»? (Palabras de nuestro amigo Pierre).
No podemos dejar de recordar el famoso comienzo de Ana Karenina: «Todas las familias felices se parecen entre sí, pero cada familia infeliz lo es a su manera.» ¿A cuántas familias felices conocíais en vuestra infancia? ¿A cuántas conocéis ahora? Existe en la historia de muchas familias aparentemente unidas un momento de ruptura, un desgarramiento. Para muchas personas la muerte de los abuelos, los «jefes» del clan familiar, marca el inicio de un hundimiento. Podríamos decir que la ficción de la familia feliz se sostiene mientras vive el patriarca, la matriarca. Cuando estos se van, los que quedan dejan de fingir.
Una brutal ruptura de este estilo se muestra en la película August Osage County, que tenéis en la mejor plataforma de películas y series de este país: Filmin (un abrazo a todo el equipo). Tras la desaparición y posterior muerte del padre, la familia se reúne y se desata un gran conflicto por todas las heridas acumuladas a lo largo del tiempo. Es un ejemplo perfecto de lo complejo que es fingir ser una familia feliz durante una cena cuando los comensales llevan años sin verse y acumulan innumerables heridas, rencores y dolor.
Familias que parecían un todo compacto (¿lo fueron realmente alguna vez?) se despedazan, cada uno sigue su camino. ¿Es esto inherentemente negativo? ¿Debería entristecernos? A veces es difícil dejar ir la idea de la familia que teníamos de niños. La ficción familiar está construida casi sin querer, casi sin intención, como un cúmulo de momentos cruciales en la memoria afectiva del niño. Es complicado desenredar más tarde todos esos hilos, incluso cuando ya no podemos negar que la familia en la que crecimos ya no existe, y, sobre todo, que quizás nunca existió.
Para nosotras, este descubrir que hay una especie de mundo subterráneo (un upside down, para las fans de Stranger Things) que parece habitar el vientre de nuestras familias nos supone un desgarramiento, una grieta. Quizá la familia es en realidad una farsa colectiva, quizás la mejor construida de todas, quizás la que más daño puede llegar a hacer. Aquella de la que no podemos escapar. Recogiendo de nuevo la frase de Bourdieu: «La familia es una ficción, un artefacto social, una ilusión en el sentido más vulgar del término, pero una “ilusión bien fundada”».
Por supuesto, no negamos la parte maravillosa de la familia y el amor, complicidad y cuidado incondicionales que muchas veces sentimos (un besito a nuestros lindísimos progenitores). Sin embargo, esto no invalida la crítica a la familia entendida desde la idealización y la dominación. Tampoco el hecho de que los afectos familiares, tanto positivos como negativos, nos punzan de una manera muy intensa. Podemos sentirnos cuidados, queridos, acompañados y apreciados; pero también profundamente decepcionados, dolidos, incomprendidos o traicionados. A veces tenemos que convivir con personas que nos han hecho daño, fingir tener vínculos que no sentimos o soportar comentarios que nos hieren. A veces incluso tenemos que forzar el amor, si es que esto es posible.
Quizá manejar los afectos que se crean en el seno de la familia no sea fácil, ni haya unas reglas previas establecidas que seguir cuando sientes que el dolor te atraviesa y se instala dentro de ti. Quizá la complejidad de las relaciones familiares se parezca más a una partida de ajedrez:
Por supuesto, la Navidad es el momento álgido donde se explota esta ficción de la familia. ¿Qué sería de la Navidad sin el espíritu familiar? ¿Cuánto tiene de familiar el espíritu navideño? Hay muchas personas para las que estas fechas son un infierno, personas que se sienten fuera de lugar en sus familias para las que una cena de Nochebuena es casi una prueba, un examen que no pueden nunca aprobar. Si ese es tu caso, te mandamos mucho ánimo. Nuestros DMs están abiertos para abrazos virtuales ;)
Además de este espíritu familiar, la Navidad necesita de otras ficciones como rituales, mitos, relatos y engaños, pero de esto hablaremos en la próxima carta. Os dejamos un pequeño encargo: contadnos cómo y cuándo descubristeis que los Reyes Magos no son tan mágicos como pensabais. ¿Sentís que hubo un momento determinado en que se perdió la ilusión y la inocencia? Nos encantaría conocer vuestras historias, si nos las contáis quizás acaben en la próxima carta...
Os dejamos con unas lindas canciones
His parents cared more about the Bible / Than being good to their own child
...
She was tired 'cause she was brought / Into a world where family was merely blood
¿Os gustaría que vuestras cenas navideñas terminasen así? A nosotras un poco sí.
Adelante,
Inés & Paula
Esta carta ha sido escrita entre Vigo (Pontevedra) y Gilbuena (Ávila), dos lugares atravesados por recuerdos y afectos que conforman nuestro mapa emocional.