Queridísimas lectoras:
Lo primero, muchísimas gracias a todas las personas que os habéis suscrito estos días a Punzadas. Esperamos que esta sea la primera de muchas cartas y que las disfrutéis. Sobre el sorteo del libro: ¡anunciamos ganador/a mañana! Ahora, ¿cómo estáis? ¿Todo bien? ¿Estáis tan atoradas como nosotras con el hecho de que ya estamos a mediados de noviembre? Socorro. Estas semanas de redactar las cartas y buscar conexiones que os resulten interesantes se nos han pasado volando.
Queríamos hablaros en la cartita de hoy sobre la intersección entre memoria, ficción y narración. Muchas veces hemos hablado entre nosotras de cómo nuestra cabeza transforma aquello que sucede, de cómo idealizamos y transformamos el recuerdo. De lo curioso que es pedir a dos personas que vivieron un mismo suceso que lo cuenten y ver cómo sus historias varían. Y también de lo doloroso que es tener que convivir con recuerdos que llegan de repente sin razón aparente y te atrapan incluso cuando eres consciente de haberlos transformado. Hemos encontrado que son temas que se tocan en algunas lecturas y algunos productos culturales que hemos consumido estas últimas semanas. El único cuento de AMOR que tiene nuestro querido Borges, «Ulrica», comienza así: «Mi relato será fiel a la realidad o, en todo caso, a mi recuerdo personal de la realidad, lo cual es lo mismo.» ¿Tiene razón aquí Borges? ¿Qué es lo relevante del pasado sino lo que recordamos?
El filósofo francés Paul Ricoeur postula que la narración es un aspecto central de la vida humana, capaz de articular nuestra experiencia discordante del tiempo de manera privilegiada. La narración actuaría así como una especie de pegamento que permite que entendamos nuestra propia vida con inteligibilidad. El sujeto, de lo contrario, no tiene manera de experimentar la propia temporalidad de su vida, ya que está permanentemente anclado al presente. La narración es así la condición de posibilidad de nuestra existencia temporal, es decir, de comprender lo que nos ha sucedido y lo que nos sucede. Cuando miramos hacia atrás en nuestra propia vida, vemos que los eventos conforman una trama. La articulación de esa trama, con sus personajes principales y secundarios, con sus giros de guion (ya sabéis, el plotwist como forma de vida) es lo que nos permite entender el pasado. Este es algo que construimos mediante el discurso y la imaginación. Es decir, la manera en la que articulamos nuestra propia memoria es una narración. Elegimos momentos, personajes principales, secundarios, espacios. Existe una elección, a veces inconsciente, sobre lo que consideramos que merece la pena contar. El acto de narrar es capaz de dotar de inteligibilidad a nuestra propia vida, de lo contrario, esta se presentaría como un montón de recuerdos inconexos.
Hablamos de la invención de los recuerdos y de lo frágil de la memoria, de cómo esta está anclada a la capacidad imaginativa. Un ejemplo de una autora que utiliza la narración y los diarios para relatar un evento en su vida es Annie Ernaux, en El acontecimiento, donde cuenta cómo abortó en la Francia de los años 60. Al principio del libro, la autora dice: «Quiero sumergirme de nuevo en aquel periodo de mi vida, saber lo que descubrí entonces. Esta exploración se inscribirá en la trama de un relato, el único capaz de expresar un acontecimiento que solo fue tiempo, tanto dentro como fuera de mí.» De Ernaux y su maravilloso Pura pasión os hablamos en nuestra anterior carta. En este libro también reflexiona acerca de este tema cuando se pregunta, una vez terminada su pasión, si aquella realidad pasada es realmente una realidad o una ficción. Dice haber medido el tiempo de forma diferente, «con todo mi cuerpo».
Uno de los libros sobre los que más hemos reflexionado en torno a estas cuestiones es Recuerdos del futuro, de la gran Siri Hustvedt. En este libro Hustvedt intercala fragmentos de sus diarios del primer año que vivió en Nueva York con sus comentarios en el presente. Parece haber dos entidades diferenciadas: la joven que habita y descubre la ciudad del pasado y la mujer mayor que escribe desde su casa de Brooklyn en 2016. De hecho, ella misma dice sentirse más cómoda hablando de la joven en tercera persona: «Ella está estancada en una narración que es anterior a su existencia. Estoy creando una imagen de ella ahora; no la recuerdo realmente. La lectura de mi cuaderno ha generado la imagen de un personaje: la escritora como una joven en pijama, acurrucada en el suelo».
Ha olvidado muchos detalles y por eso confía en el cuaderno. Recuerda, pero también olvida. La memoria es poco fiable y muchas personas o recuerdos que en su momento fueron sólidos e imprescindibles, son olvidados. Se olvida su cara, su manera de andar, la manera en que hablaban o te agarraban la mano. En cierto momento Hustvedt se pregunta: «¿Puede el pasado servir para esconderse del presente?» En este sentido, Ernaux dice en Pura pasión que en cierto momento esperaba que un dolor antiguo neutralizara el dolor actual. Quizá muchas veces hagamos eso: quedarnos estancados en un momento, en un amor o en un dolor. Quedarnos ahí, escondidos del ahora. O, como dice Hustvedt, «habitando un ahora marchito».
Paula le dedicó a este libro un artículo en Zenda hace unos meses:
«La tesis principal del libro de Hustvedt es que recordar e imaginar van siempre de la mano. Cuando lo leo subrayo: “Siempre he creído que la memoria y la imaginación son una misma facultad.” La manera que tiene Hustvedt de navegar esos dos mares entrelazados es inventándose ficciones, anidando en los libros. Creo que intenta así ordenar sus propias vivencias y las de esa vecina —ficticia o no—, intenta encontrar su lugar en una historia ajena, se cuela en ella no solo como narradora, sino como personaje. Somos criaturas creativas, no podemos evitar someter los recuerdos a una subjetivación constante.»
Sobre estas cuestiones reflexionan el escritor J.M. Coetzee (algún día hablaremos de su novela Desgracia) y la psicoanalista Arabella Kurtz en El buen relato: conversaciones sobre la verdad, la ficción y la terapia psicoanalítica. En la primera página del libro Coetzee lanza estas preguntas, que conectan con las cuestiones que suscita el libro de Hustvedt:
«Cuando le cuento a otra gente la historia de mi vida (y, lo que es más importante, cuando me cuento a mí mismo la historia de mi vida), ¿acaso debería intentar convertirla en un artefacto bien construido, pasar a toda prisa por los momentos en que no sucedió nada e intensificar el dramatismo de los momentos en que pasaron muchas cosas, dar forma a la historia, crear expectación e intriga? O, al contrario, ¿debería ser neutral y objetivo y esforzarme por contar un tipo de verdad que cumpliera con los criterios de un tribunal: la verdad, toda la verdad y nada más que la verdad?»
Coetzee y Kurtz también se preguntan: «¿Cómo podemos desenredar el componente de recuerdos del componente de interpretación? ¿Acaso es posible, filosóficamente pero también neurológicamente, hablar de un recuerdo prístino que no esté teñido por la interpretación?» Kurtz nos dice, en relación a esta cuestión: «Comparto la idea de que el recuerdo es maleable. De hecho, cuanto más pienso en ello, más me parece que la maleabilidad es intrínseca al proceso de recordar.» Kurtz distingue en el libro entre la memoria procedimental y la memoria episódica. Esta última sería la «capacidad de codificar la experiencia en términos verbales y, más concretamente, narrativos: el tipo de memoria que necesitamos para contarnos a nosotros mismos y a los demás qué ha sucedido.» Este tipo de memoria depende del lenguaje y se desarrolla a partir de los cuatro años. Podemos decir entonces que en el momento en que el presente se hace pasado y los eventos se convierten en memoria, no se solidifican, sino que se diluyen en la mente y se funden con la interpretación que hacemos de esos eventos. Recordar sería así una forma de narrar y narrar una forma de inventar. En el momento en el que contamos algo ya estamos haciendo una elección, tomamos decisiones sobre cómo abordar la historia, qué hechos destacar, moldear o no nuestra interpretación de lo sucedido. Kurtz también apunta que «es en estos moldeamientos y manipulaciones a pequeña escala de la experiencia que lleva a cabo la representación, donde tiene lugar el recuerdo.»
Para seguir pensando acerca de estas cuestiones, recomendamos mucho My Mexican Bretzel, una película documental de Nuria Giménez Lorang. Nuria encuentra unas filmaciones antiguas realizadas por su abuelo donde se pueden ver imágenes de su vida y sus viajes. Decide editarlas y se sirve de ellas para articular una historia que está contada a través de los vídeos y las narraciones del diario íntimo de la protagonista, una historia ficticia. Utiliza las imágenes de sus abuelos, pero no sus vidas. Aun así, comenta en esta entrevista: «Me dijo mi madre que había hecho un retrato más verdadero de sus padres que si hubiese contado su historia real. Y a mí eso me gusta mucho porque demuestra que no hace falta ceñirse a los hechos para explicar una verdad. A través de una ficción podemos transmitir una verdad.»
Aparecen sus abuelos, pero no se está contando su verdadera vida, sino una ficción. Sin embargo, como dice Hustvedt, parece que «cada vez que evocamos un recuerdo, este está sujeto a cambios, pero tampoco olvidemos que esos cambios pueden traer consigo verdades.»
¿Cuánto de verdadera es la historia que se cuenta? ¿Es importante saberlo realmente?
Es interesante que en la propia película se reflexiona acerca de estas cuestiones, ya que Vivian cuenta cómo su marido Léon está obsesionado con filmar: «Ya no sé si filmamos lo que hacemos o hacemos lo que hacemos porque lo filmamos.» Esta cuestión se piensa en la actualidad con respecto a las redes sociales, cuando los usuarios crean un relato de sí mismos, construyen una vida y una historia que quieren mostrar a los demás. Ocultan detrás de la cámara lo que consideran oscuro o sucio y, muchas veces, lo humano. En My Mexican Bretzel, lo único que no aparece filmado es la infidelidad cometida por Vivian. Es curioso ver cómo habla de su amante a través del texto mientras que de fondo seguimos viéndola posando aparentemente feliz, grabada por su marido. Su infidelidad es lo único que está más allá de la cámara, conforma su mundo no filmado.
La farsa colectiva de hoy es que lo importante y lo que nos conforma es aquello que realmente nos pasó. Que somos capaces de recordarlo todo, de almacenar los recuerdos como libros en una estantería en nuestra mente y que podemos consultarlos cuando queramos. Que permanecen intocables, permanentes, sólidos y transparentes. Que el relato de nuestra vida está trazado con hechos, con la Verdad. Que estos hechos son lo único que importa. En el artículo de Paula: «Hustvedt dice que no hay que fiarse de los escritores que describen sus infancias como si las tuvieran grabadas en un disco interno, que detallan hasta el más mínimo elemento. Mienten. Recordar es imaginar, es elegir dónde ponemos el foco, qué momento exacto del pasado elegimos iluminar. Es mejor así.»
Podemos ver esta necesidad de recordar cada detalle y no contradecirse en la serie Unbelievable (Netflix). En ella, Marie denuncia haber sido violada una noche en la habitación de su apartamento. Una vez llega la policía, aunque está claramente devastada, tiene que contar el antes, durante y después del ataque muchísimas veces e incluso le piden que lo escriba. En vez de dejarla descansar, le exigen que lo haga porque «está demostrado que cuanto antes se habla de un crimen, mejor se recuerda.» Tiene que contar y recordar cada detalle, no puede dudar y, además, tiene que reaccionar de la manera en que los demás esperan que lo haga. Exigen a Marie que recuerde los detalles de la que seguramente ha sido la peor experiencia de su vida. Le exigen que, como si fuese una máquina, ofrezca los Hechos a través de datos minuciosamente recabados. Se le exige que, mientras la violaban, registrase todo.
Después de dichas exigencias, tanto la policía como algunos de sus seres queridos juzgan su relato y consideran que hay cuatro versiones distintas de cómo llamó a la policía, contradicciones en la historia, falta de pruebas, etc. Además, les parece que su reacción no es la adecuada (está demasiado bien / no llora lo suficiente / es capaz de andar e ir a comprar) y hay que tener en cuenta que ha tenido una vida difícil. Por todo ello acaban concluyendo que se lo inventó para llamar la atención: es una pura ficción. De hecho, la propia Marie duda de si realmente sucedió o no, aunque sigue recordando la imagen del hombre encima de ella. Es importante también recalcar que en una situación traumática como una agresión sexual o una violación los recuerdos pueden conformarse de muchas maneras. Pueden incluso llegar a desaparecer. En la serie algunas víctimas son incapaces de recordar imágenes visuales y otras, por el contrario, recuerdan todos los detalles. Respecto a esto y a riesgo de que sufráis un colapso de referencias, también recomendamos I May Destroy You (HBO).
Parece que reconstruimos, narramos, transformamos e incorporamos en nosotras aquello que nos sucede, lo que vivimos. Muchas veces el recuerdo nos duele, nos atormenta y nos persigue. A la protagonista de la novela de Hustvedt le sucede esto desde que una noche un hombre la intentó violar. El recuerdo le duele y así el pasado se mantiene vivo. «A veces la memoria es un cuchillo […] reconstruimos, por tanto, la curiosa y tambaleante arquitectura del recuerdo en estructuras más habitables.» Recordar es cambiar, inventar, transformar, contar, relatar, imaginar y narrar. No solo lo malo, también lo bueno. Quizá todo lo que vivimos se queda instalado en nuestro cuerpo, incluso aunque lo olvidemos. Quizá aquello que somos se conforma a través de un cúmulo de vivencias, experiencias, amores, dolores, duelos, juegos, risas y miedos.
No lo sabemos bien. Esperamos que recordéis un tiempo esta carta, o, por lo menos, que la inventéis.
Os dejamos, como siempre, ilustración y canciones para pensar sobre la memoria:
Memories turn into daydreams become a taboo…
Adelante,
Paula&Inés