Queridísimas lectoras:
¿Cómo estáis? Nosotras contentas porque ha vuelto el sol después de la lluvia de estos días. Esta Semana Santa conseguimos descansar, pero también atorarnos un poco pensando en las próximas cartas. En uno de esos ratos de atoramiento nos llamamos por teléfono y, como suele pasar, en medio de la conversación surgió el tema que vamos a tratar hoy. Inés le contaba a Paula que está viendo The West Wing y, comentando el carácter utópico de las series de Sorkin, surgió la idea de pensar en esta carta sobre la utopía, la distopía y las ficciones. Sin embargo, antes de empezar queremos decir que, aunque ha llovido en Madrid (Madrid cuando llueve se rompe y no funciona nada) han seguido pasando cosas. La cosa más importante de todas es que ha estado aquí Annie Ernaux y Paula ha podido conocerla (Inés no porque tenía una reunión para hablar de los pueblos, ya podría el gobierno darle una paguita por el sacrificio…). Ahora Annie sabe que existe un club de lectura con su nombre y que hay muchachitas por ahí que la quieren un montón.
Ahora sí, vamos con lo que toca: ¿Qué son exactamente las utopías y las distopías de las que tanto oímos hablar? ¿Pueden afectar a nuestra manera de ver el mundo y encarar el futuro? Hemos leído la tesis doctoral Transformaciones de la utopía y la distopía en la posmodernidad, de Francisco Javier Martorell y el texto The reality of utopian and dystopian fiction: Thomas More´s Utopia and Margaret Atwood´s The Handmaid´s Tale de Casey Holliday y vamos a contaros algunas cosas que hemos sacado en claro.
Si habéis visto Mad Men probablemente recordéis esta escena memorable en la que Don Draper y Rachel Menken hablan sobre el concepto de utopía. Están cenando en uno de esos restaurantes fabulosos de los años 50 en Nueva York y Don está embobado con ella. Rachel dice:
The good place / El buen lugar (eu-topos)
The place that cannot be / El lugar imposible (ou-topos)
Ver la etimología de la palabra es interesante: Martorell indica que, en griego, el prefijo ou expresa negación y eu expresa «lo mejor». Así, aunque utopía suele traducirse como «no lugar» o «lugar que no existe», el autor explica que el hecho de no escoger prefijos como ou o a (sin) indica que se quería atender a las dos cualidades (la de la inexistencia y la del bien o la felicidad). Es por ello que Martorell concluye que la traducción correcta del término sería «el buen lugar que no existe». Una posible utopía sería aquella en la que nos instalamos cuando fantaseamos con un amor no correspondido: creemos que estar con esa persona sería un buen lugar, pero es un lugar que no puede darse. Pero, más allá del griego y de desvaríos románticos, ¿de dónde viene el concepto que utilizamos hoy en día? Pues fue Tomás Moro quien inventó la palabra, que es el título de su obra Utopía (1516) y el género literario que se derivó de ella y que englobaría numerosas obras posteriores. Anteriormente encontramos textos que también podrían caber dentro de este género, como La República de Platón. Casey Holliday nos dice que la invención de la palabra dio nombre al género y también hizo que se llevara a cabo un profundo examen y análisis de la utopía, ramificándose más allá de la literatura. Según ella la publicación de Utopía dio lugar a un género en el que situar La República.
Así, Tomás Moro es considerado el primer utópico que da lugar a la reflexión sobre el concepto. Utopía contiene dos libros. En el primero describe la situación de la Inglaterra de su tiempo: un orden social pervertido, donde reina la avaricia y la falta de honradez de los dirigentes (¿os suena?), la soberbia, etc. El segundo libro es la respuesta y solución a la realidad distópica expuesta en el primero. Así, se describe una sociedad feliz basada en la justicia y organizada a través de diversas estructuras: política, social, laboral, económica, militar, educativa, moral, etc. Os dejamos una cita que describe la isla y que tiene para nosotras un poco de Las-ciudades-invisibles-vibes:
«La isla de los utopianos tiene en su parte central, que es la más ancha, una extensión de doscientas millas. Esta anchura se mantiene casi a lo largo de toda ella, y se va estrechando poco a poco hacia sus extremos. Éstos se cierran formando un arco de quinientas millas, dando a toda la isla el aspecto de una luna creciente».
Así se va describiendo con todo detalle la isla, se explica el porqué de su nombre, se habla de las distintas ciudades y de la distribución de las tierras. También de los edificios, calles y jardines, de los magistrados, las artes y oficios, las relaciones entre ciudadanos, los esclavos, la guerra, la religión, etc. Lo fundamental es que rigen principios de igualdad jurídica y económica: es la república perfecta, un estado ideal perfecto. En nuestro estado ideal perfecto ya sabéis que nos dedicamos a leer y a criar hijas en un monasterio laico con todas nuestras amigas y que estáis todas invitadas. ¿Agota la Utopía de Tomás Moro los significados del concepto? ¿O hay algo más allá de lo que él propuso? Martorell nos dice, citando a Lucas Misseri, que por «utopía» también entendemos «todo propósito práctico de superar la realidad vigente modificando drásticamente el status quo y edificando un sistema alternativo»; «un tipo de mentalidad, una función del espíritu caracterizada por el deseo de alcanzar un orden de vida justo» y «el epíteto que reciben los proyectos políticos-sociales considerados irrealizables, ingenuos e inverosímiles (alejados de todo realismo)» (como cuando nos dicen que acabar con el patriarcado es utópico). Entonces, la utopía tiene que ver con el cambio, con el futuro, en definitiva, con la acción… en nuestro caso con quemar algunas instituciones que no vamos a nombrar aquí y con prohibir que los influencers utilicen a sus hijos para vender cosas.
¿Dónde se dan esos campos de acción? Se han distinguido en investigaciones académicas varios dominios utópicos:
El literario, donde la utopía se identifica con un género literario de carácter especulativo y cuyo fin es describir una sociedad ideal, justa y feliz. El contenido tipo de la utopía literaria es, por ejemplo, la abolición de la propiedad privada; el sistema colectivista; la ingeniería social; el antropocentrismo; el hombre y no Dios como la medida de las cosas; la confianza humanista en la capacidad del hombre para auto-modificarse; las políticas natalistas que llevan a una mejora de la especie; etc.
El dominio psicológico, que tiene que ver con el deseo, que se materializa en manifestaciones distintas en la cultura. Este deseo tiene que ver con romper o ir más allá de la sociedad imperante, que resulta opresora. Según este punto de vista lo importante es el deseo de cambio social que está por detrás de la utopía, no el contenido particular de una novela concreta.
Así, vemos que el concepto de utopía es amplio e inunda disciplinas, áreas y ámbitos muy distintos. Adorno señalaba que la utopía es la negación de lo existente, mientras que para Horkheimer esta tiene dos caras: «es la crítica de lo que es y la descripción de lo que debe ser». Dado el carácter peyorativo que ha adquirido el término «utopía», puede que este punto sea central: ¿Se limita la utopía a criticar una situación existente o tiene también que proponer una alternativa en vistas a que esta se realice? ¿Debe describir lo que es o también lo que debe ser? Quizás estas palabras de José Manuel Bermudo (citadas por Martorell) nos ayuden a pensar todas estas cuestiones: «una utopía primeramente se sueña, algunas veces se escribe, pocas veces se diseña y casi nunca se construye».
Si queréis pensar en este tema a través del arte os traemos una exposición titulada En busca de la utopía que se expuso en el M-Museum Leuven entre octubre de 2016 y enero de 2017 para celebrar los 500 años de la utopía. Os dejamos algunas obras e imágenes de la exposición:
Ahora bien, ¿qué hay de la distopía? El término lo acuñó Stuart Mill durante un discurso que pronunció en 1868 ante la Cámara de los Comunes. En este sentido la distopía hace referencia a un proyecto que es demasiado malo para que sea realizable. Aunque este término ha tenido que competir con otros como «antiutopía», «contrautopía» o «utopía negativa», parece que no se ha dado tanta atención a su definición como sí se ha hecho con la utopía. Según Holliday, existe poca investigación sobre las distopías, aunque pueden señalarse algunos aspectos fundamentales: tienen que ver con el control y los gobiernos dictatoriales; se esconden bajo la apariencia de utopías y desdibujan las líneas entre ambas; se centran en la agonía y pueden terminar de dos maneras:
a. El protagonista escapa de la sociedad para encontrar una nueva casa y ayudar a terminar con el gobierno.
b. La distopía consigue derrotar al protagonista, ya sea mediante la muerte o reasimilación en la sociedad y el pensamiento colectivo.
Según Holliday, terminen como terminen, el tema que aparece siempre es la esperanza. En sus propias palabras:
«La eliminación de la esperanza es el objetivo de toda distopía, porque la falta de esperanza previene la sublevación. Siempre es la emoción lo que causa el derrumbe de una distopía; una de las razones por las que muchas distopías reprimen el amor y el deseo sexual es que éstos generan esperanza».
Es imposible hablar de estos temas y no pensar en historias como El cuento de la criada, que nos absorbió desde el primer momento y que nunca nos ha dejado indiferentes. Tanto la novela como la serie nos encantan y horrorizan a partes iguales. También Yayo Herrero en su texto Los monstruos que habitan la normalidad dice que:
«[El cuento de la criada] es uno de los relatos distópicos que más me ha agobiado […]. En la relectura, cada párrafo, cada reflexión de la protagonista me llevaba mucho más allá. Me obligaba a asomarme a nuestro propio momento. Tenía la sensación de que el texto me colocaba privilegiadamente, antes y con tiempo para evitar la llegada de Gilead».
Lo que apunta Herrero en el texto es interesante y un poco el núcleo de esta carta: ¿hasta qué punto las distopías pueden movilizar a sus audiencias? ¿No son paralizantes este tipo de relatos apocalípticos donde la sociedad se reconfigura en regímenes totalitarios o se desintegra ante la presencia de la crisis climática? ¿Hacemos algo después de ver Black Mirror (Netflix), Years and Years (HBO) o Colapso (Filmin)? Pensamos también en algunas anteriores como Los juegos del hambre (la Inés de 12 años tenía un collar de sinsajo y cuando le llegaba un mensaje al móvil sonaba el turururuuuuuu mágico). Somos conscientes de que muchas veces no vemos una serie o una película para hacer algo después ni pensando en que nos llevará a la movilización. Muchas veces solo queremos entretenernos, pasar el rato o dejar de pensar en nuestras miserias. Sin embargo, nos parece que El cuento de la criada (tanto el libro como la serie) no es algo para pasar el rato. Tanto la lectura como el visionado de la serie nos atraviesan, nos sacuden y hacen que afloren nuestros miedos, aquellos con los que convivimos cada día pero también los que habitan en lugares más recónditos de nuestros cuerpos. Como dice Herrero, El cuento de la criada nos pone alerta y nos ayuda a reconocer aquello que no queremos que pase. En las analepsis (flashbacks) de la serie nos cuentan cómo todos fueron viendo lo que llegaba, pero sin ver del todo lo que estaba por venir. Fueron incapaces de evitar el colapso porque las pequeñas violencias que se instauraron en su día a día se normalizaron, construyendo un engranaje de dominó imparable cuando llegó el momento crítico.
Así, si la utopía pretendía describir la sociedad feliz, la distopía parece tener un gran potencial para expresar el miedo, la protesta o el disentimiento. Sin embargo, muchos autores coinciden en que detrás de las distopías hay elementos utópicos: ¿no mostramos a través de lo indeseable lo deseable y viceversa? Lo que está claro es que en los últimos años se ha producido un abandono de la utopía frente a la distopía, que crece imparable. ¿Dónde están las utopías?
Como decíamos al principio, al ver The West Wing o The Newsroom de Aaron Sorkin (ambas en HBO), tenemos la sensación de estar viendo relatos y personajes utópicos. Sabemos que se ha criticado mucho a Sorkin porque parece que los personajes están salvando el mundo cada día cuando van al trabajo, ya sea en el ala oeste de la Casa Blanca o en el estudio de grabación de un telediario. Nos da igual. La realidad es que no podemos evitar suspirar con envidia ante las conversaciones chisporroteantes que tienen los personajes, listos, avispados y fieles creyentes en que se pueden hacer las cosas, si no bien, por lo menos mejor. Aun así y a pesar del éxito de estas series, no encontramos ni de lejos tantos planteamientos utópicos como distópicos en la ficción. Quizás este vencimiento de la distopía evidencia una crisis de la idea de progreso, pero también de la posibilidad de que algo bueno puede suceder en el futuro. El pasado viernes, en el marco de La noche de los libros, hubo en el Ateneo una charla titulada «Utopías y distopías de ciudad». En ella, los escritores Isaac Rosa, Lara Moreno y Sergio C. Fanjul hablaron precisamente de estas cuestiones, reconociendo que hay tal abundancia de distopías que sienten estar sufriendo «fatiga distópica».
[Todavía no hemos leído ningún libro suyo, pero hablaron de algunos que tienen muy buena pinta: Un lugar seguro (Isaac Rosa), Por si se va la luz y Deshabitar (Lara Moreno). Sergio C. Fanjul también tiene un libro titulado La ciudad infinita: Crónicas de exploración urbana que nos apetece mucho leer].
Isaac Rosa contaba que, en sus visitas a institutos, solía proponer ejercicios que tenían que ver con imaginar cómo sería el futuro. La respuesta habitual, incluso la de los más pequeños, es que habrá guerras, pandemias, crisis, cambio climático, etc. De hecho, nosotras mismas seguramente daríamos estas respuestas si alguien nos preguntara sobre días venideros. ¿Qué consecuencias tiene que todos los relatos sobre el futuro sean nefastos y estén relacionados con la crisis climática, la guerra, el gran apagón, el colapso o los peligros de la inteligencia artificial? ¿Es posible mirar al futuro con (alguna, aunque sea mínima) esperanza? Es interesante que los escritores explicaban que se ha creado cierto «folclore» alrededor del fin del mundo, siendo un tema jugoso y recurrente en la literatura: se ha espectacularizado. Esto es fácil de ver al comprobar que en las plataformas como Netflix encontramos muchísimos resultados al poner la palabra «distopía» en el buscador. Los resultados a esta búsqueda son títulos como Aniquilación, Sola en la tierra o Extinción.
Rosa señalaba que este dar por hecho que estaremos mal en el futuro lleva a posturas peligrosas como la revalorización del presente o la nostalgia por el pasado. Además, ¿la normalización de la distopía no anula la fuerza política de la imaginación distópica? Nos pareció particularmente interesante que, más allá del potencial ficcional de los extremos (catástrofes, meteoritos, colapso), los autores proponían explorar también los territorios intermedios: la escala de grises. Ir más allá del futuro dicotómico que fluctúa entre la distopía y el salvarse: adoptar una postura de pragmatismo utópico y preguntarnos: «¿Qué hacemos?». En la charla, Isaac Rosa recomendó varias veces una exposición que ha estado en la Fundación Telefónica y que se titula «La Gran Imaginación. Historias del futuro». En ella se exploraban las ficciones que han ilustrado el mañana a lo largo de 250 años y se proponen los cuatro futuros planteados por Jim Dator para pensar posibles escenarios que pueden darse en el año 2050. Estos cuatro futuros son: crecimiento, colapso, disciplina y transformación. La idea es que no existe una única posibilidad, sino que hay muchas posibilidades y nosotras, desde el presente, tenemos que soñar, escribir, diseñar y, sobre todo, construir el futuro que queremos. (Nosotras proponemos destruir el capitalismo con nuestras propias manos cuanto antes, por dar una idea de la que partir).
La farsa colectiva de hoy sería pensar que simplemente planteando escenarios terribles apocalípticos estamos realizando un ejercicio crítico con el presente que vivimos, que consumir únicamente distopías moviliza y no atonta. Yayo Herrero dice «Quiero una nueva normalidad que no deje a nadie atrás, que sea compatible con la regeneración de los sistemas vivos. Las nuevas normalidades hay que construirlas. La normalidad nueva que muchas deseamos exige mirar cara a cara la realidad. La distopía, como la creada por Margaret Atwood, nos ayuda a mirarla. Pero quedarse en la distopía se convierte hoy en algo conservador, que alienta el miedo sin encontrar otra salida que hacer caso omiso de las señales».
Para terminar, queríamos dejaros un artículo de Rebecca Solnit que también recomendó Isaac Rosa en la charlita (ayer por el el Día del Libro, Inés le regaló a Paula un libro suyo). Dice: «No puedo decir que tenga confianza en el futuro, pero tengo mucha confianza en su impredecibilidad» y hace referencia a que olvidamos rápidamente lo impactantes que fueron algunos acontecimientos en el pasado. No podemos controlar ni el presente ni el futuro (ya hemos hablado alguna vez de los cisnes negros, eventos que desbaratan cualquier planteamiento lógico de futuro), las sorpresas van a seguir llegando.
«Tenemos que confiar en que la sorpresa y la incertidumbre son principios inamovibles, si queremos tener confianza en algo. Y reconocer que en esa incertidumbre hay espacio para actuar, para intentar dar forma a un futuro que estará determinado por lo que hagamos en el presente. El mundo habitable de 2072 es casi inimaginable. Pero la forma en que imagino que es posible es pensando en lo inimaginable que habría sido el 2022 en el que estamos ahora en 1972 y en lo poco que se parece a la mayoría de la ciencia ficción o a la predicción. No vemos más allá del pequeño halo de nuestras linternas, pero podemos viajar toda la noche con esa luz».
Por favor, atención a esta frase: «No vemos más allá del pequeño halo de nuestras linternas, pero podemos viajar toda la noche con esa luz».
Para sonorizar esta carta… Pink Floyd:
Adelante,
Inés & Paula
Hola Inés y Paula:
¡Qué alegría una nueva carta vuestra! ¡Qué interesante y movilizadora! Me ha hecho pensar en muchas cosas y sobre todo he vuelto a tomar conciencia de mi desesperanza. No me gusta sentir esta falta de confianza en el futuro, pero la realidad se impone y es fácil dejar que lo negativo empañe todo... Ya ha habido quien a través de la ficción anunció pandemias, la guerra de Ucrania, movimientos migratorios masivos, etc. Por desgracia esas distopías son hoy una realidad. Los científicos insisten en la necesidad de cambios drásticos inmediatos para frenar el cambio climático y yo no percibo esa celeridad. Parece que hasta que el peligro no está frente a nuestras narices no hay transformación y así lo vimos con la pandemia. ¿Llegaremos a tiempo con el cambio climático? Tengo miedo por el futuro de mis hijos.
Y después de tanto pesimismo me pregunto ¿De dónde obtener esperanza? No lo sé... Solo sé que en mi día a día las pequeñas cosas, la gente sencilla, los abrazos, l@s niñ@s que me rodean me devuelven la ilusión, al menos temporalmente son el pequeño halo de mi linterna. Me gustaría recuperar la fuerza de mi juventud para contagiar ilusión y ganas de cambio, pero ahora mismo he de reconocer que me estoy rindiendo en algunas batallas en las que luchaba en mi ámbito profesional.
No pierdo la esperanza de volver a encontrar un camino que me devuelva la fuerza para perseguir utopías.
Decía uno de los buenos profesores que tuve que las teorías mueven el mundo. Que vuestras teorías sigan movilizando. Es esperanzador leeros y saber que hay gente joven como vosotras que mejorarán este mundo. Aunque he sonado muy mayor, no lo soy tanto y me contagio de vuestras ganas y me uno a vuestras propuestas para pensar el mundo.
Os sigo leyendo. 😊