Queridísimas lectoras:
¿Cómo lleváis la resaca del roscón? Ahora sí, arrancamos con ganas la temporada invierno-primavera 2022 en Punzadas hablando de uno de nuestros temas favoritos: las locas. Queríamos recordaros un tema que ya hemos tratado antes: lo que sucede cuando las mujeres protestan o se enfadan y la respuesta del entorno es decir que nuestras posiciones son demasiado radicales, que somos unas histéricas o unas talibanas (sí, esta es una etiqueta real que nos han colgado en cenitas familiares). Queremos hacerlo de la mano de algunas señoras muy especiales (no, no son nuestras madres, eso ya llegará cuando montemos nuestro podcast). No queremos repetir lo que pasa cuando las mujeres protestamos por cosas que nos molestan, porque para eso ya escribimos ¡Exageradas! y ya hicieron Lucía e Isabel un Deforme Semanal llamado Antipáticas.
Así que sabemos que os lo sabéis (os lo sabéis, ¿verdad? seguro que todos nuestros lectores masculinos tienen claro clarinete lo que tienen que hacer).
En esta carta queríamos presentaros a mujeres que llevaron al extremo ese inconformismo hasta el punto de rozar o entrar directamente en la locura. Es un tema de toda la vida en el feminismo el desgarro que produce el no cumplir con el rol asignado. Esa desobediencia a veces sale bien, a veces sale mal y ha sido vista como un viraje a posiciones dramáticas, radicales, histéricas. La pregunta aquí, por supuesto, es si una está loca de por sí o si a una la vuelve loca la sociedad en la que existe. O, más bien, si la locura puede ser una forma de huida. Es un homenaje también a las mujeres que nacieron en épocas mucho más opresivas que la nuestra y que llegaron a extremos impensables para huir de sus «destinos».
En una conferencia reciente de Carmen Valcárcel, profesora de literatura de la Universidad Autónoma de Madrid, aprendíamos cómo Leonora Carrington utilizó la literatura y la pintura para abordar estas formas curiosas de escape. Carrington escribió, por ejemplo, el cuento La debutante, que narra la historia de una joven que se hace amiga de una hiena y la convence para que la sustituya en su baile de presentación a la sociedad. Para hacer esto la hiena debe comerse a una criada y ponerse su cara por encima. Macabro, ¿eh? Nos encanta.
A través de sus escritos y sus pinturas, Carrington se burlaba de la sociedad de la época, de las convenciones que la obligaban a asistir a fiestas con una tiara que se le clavaba en la cabeza y le hacía daño. En este cuadro, La comida de Lord Candlestick (1938), Carrington deforma hasta el extremo estos rituales. Vemos, por ejemplo, a una mujer hincando un tenedor en un bebé, distraída, sin pensar siquiera en lo que está haciendo.
Os recomendamos tanto sus cuentos como su libro Memorias de abajo, el diario que escribió sobre su ingreso en un sanatorio mental en Santander en 1940. Aquí está editado por los amigos de Alpha Decay (nos encantan los libros de Alpha Decay).
En el libro Mujeres y locura, de la doctora Phyllis Chesler, se cuentan las historias de algunas de las locas más famosas de la historia: Zelda Fitzgerald, Ellen West, Sylvia Plath. Es curioso atender a los ingresos de Zelda en los manicomnios en relación a su matrimonio (no es culpa nuestra que las palabras manicomio y matrimonio se parezcan). «Zelda le dice a Scott que es tan desgraciada que preferiría estar en un manicomio. La respuesta de él es fría y defensiva: le da igual escuchar esas cosas. Zelda, de una manera heroica y autodestructiva, ve que no hay ninguna diferencia entre estar hospitalizada y estar casada». ¿Fueron realmente los ingresos en instituciones psiquiátricas de Zelda una manera de escapar? ¿O fue su matrimonio una historia de amor idílica? Quizás ninguna, quizás ambas. Es imposible conocer de primera mano los matices del matrimonio de Zelda y Scott. Su nieta, Eleanor Lanahan, escribe precisamente en este artículo sobre la dificultad de juzgar la relación de sus abuelos: el alcoholismo de Scott, la precariedad en la que vivieron en ocasiones, la locura de Zelda…
Lo que sí sabemos es que el mundo de lo onírico y lo surrealista puede servir de escapatoria y de fuente de crítica social, como sucedía con Carrington y, de alguna manera, la retirada a lugares muchas veces incómodos puede ser una huida. Dice Chesler: «Fitzgerald, Plath y West se oponían al rol de la mujer de una manera desesperada y desafiante. “Enloquecieron” para tratar de huir de la vida incompleta que este conllevaba. […] Para ellas, la demencia y la reclusión eran, por un lado, la expresión de la impotencia femenina y, por otro, un intento infructuoso de rechazar y vencer ese estado».
Encerrarse en un psiquiátrico, entonces, puede ser una salida a una situación complicada. En nuestra anterior carta hablábamos de mudarnos a un monasterio laico y si el año no remonta no descartamos el manicomio (nos podéis acompañar). Eso sí, lo que no vamos a hacer nunca es lo que hicieron las emparedadas o muradas1. El emparedamiento es una forma de eremitismo de interior: consiste en encerrarse voluntariamente en una celda de dimensiones impensables (enana). ¿Quién hacía eso? Os lo vamos a contar en un momento. Primero, una imagen que da para meme (¿De qué estarán hablando el caballero y la murada? ¿Habría tema?).
Estas formas de eremitismo interior compartían con las formas exteriores (anacoreta, eremita o ermitaño) la vida en soledad, el apartamiento, el aislamiento del mundo (es decir, nuestro sueño el 90% de las veces que interactuamos con hombres). Aunque existen distintos tipos de emparedamiento, en general la reclusión se daba dentro de un espacio murado que solía tener una ventana al exterior por la que las mujeres recibían alimento y se comunicaban con otras personas. Las celdas situadas dentro de iglesias y monasterios podían tener también una ventana interior por la que asistían a los oficios. Un ejemplo que se conserva en España es la celda de las emparedadas de Astorga. Solo podían comunicarse por esta ventana (os ponemos fotito, para que os hagáis una idea y valoréis opciones vitales):
El emparedamiento era también una forma extendida de castigo que tenía mucho que ver con la represión sexual. En la Antigua Roma, las Vestales que perdían su virginidad eran enterradas vivas. Sin embargo, en el caso de las emparedadas el encierro era voluntario. Esta nueva vida comenzaba con una ceremonia pública: el ritual de entierro y la extremaunción. ¿Por qué tomaban esta decisión? ¿Por qué recluirse voluntariamente del mundo? Hay varias posibles respuestas a estas preguntas:
1. Religiosidad, profunda espiritualidad, fanatismo o búsqueda de la santidad a través de la mortificación del cuerpo.
2. Protección del peligro físico: esta forma de vida hacía que su cuerpo fuese inviolable e intocable (probablemente ellas también querían ser una bruma).
3. Huida de una situación opresiva o indeseada: deseo de libertad.
Paradójico, ¿no? Mujeres que buscan la libertad encerrándose entre cuatro paredes (y sin COVID de por medio). Las emparedadas sacrificaban la libertad del cuerpo para obtener la libertad de pensamiento. Su aislamiento se convertía en una cierta libertad. Al vivir recluidas su palabra femenina dejaba de ser considerada como indecorosa y podían comunicarse con la gente que iba a visitarlas. Podían hablar y expresarse públicamente sin ser acusadas de brujas o herejes y, además, gozaban de reconocimiento social porque su forma de vida era considerada un sacrificio cristiano y una forma de servicio a la comunidad. Por tanto, se trataba de una forma de rebeldía dentro del orden social, ya que era un acto ritualizado e institucionalizado. Prueba de esta institucionalización es que los Reyes Católicos eximían a las emparedadas del pago de impuestos (evasión estilo Edad Media, a ver si aprenden algunos políticos y se emparedan ellos también). Incluso algunas personas adineradas dejaban dinero en sus testamentos a estas mujeres. Por tanto, no se trataba de casos excepcionales, sino que era una práctica común y reconocida socialmente: se separaban del orden establecido para renunciar así a roles o modelos que tenían asignados.
Quizás estas mujeres se apartaban de la comunidad para poder integrarse en ella, para tener un papel, para formar parte del mundo de una manera distinta y radical. ¿Pueden la soledad, el silencio y la reclusión dar lugar a la integración, la posibilidad de ser escuchada y la libertad? El hecho de ser mujeres les negaba el poder ser voces autorizadas, pero una vez encerradas se convertían en consejeras de muchas personas. ¿Estaban locas estas mujeres al decidir, voluntariamente y con alegría, ser emparedadas? ¿Estaban locas por sonreír mientras recibían la extremaunción? ¿Estaban locas o es una muestra de auténtica lucidez la decisión de encerrarse para siempre a cambio de una libertad que de otra forma era imposible de conseguir?
Os queremos presentar a algunas de estas valientes entidades. Una de las emparedadas más famosas es Santa Oria, nacida en el siglo XI en Villavelayo, un pueblito riojano (en el que también nació Jacinto, el yayo de Inés. Otro día os contamos cómo Jacinto se nos apareció en forma de pájaro antes de un examen de ética). Gonzalo de Berceo escribe sobre Santa Oria, murada bajo la protección y regla del Monasterio de Silos (Burgos):
Era esta mançeba de Dios enamorada,
Por otras vanidades non daba ella nada:
Ninna era de dias, de seso acabada,
Mas querrie seer çiega, que verse casada.
Ojo a esa última estrofa. Santa Oria vivía en un espacio del monasterio que es descrito en los textos como rencón angosto o celda. Siempre aparece la idea de la estrechez, oscuridad, el frío y la tristeza:
Desemparó el mundo Oria, toca negrada,
En un rencón angosto entró emparedada
Sufrió grant astinencia, vivié lazrada
Por ond ganó en cabo de Dios rica soldada
Otro ejemplo, esta vez de ascetismo femenino urbano en Egipto, es Alejandra. Esta muchacha vivía en una tumba a las afueras de la ciudad y recibía las provisiones por una abertura. Cuando le preguntaron por qué se había encerrado de esta forma, dijo: «Un hombre enloqueció por mi causa. Y para que no pareciera que le vejaba o le humillaba, preferí meterme viva en este sepulcro a escandalizar a un alma creada a imagen de Dios». (Ojito a lo de encerrarte en una tumba porque un hombre ha enloquecido por tu belleza). El ser fruto de deseo o locura de los hombres es un motivo típico por el que las mujeres se encerraban. Ellas debían sentir culpabilidad al ser tentadoras y seductoras, por eso era una buena opción recluirse y no ser vista por nadie. Debían llevar una vida de oración y ayuno, virginidad, retiro y clausura extrema. Es interesante que en muchos textos aparecen descripciones muy explícitas de lo peligrosas que eran las mujeres muy bellas. Por eso se celebraba la transformación física resultante de esa forma de vida: la suciedad, el desgaste físico, la desaparición de atractivo. También hay ejemplos de lo que se ha denominado «travestidas», que eran mujeres que se vestían como hombres para huir (Otro día hablamos de Catalina de Erauso, y si no, la vais buscando en google, que vais a flipar). Es decir, renuncian a su condición femenina por estar vinculada con el pecado y la debilidad. Por ejemplo, Santa Margarita huye de la consumación de su matrimonio y toma una nueva identidad: Fray Pelayo. Bajo la apariencia del varón se convertían en seres más espirituales. Para conseguir dicha apariencia, entre otras cosas, se cortaban el pelo. Este simple acto tenía una gran importancia porque en su día el pelo largo estaba relacionado con la potencia erótica de las prostitutas.
Emily Dickinson tiene tres poemas dedicados a las muradas. Os dejamos uno de ellos:
¡Murada en el Cielo!
¡Qué Celda!
¡Que cada Cautiverio sea,
Tú dulcísima del Universo,
Como el que te raptó a ti!
Así, todas estas mujeres, en tiempos y realidades muy distintas, optaron por una forma de vida radical. Hay muchas posibles explicaciones para esta elección y seguramente cada persona tenía sus motivos íntimos. Sin embargo, lo que nos interesa en esta carta es reflexionar acerca de la huida del lugar que la sociedad tiene reservado para ti. De la valentía que supone optar por el encierro y la ausencia de libertad física a cambio de la libertad de pensamiento. ¿Es una muestra de locura, o de la sensatez más extrema? ¿Es preferible una vida de silencio o tener voz, aunque sea desde una celda?
Si hablamos de mujeres locas, no podemos dejar de hablar de la loca por excelencia: Juana I de Castilla, conocida mundialmente como «Juana la Loca». Su figura ha sido utilizada por la política, la pintura, la literatura o el cine. Aunque hay muchos análisis distintos de este personaje histórico, queremos contaros el de Cristiana Segura Graiño en Utilización política de la imagen de la Reina Juana I de Castilla. En él, Segura nos cuenta cómo desde cierta perspectiva histórica se ha dado a entender que las mujeres son incapaces de gobernar porque en ellas dominan las emociones frente a la razón o la inteligencia. El ejemplo paradigmático de esta incapacidad es Juana, presa del amor, de las pasiones, de los celos: de la locura. De hecho, Juana ha sido incluso responsabilizada de dejar en la familia una herencia de locura que ha hecho incompetentes a reyes como Felipe II o su bisnieto don Carlos (todo culpa de Juana, ellos no son responsables de nada).
Ejemplos de esta visión de Juana como mujer enferma e incapaz de dominar sus sentimientos son libros como Doña Juana I de Castilla, la reina que enloqueció de amor. Los románticos también extendieron esta imagen de Juana y los excesos de su amor desmedido. Además, películas como Locura de amor o Juana la Loca reafirman esta concepción. En su artículo, Segura trata de poner en duda esta imagen de Juana a través de un interesante análisis. Para ello, utiliza la teoría de “los dos cuerpos del rey”, desarrollada por Ernst H. Kantorovicz y aplicada por Bethany Aram a Juana. Esta teoría señala que en un monarca coinciden dos cuerpos: el de rey y el propio (nos acordamos aquí de doña Lilibet en The Crown¸ que sufre todo el rato por la confrontación de estos dos cuerpos). Así, Segura analiza momentos paradigmáticos que han sido utilizados para justificar la locura de Juana entendiendo que, en realidad, lo que sucedía en dichos momentos es que se estaba dando un conflicto entre el cuerpo de reina y el de mujer: el cuerpo de reina es relegado por el de persona y surgen desajustes en su manera de actuar que hacían incorrecta a la reina. Así, hay cuatro imágenes de Juana que vamos a intentar resumir (leed el artículo de Cristina, es super interesante):
Al principio, cuando Juana parte para casarse, participa del cuerpo de la realeza al tener que mostrar una imagen de poder, el de la Corona de Castilla. Aquí no hay un conflicto porque Juana (cuerpo mujer) queda asumida por la infanta de Castilla (cuerpo reina). No están en conflicto porque es el cuerpo de realeza el que domina. Será más tarde cuando los cuerpos entren en conflicto. Por ejemplo, cuando quiere reunirse con su familia pero su madre la obliga a permanecer en Castilla para cumplir con sus responsabilidades. En el famoso cuadro de Padilla se representa a una Juana completamente loca debido a la muerte de su marido. De hecho, se dice que no quería separarse de su cuerpo porque pensaba que estaba cataléptico y no muerto:
Sin embargo, Cristina explica que el motivo por el que Juana actuaba de esta forma era para evitar un nuevo matrimonio que sería un peligro para la herencia de su hijo Carlos. De esta manera, muchas de sus acciones persiguen el bien para sus hijos y el cumplimiento del testamento de su madre. Utilizó su representación del cuerpo de reina para conseguir que sus deseos se cumplieran. Cristina Segura se pregunta: «¿es esto propio de una mujer loca?» La cuarta imagen de Juana, en su encierro en Tordesillas, ha sido la de una loca que debía ser apartada del poder. Sin embargo, Segura explica que este es el momento en que Juana abandona conscientemente el cuerpo de reina para vivir su vida de acuerdo a sus deseos. De este modo, es ella la que decide apartarse del poder y librarse del sufrimiento que suponía ese conflicto y dualidad entre los dos cuerpos: el de reina y el de una mujer que tenía sus propias ideas. Cristina cuenta que Juana vivía tranquila, con sus amigas monjas, su familia y mandando traducir e imprimir libros que quería leer (un sueño, chicas).
La historia de Juana nos suena un poco a las historias de las emparedadas: renuncia a la libertad física y al poder para vivir la vida que quiere vivir. Renuncia a tener que soportar el sufrimiento que le provocaba la escisión entre ella como mujer y como reina. Así, elige una vida apartada de la corte, una vida austera. Dice Segura: «Tradicionalmente se ha insistido en sus actos de locura, su suciedad, su no comer o su reclusión. ¿Por qué no en su austeridad, sus penitencias?». Juana, sin desearlo, tuvo que encajar en un rol muy concreto porque la sociedad se lo impuso. Venía desde fuera lo que ella tenía que ser por dentro. La sociedad y sus normas organizaban su intimidad. Lo mismo les pasaba a aquellas mujeres que decidían sacrificar una libertad para conseguir otra.
El personaje de Sofía en Nubosidad variable dice lo siguiente:
«Los gusanos verdes son las horas muertas, las horas podridas de mi vida entera, horas gastadas en sortear los escollos de la realidad para lograr aprobar materias que no me acuerdo de qué trataban, en las que ni siquiera me doy por examinada, a pesar de haber lidiado tanto con ellas. […] Aprobada en hija de familia. Aprobado en noviazgo. Aprobado en economía doméstica. Aprobado en trato conyugal y en deberes para con la parentela política. Aprobado en partos. Aprobado en suavizar asperezas, en buscar un sitio para cada cosa y en poner a mal tiempo buen a cara.»
Para entender la fuerza que estos roles tienen solo hay que ver el sufrimiento y el sentimiento de culpa que provoca fallar al llevarlos a cabo. Ser mala hija, mala nieta, mala novia, mala nuera, mala madre, mala profesional, mala estudiante. El dolor que causa decidir que esta tarde sales a pasear en vez de trabajar o estudiar: ¿Estás siendo poco responsable y mala estudiante por poner por encima a la parte de ti que necesita respirar? ¿Qué está por encima, tu yo novia o tu yo amiga? ¿Tu cuerpo de mujer con ideas propias o tu cuerpo de sobrina de una persona que te juzga?
La farsa colectiva de hoy es pensar que las mujeres ya no tenemos roles ni estándares que cumplir. Que no tenemos que aprobar materias como el noviazgo, la maternidad o el matrimonio. Que no se nos divide en mujeres buenas y malas, útiles e inútiles.
Durante el franquismo, Isabel y Juana fueron utilizadas como estándares contrapuestos: Isabel representaba la sensatez, la razón y la pureza; mientras que su hija era pecadora como Eva, esclava de las pasiones, los sentimientos y la locura del amor. En la Sección Femenina se ensalzaba a la Católica: todas debían ser como Isabel. ¿No siguen existiendo mujeres modélicas en nuestra realidad? ¿Y no hay otras que son consideradas locas? ¿No hay Juanas e Isabeles? Quizás la clave está en entender que Juana e Isabel son solo relatos, ficciones construidas para conseguir ciertos propósitos. Fueron creadas y moldeadas de manera consciente para dominarnos, para que nos sintamos culpables si fallamos y no somos mujeres modélicas: por si escapamos de nuestros roles. Así, luchar contra estos roles y negarnos a cumplirlos puede ser fácilmente entendido como locura.
¿No os sentís locas después de tener una discusión con alguien sobre algo que os punza profundamente? ¿No os sentís locas cuando os dicen «no te pongas así», «solo estamos hablando», «no es para tanto»? ¿Y cuando tomáis ciertas decisiones vitales? ¿No analizáis vuestras aportaciones en una conversación que para vosotras era importante pero el resto de participantes consideraba insignificante? ¿No os sentís locas cuando salís destrozadas de una clase por cosas que se han dicho y el resto de compañeros consideran tu reacción desmedida? ¿No os sentís locas cuando os dicen «qué radical / pasional te has vuelto»?
Nosotras sí. Casi todos los días. Es agotador.
Para terminar, unos temitas:
Bajo a la tierra y cruzo / la línea divisoria / que separa en esta historia / la locura y la razón
Y la canción que seguramente le cantaría Juana a su madre Isabel:
a ti que siempre tienes caldo en la nevera / tú que podrías acabar con tantas guerras (100% doña Isabel)
NO SÉ POR QUÉ DAN TANTO MIEDO NUESTRAS TETAS, SIN ELLAS NO HABRÍA HUMANIDAD NI HABRÍA BELLEZA, Y LO SABES BIEN (lo sabéis bien, señores que no entendéis nada)
Adelante,
Inés & Paula
Para leer acerca de las emparedadas: Rivas Rebaque, F. (2008). Desterradas hijas de Eva. Protagonismo y marinación de la mujer en el cristianismo primitivo / Cernadas, J. M. A. (2012). García de Cortázar. José A. y Teja, Ramón (coords.), El monacato espontáneo: eremitas y eremitorios en el mundo medieval. Vínculos de Historia, (1) / Fernández, R. D., & Villar, M. D. P. A. (2009). Las" muradas": una elección de vida para mujeres eremitas. In I Congreso virtual sobre Historia de las Mujeres (p. 11).